La derecha ha oscilado entre voto y atajos violentos
Primeros ataques al voto, en 2000
Cuestionar la transparencia de las elecciones y pretender montar un poder electoral paralelo no es nada nuevo en la oposición venezolana. Desde el comienzo de la Revolución Bolivariana, este sector ha oscilado entre el voto y los atajos violentos.
Luego de la victoria del comandante Hugo Chávez en 1998, de los dos referendos de 1999 y de la elección de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente la derecha entendió que había perdido la fuerza electoral que tuvo y que antes se repartían sus dos partidos principales, Acción Democrática y Copei.
Fue por ello que los dirigentes políticos y, sobre todo, los medios de comunicación que habían asumido el rol de los viejos partidos, comenzaron a atacar la institución del voto y la credibilidad del árbitro electoral desde muy temprano.
Fue una actitud hipócrita en extremo, pues el sistema electoral automatizado había empezado a reemplazar a uno que sí había sido probadamente fraudulento, el utilizado durante el puntofijismo, cuyo lema bandera fue «acta-mata-voto».
Los disparos contra el nuevo Poder Electoral (establecido por la Constitución Nacional Bolivariana) aprovecharon las fallas que se presentaron en las llamadas megaelecciones de abril de 2000 para la relegitimación de todos los poderes públicos, que –por esos problemas- debieron ser aplazadas hasta julio.
A finales de 2001 y a lo largo de 2002, la dirigencia opositora se olvidó de la ruta electoral y se lanzó por el camino violento con un golpe de Estado que fue exitoso, pero efímero; el circo de la plaza Altamira y el paro-sabotaje petrolero y patronal.
De Súmate al grito de fraude
Derrotados por la resistencia popular ante todos sus esfuerzos de retomar el poder por vía rápida, los opositores pretendieron volver al terreno constitucional, al recoger firmas para convocar el referendo revocatorio presidencial, opción creada por la Carta Magna de 1999, que esas élites habían intentado abolir el 12 de abril de 2002.
No dejaron, sin embargo, de cuestionar al Poder Electoral y pretendieron reemplazarlo con un ente privado paralelo, la organización Súmate, con la que debutó en la sociedad (política) la señora de alta sociedad (económica) María Corina Machado.
Con este parapeto en ristre, la oposición pretendió volver a sus viejas andanzas de las irregularidades en el ejercicio del voto: usurparon la identidad a miles de personas mediante las llamadas firmas planas.
Realizados los reparos correspondientes, el referendo terminó por llevarse a cabo en agosto de 2004, con otro avasallaste triunfo de Chávez. La arrogante y testaruda dirigencia opositora hizo la jugada de cantar fraude y ofrecer pruebas para las siguientes 24 horas. El año próximo se cumplirán 20 años y todavía el país espera por dichos indicios. La desconfianza en el sistema electoral quedó sembrada en lo profundo de la psique del opositor común.
Hoy no, mañana sí, después no…
Luego de la temeraria denuncia de fraude de 2004, el liderazgo opositor, siempre dirigido desde Estados Unidos, ha dado bandazos sobre la vía electoral. En 2005, luego de presentar sus candidatos y hacer campaña, los partidos de derecha se retiraron de las elecciones parlamentarias, argumentando que serían fraudulentas y con el propósito de “hacerle el vacío” al gobierno. Lo que consiguieron fue entregarle la Asamblea Nacional durante un quinquenio.
A pesar de sus cotidianas proclamas contra la ruta del sufragio, en 2006 concurrieron a las presidenciales con su candidato, Manuel Rosales, ante quien Chávez obtuvo la mayor ventaja de su exitosa trayectoria.
En 2007 se produjo uno de los grandes desmentidos de la campaña contra la autoridad electoral, cuando la oposición ganó, por una diferencia milimétrica, una consulta nacional: el referendo sobre la reforma constitucional, que de ese modo quedó rechazada.
En 2010 rectificaron el error cometido cinco años antes, al participar en las elecciones legislativas y obtener una respetable presencia en la AN. En 2012 volvieron a presentar una candidatura presidencial, la de Henrique Capriles Radonski, frente a quien Chávez obtuvo su última y épica victoria. Este mismo abanderado fue a las elecciones sobrevenidas de 2013 y cayó derrotado por Nicolás Maduro, tras lo cual relanzó el expediente de gritar fraude, nuevamente sin pruebas.
Siguió el zigzag: violencia callejera en 2014 y participación electoral en 2015, cuando la oposición logró su mayor victoria histórica, al conquistar mayoría absoluta en el Parlamento. De haberse manejado con inteligencia estratégica, ese sector pudo haber llegado a las presidenciales de 2018 con la primera opción, pero en 2017 buscaron de nuevo el atajo de la violencia.
Guiados por sus jefes gringos y con la estrategia del criminal bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales, se negaron a participar en los comicios para la Asamblea Constituyente de 2017; en las presidenciales de 2018 y en las parlamentarias de 2020, mientras enarbolaban la bandera del ficticio gobierno interino.
La desconfianza como búmeran
Luego de este oscilante recorrido entre la Constitución y la violencia, la oposición ha llegado al momento actual en el que parece haber retomado de nuevo la opción de competir por el voto popular en las próximas presidenciales.
Sin embargo, sus propias contradicciones son como grandes grietas en su militancia. La desconfianza que sembraron en el CNE desde inicios de siglo se vuelve en su contra, como un búmeran.
Es obvio que una parte sustancial quiere que sus elecciones primarias sean realizadas con el apoyo del órgano electoral, pero los miedos y los odios que cultivaron ya han dado frutos y, tal como ha pasado en otros momentos, el sector más radical y pirómano toma el control e impone sus puntos de vista. En eso andan cuando apenas faltan unos días para sus elecciones “autogestionadas”.
Esta historia continuará.