Al iniciarse el siglo XX el gobierno de Estados Unidos presidido por Teodoro Roosevelt (1901-1909) se opuso sistemáticamente al gobierno de Cipriano Castro (1899-1908). En suelo norteamericano se llevaron a cabo una serie de acciones dirigidas a desprestigiarlo y derrocarlo. Una de ellas tiene un sesgo claramente delictivo: en 1906 fueron fabricados clandestinamente troqueles destinados a la acuñación de monedas venezolanas falsas, cuyo propósito era financiar un movimiento opositor denominado “Revolución Regeneradora”. La fábrica de dinero “made in USA” se instalaría en un lugar escondido del Delta del Orinoco y desde allí se distribuiría entre los rebeldes.
El responsable principal del delito fue el capitán George B. Boynton, ex-gerente de la Orinoco Company Limited, empresa cuyas concesiones habían sido derogadas por nuestro gobierno.
Al ser sorprendido infraganti en la comisión del delito se defendió alegando que “sus actos no deberían ser considerados como fraude sino como una medida revolucionaria. Su propósito era ayudar financieramente a los opositores de un gobierno antipopular. Además, los troqueles no iba a actuar en territorio norteamericano ni se proponían acuñar dinero estadounidense; fabricarían una moneda que con el triunfo de la revolución anticastrista iba a ser legal en Venezuela”. De inmediato la prensa norteamericana expresó que no podía castigarse una falta que pretendía respaldar una rebelión contra un gobernante extranjero enemigo de EE.UU. El acusado fue sometido a juicio y absuelto por los tribunales. Para justificar la sentencia el juez de la causa alegó: “La América del Sur es la tierra de las revoluciones. El Gobierno de ayer no es el Gobierno de mañana. Puesto que era en el extranjero, en Suramérica, donde debían efectuarse las operaciones denunciadas, ello escapa a la jurisdicción de Estados Unidos”.
Simultáneamente a este hecho, los periódicos de EE.UU desencadenan una campaña de descrédito contra Castro. Divulgan “que es un hombre de pequeña inteligencia, mucha ostentación y un deseo muy acendrado de pelear con todo el mundo, particularmente con los Estados Unidos”. Con fines desestabilizadores divulgan noticias donde exageran el mal estado de salud del presidente Castro, hasta el punto de que afirman que “ya no puede ni moverse ni hablar”, y anuncian su pronta muerte. Entre líneas dejan correr la maledicencia.
Afirman “que su médico y amigos ocultan la naturaleza de su mal, lo cual alarma al público”.
Difunden la especie de que “es la creencia general, que al morir el General Castro, una revolución estallará en Venezuela”.
También en EE.UU se ampara a los venezolanos opositores que desde esa nación organizan libremente expediciones militares contra Castro. Entre estos rebeldes se encuentra Antonio Paredes, quien dirige la “Revolución Legalista”. A fines de 1906 se encuentra en Nueva York, y según pudo averiguar la diplomacia venezolana “estaba haciendo las diligencias necesarias para la consecución de un barco, y tenía compradas miles de armas y municiones”.
Ese año de 1906 la “Unión de Repúblicas Americanas”, antecesora de la OEA, estaba organizando la Tercera Conferencia Panamericana. El propósito del evento era afianzar la hegemonía de EE.UU en Latinoamérica mediante un acercamiento amistoso con los suramericanos, entre quienes reinaba un clima antiyanqui a raíz de los siguientes sucesos: 1) La política del gran Garrote enarbolada por el presidente Roosevelt, que significaba la justificación de la fuerza bruta en la resolución de los conflictos internacionales con las naciones suramericanas y caribeñas; 2) la postura “neutral” asumida por EE.UU durante la invasión de potencias europeas a Venezuela en 1902-03, con su consiguiente epílogo, el “corolario Roosevelt a la doctrina Monroe” que sirvió para avalar el tutelaje gringo a las naciones del sur ; 3) la amputación del territorio de Panamá a Colombia en 1903 y la presencia militar norteamericana en la Zona del Canal ; 4) La ocupación de Cuba y la construcción de una base naval en su territorio (Guantánamo) en 1903; 5) La presión desmedida sobre Haití para que cancelase su deuda con potencias europeas sin evaluar sus posibilidades reales; y 6) La invasión gringa a República Dominicana y la incautación de sus aduanas, hecho ocurrido en 1905.
Para los proyectos expansionistas gringos era vital disipar la atmósfera de desconfianza y garantizar que nadie faltaría a la Tercera Conferencia Panamericana, dirigida por ellos. Para tal fin la Casa Blanca envió un emisario a las principales naciones suramericanas; y en todas partes repitió el mismo discurso diplomático: “Estados Unidos abrigan sentimientos de amistad hacia los suramericanos y no desean gobernar sus asuntos; su interés es simplemente filantrópico”. Sin embargo, y pese a la combinación de presiones y fingimientos, Venezuela decidió desmarcarse y no asistir al evento. Fue la manera de expresar el descontento por la injerencia yanqui en los asuntos internos del país y el continente. Significó el preludio de la ruptura de relaciones diplomáticas con USA, ocurrida en 1908. Los diarios gringos se quejaron porque Venezuela no participó en “esa amistosa reunión de sus vecinos”.
La historia se repite. Después del asedio injerencista contra nuestro país por parte del gobierno del Tío Sam y sus obedientes sobrinos, nos retiramos de la OEA, su Ministerio de Colonias. Ya era hora de romper con esa inicua entidad manejada por un anfitrión que promueve tan “amistosa reunión de vecinos”. Ha llegado el momento de consolidar nuestra posición en los bloques integracionistas suramericanos que han surgido en el siglo XXI bajo el fuego de la lucha antimperial. OEA, nos vamos. ¡Vivan la Alba, Unasur, Petrocaribe y la CELAC!
José Gregorio Linares