Se dicen muy civiles, pero ¡cómo han calentado orejas!
Abril de 2002: exitoso, pero efímero
La historia de los atajos opositores utilizando militares afines a sus ideas políticas data de principios de la Revolución. Incluso de antes del primer triunfo del comandante Hugo Chávez. En 1998, diversos grupos e individuos presionaron al alto mando militar de entonces para que no se le permitiera ganar las elecciones o, en caso de que esto ocurriera, no se le dejara asumir el poder.
Pero el momento estelar de esos primeros tiempos es, sin duda, abril de 2002, entre otras razones porque lo lograron: las fuerzas opositoras, nucleadas como siempre por Estados Unidos; consiguieron derrocar a Chávez, sólo que el gobierno que surgió como producto de ese golpe de Estado apenas si estaba pegado con alfileres y se cayó en menos de dos días.
Quedó al descubierto un pesado sector de la oficialidad que respondía a los lineamientos doctrinarios clásicos de la América Latina tutelada militarmente por Washington. Los generales y almirantes de derecha, profundamente proimperialistas se quitaron los antifaces que habían llevado hasta entonces y participaron en la conspiración con las fuerzas más oscuras de la reacción.
El circo de Altamira
Luego del contragolpe cívico-militar que restituyó a Chávez en el poder, se inició un proceso judicial contra los oficiales alzados, que terminó con la célebre sentencia del Tribunal Supremo de Justicia según la cual los oficiales habían actuado “preñados de buenas intenciones” y por eso fueron declarados inocentes.
La mejor demostración de sus verdaderos propósitos se produjo de inmediato cuando casi todos los participantes en la rebelión contrarrevolucionaria se sumaron a uno de los episodios más deplorables de toda esta intensa historia: el circo de la plaza Altamira.
Los militares se instalaron en ese lugar de Caracas, en el epicentro de las manifestaciones tanto pacíficas como violentas del antichavismo y, con el apoyo de la gran maquinaria mediática global y local, pretendieron que ese pseudoacontecimiento derivara en un golpe militar. Cada día aparecía algún nuevo oficial (superior, medio o técnico) e incluso algunos individuos de tropa, pues el propósito era dar la sensación de una rebelión militar por gotas.
Siguiendo las instrucciones del comandante Chávez, se dejó que esta gente se cocinara en su propia salsa. Y así ocurrió. Luego de varias semanas, el espectáculo no dio para más y terminó de la peor manera, con varios hechos de sangre, incluyendo el asesinato, por diatribas internas, de tres soldados y una joven que fueron abandonados en Parque Caiza; y el terrible atentado cometido por una persona desquiciada que abrió fuego contra los presentes.
Los plátanos verdes de La Carlota
Muchas otras han sido las tentativas de llegar al poder por la vía violenta, tanto en el gobierno de Chávez como en el del presidente Nicolás Maduro. A partir de 2013, tras el fallecimiento del comandante, se agudizaron los intentos. En varios de ellos hubo participación directa de figuras de primer orden en el ámbito opositor, como fue el caso de Julio Borges y Antonio Ledezma en el llamado Golpe Azul u Operación Jericó (2015), que se intentó con oficiales de la Aviación.
En 2017, en medio de la ola de violencia guarimbera, se pretendió subvertir a factores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana; aunque de una forma bastante torpe, pues al mismo tiempo se atacaba de manera denigrante (recuérdese el uso de las llamadas puputovs) a la Guardia Nacional Bolivariana.
En 2018, el intento de magnicidio ocurrió precisamente en el acto aniversario de la GNB, y de haber tenido éxito habría cobrado la vida no sólo del presidente Maduro, sino también de buena parte del alto mando militar y de numerosos miembros de ese componente.
En 2019, tras la autojuramentación del impostor Juan Guaidó, se produjo el intento de invasión con subterfugio humanitario, a través de la frontera con Colombia; otro evento de gran calado mediático que incluyó espectaculares deserciones de individuos de tropa. Se intentaba hacer creer que la FANB estaba fracturada.
En abril de ese mismo año ocurrió el llamado Golpe de los plátanos verdes, un intento abierto de golpe de Estado con la fallida toma de la Base Aérea de La Carlota. Ha quedado establecido, incluso en confesiones bibliográficas de funcionarios estadounidenses, que los cabecillas de esa mala obra de teatro les hicieron creer que tenían el apoyo de oficiales de máximo rango y altos cargos en la estructura del Ministerio de la Defensa.
En este penoso capítulo desertaron varios oficiales, incluyendo el hasta entonces director del Servicio Bolivariano de Investigaciones (SEBIN), Manuel Cristopher Figuera, quien fue a parar a Estados Unidos y se le ha visto, muy orgulloso, trabajando para la CIA, que —según todos los indicios— era su verdadero patrono desde hace mucho.
Las conversaciones de Ledezma
Tras hacer una revisión muy superficial de esta historia de un cuarto de siglo, nadie puede extrañarse de que, como acaba de confesarlo Ledezma, la oposición radical siga dedicando esfuerzos a su propósito de llegar al poder mediante un golpe militar que seguramente sería bendecido de inmediato por Estados Unidos y los países que le hacen comparsa en la mal llamada “comunidad internacional”.
Claro que entre los oficiales contactados por el prófugo de la justicia venezolana deben estar muchos de estos que fracasaron durante las anteriores tentativas, así como los grupos o individualidades a los que estos pueden haber influido en sus carreras militares.
Queda en evidencia que la dirigencia opositora, que se vende a sí misma como movimiento civil en lucha contra el militarismo, ha estado siempre y sigue estando en labores de calentamiento de orejas castrenses, en gestiones destinadas a conseguir apoyo en el seno de la Fuerza Armada para dar un golpe de Estado que, a todas luces, sería de cariz conservador y muy posiblemente gorilesco, como los que asolaron el Cono Sur en las décadas de los 70 y 80. Es, cabe subrayarlo, una guerra avisada.