El relato de los hechos se torna más determinante que los hechos mismos
En la conmemoración de Hiroshima
no culpan a EE.UU., sino a Rusia
“Los hechos son sagrados, la opinión es libre”, era uno de los lemas del periodismo objetivo del siglo XX. Pero la realidad es que los hechos dejan de ser sagrados cuando la manera de contarlos se torna más determinante que ellos mismos.
Bajo ese precepto, puede ocurrir cualquier absoluto disparate que sea tomado como algo serio y digno. Veamos el ejemplo de la conmemoración del 78 aniversario del asesinato en masa instantáneo más numeroso en la historia de la humanidad: la bomba atómica de Hiroshima, un crimen de guerra perpetrado con premeditación, alevosía y ventaja contra la población civil indefensa.
En ese acto solemne, uno de los invitados de honor fue ¡Estados Unidos!, es decir, el autor del genocidio, que además fue repetido tres días más tarde en otra ciudad mediana japonesa, Nagasaki.
En los discursos emitidos por el primer ministro de Japón, Fumio Kishida, y el alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, se cuidaron de no mencionar a Estados Unidos, presentando el asunto como si el estallido de las bombas hubiese sido un fenómeno natural o algo decidido por un ente abstracto.
Para colmo, tanto Kishida como el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, António Guterres (quien tampoco nombró al país perpetrador de la masacre) lanzaron alertas acerca de las intenciones de Rusia de usar armamento nuclear. Es decir, que gracias a la narrativa empleada, Vladimir Putin terminó siendo el villano por la hecatombe nuclear de Hiroshima y Nagasaki.
Níger prohíbe medios franceses y Europa se indigna
Otra muestra de la importancia que tiene la forma de contar los hechos se observa en el desarrollo de los trepidantes sucesos de los últimos días en África.
El gobierno interino de Níger decidió prohibir el acceso de su población a los medios franceses que habían dominado hasta ahora el escenario comunicacional en esa nación. Ante eso, la élite francesa y otras de Europa están protestando enérgicamente y diciendo que es un acto dictatorial contra el libre flujo informativo.
Se trata de la misma Francia y la misma Europa que cerraron sus espacios a los medios rusos RT y Sputnik luego del inicio de la guerra en Ucrania.
Es, obviamente, un acto de hipocresía, pero más allá de eso es la prueba de que, en cualquier situación, las potencias hegemónicas necesitan tener el control de los aparatos comunicacionales para poder vender el tipo de relato que convenga a sus intereses. Asimismo deben evitar a toda costa que se presente alguna visión alternativa que pueda hacer mella en la credibilidad del público sobre su versión de la historia.
Gobiernos títeres dispuestos
a luchar por intereses coloniales
Lo que está sucediendo en África recuerda mucho al caso de Venezuela y el comportamiento de otros gobiernos de América Latina. Frente al surgimiento de líderes nacionalistas, defensores de la soberanía, cuestionadores del imperialismo, las potencias hegemónicas mueven sus piezas y se plantean intervenciones a través de sus aliados en otras naciones de la misma región.
La solidaridad con el gobierno de Níger, que encabeza Abdourahmane “Omar” Tchiani, por parte de otros líderes, como Ibrahim Traoré, de Burkina Faso, y Assimi Goïta, de Mali, ha sido presentada por Europa y Estados Unidos como la intención de formar un club de golpistas y, en contrapartida, han orquestado a sus aliados, gobiernos títeres dispuestos a luchar por la preservación de los intereses neocolonialistas.
Es un cuadro que recuerda mucho al de Venezuela; cuando Washington montó el Grupo de Lima con todos los gobiernos de derecha y ultraderecha de la región latinoamericana. Los mandatarios de esos países se incorporaron de manera entusiasta porque sabían que si lograban aplastar a la Revolución Bolivariana, ellos, en sus respectivos países, también se salvarían de ser desplazados por movimientos de izquierda, progresistas o, simplemente, nacionalistas.
La coalición antivenezolana alcanzó su máxima expresión en 2019, cuando los gobiernos proimperialistas participaron en el intento de invasión desde Cúcuta. Se confirmó luego que hubo incluso planes militares conjuntos para una operación armada, encubierta con la narrativa de la ayuda humanitaria.
El cuento de la ayuda internacional
Las narrativas de largo plazo que operan continuamente, como una llovizna ideológica, quedan evidenciadas cuando ocurren estos sucesos disruptivos. Ante la insurgencia de gobiernos que cuestionan el neocolonialismo en África, Europa anuncia solemnemente que va a suspender sus ayudas internacionales para esos países.
Pero, honestamente, ¿cómo es que se puede sostener la idea de que Europa “ayuda” a África, cuando la realidad evidente es que la ha explotado sin misericordia ni medida durante siglos?
¿Cómo es que Francia, por ejemplo, tiene cada día más reservas en oro, extraído de Mali y de otros países africanos, mientras en las naciones productoras la mayoría de la población sufre niveles escalofriantes de pobreza? ¿Eso es ayudar a un país?
La maquinaria mediática difunde la idea de que, sin esos apoyos financieros, los países rebeldes quedarán sumidos en la miseria, como si no lo estuvieran ya debido a la expoliación de sus recursos naturales y humanos. Puro relato, puro cuento, pura narrativa.