Podemos reflexionar sobre el aniversario Nº 78 de las bombas de Hiroshima y Nagasaki —de 6 y 9 de agosto de 1945— a la luz de un nuevo conflicto que involucra a países europeos, tras el de Ucrania aún en curso: la guerra que se avecina en Níger y en la región del Sahel. El 28 de julio, una junta de oficiales rebeldes, encabezada por el general Abdourahamane Tchiani, jefe de la Guardia Presidencial, derrocó al gobierno de Mohamed Bazoum; apoyado por Occidente. La Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) ha lanzado un ultimátum, que venció el 6 de agosto, en el que amenazaba con la intervención militar de 4 países miembros: Senegal, Costa de Marfil, Nigeria y Benín; aliados de Washington y la UE.
Sin embargo, las cosas no son nada sencillas, ni siquiera para los gobiernos miembros de la CEDEAO, empezando por Nigeria que ostenta la presidencia y tiene que lidiar con los estados de ánimo de la población, especialmente de la juventud, ante la intervención militar contra un país vecino y en favor de fuerzas externas.
La subsecretaria de Estado de EEUU para Asuntos Políticos, Victoria Nuland ha intentado que los «argumentos» norteamericanos tengan peso; pero no ha obtenido los resultados deseados. El general Tchiani no ha aceptado reunirse con ella, y la junta que él encabeza «por razones de seguridad«, — dijo— rechazó la propuesta de reunión de representantes de la CEDEAO, que querían ir a Niamey.
Por ahora, la palabra parece estar girando hacia la diplomacia; pero la tensión sigue siendo alta en la zona mientras los gobiernos europeos, empezando por Italia, tratan de aprovechar el cuestionamiento de Francia, la más proclive a la intervención militar. El nuevo gobierno de Níger ha cerrado el espacio aéreo, diciendo que está listo para resistir, y ha recibido apoyo de países aliados como Malí y Burkina Faso donde, como se vio en la reciente cumbre Rusia-África, está surgiendo una nueva generación de militares antiimperialistas.
Además del tema de la seguridad, la junta rebelde citó la creciente crisis económica como causa de la rebeldía militar; lo que indica el verdadero destino de la «ayuda» occidental. En este sentido, con una decisión sin precedentes desde el final de la «guerra fría», el alto representante para Asuntos Exteriores de Europa, Josep Borrell anunció, como EEUU, la interrupción de las ayudas económicas y la suspensión de los programas de cooperación en materia de seguridad. Una vez más, las «sanciones» se utilizan como arma de guerra imperialista.
Níger es un país estratégico para los intereses de la UE y de quienes mueven los hilos, tanto por sus recursos como por su posición estratégica, y como eje central en el control de las rutas migratorias, el gran negocio de la «Europa fortaleza». Tiene oro, silicio, petróleo, pero sobre todo uranio, imprescindible tanto para las centrales nucleares francesas como para las bombas atómicas. El país de África occidental sin salida al mar, es el principal proveedor de la UE, cubriendo el 24% de sus necesidades, y el sexto mayor productor mundial de uranio después de Kazajstán, Australia, Namibia, Canadá y Uzbekistán. Un recurso del que, sin embargo, no se beneficia.
Francia produce el 67% de su electricidad con centrales nucleares que, sin embargo, están envejeciendo y es necesario cerrar los viejos centros (con el gran problema creado por el reciclaje o la reestructuración de materiales), o —como quiere el presidente francés Emmanuel Macron— construir nuevas plantas de energía nuclear.
Incluso en la preparación de las masacres de Hiroshima y Nagasaki, las potencias coloniales de la época se sirvieron de las riquezas de África. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la competencia entre Washington y Berlín para construir la bomba atómica, el Congo Belga (hoy República Democrática del Congo) jugó un papel fundamental en el suministro de 1.500 toneladas de uranio al gobierno estadounidense. Para preparar el arma más mortífera jamás inventada, Estados Unidos y Canadá pudieron encontrar plutonio en sus territorios, pero no tenían todo el uranio que necesitaban.
Y así, lo fueron a buscar a la región minera de Katanga, antiguo Congo Belga, donde se encontraba la mina Shinkolobve. Tras el final de la guerra, cuando el pueblo del Congo decide recuperar el control de los recursos y elige a Patrice Lumumba, el imperialismo desencadena la secesión y trunca la vida del presidente, en 1961.
En ese tiempo, los Estados Unidos enviaron al Congo Belga espías disfrazados de botánicos o comerciantes de diamantes, quienes no sabían cuál era la verdadera misión que debían cumplir. Muchos de ellos, junto con trabajadores congoleños murieron de cáncer poco después del final de la guerra. El mismo fin al que hoy se enfrentan los mineros que extraen uranio en las minas francesas de Níger; o los soldados italianos que entran en contacto con uranio empobrecido en las bases militares estadounidenses, donde se realizan experimentos secretos.
Pero entonces, Washington obtuvo de la empresa minera belga Union Minière, (que ya había vendido importantes cantidades de uranio a los nazis alemanes y que no ocultaba sus simpatías por el régimen hitleriano) el envío de toda la producción para la experimentación de las primeras pruebas atómicas en Los Álamos, Nuevo México.
Little Boy, la bomba de uranio, explotaría sobre Hiroshima el 6 de agosto. Fat Man, la bomba de plutonio, fue lanzada sobre Nagasaki el 9 de agosto. Una tercera bomba debía haber estallado el 19 de agosto sobre Tokio, pero Japón pidió la capitulación el 15 de agosto, firmada oficialmente el 2 de septiembre.
Como las investigaciones históricas han demostrado, no hubo más justificación militar para esas masacres que enviar un mensaje a la Unión Soviética sobre la supremacía mundial de los Estados Unidos.
En ese momento, las bombas atómicas estadounidenses se colocaron en reserva para «alcanzar objetivos tácticos» en caso de agresión al país. Estados Unidos tiene hoy entre 100 y 150 artefactos nucleares almacenados en Europa; siendo Italia el país europeo con mayor número de bombas en dos bases nucleares: la estadounidense en Aviano, en la provincia de Pordenone, y la de aeronáutica militar en Ghedi, en la zona de Brescia.