Hacía años que Roma no veía una manifestación tan concurrida como la que tuvo lugar, el sábado 28 de octubre, con el grito de “Palestina libre”. Más de 50.000 personas han respondido al llamamiento de los jóvenes palestinos, vanguardia de los hijos de inmigrantes árabes que perturban el sueño del oportunismo europeo. Y el 4 de noviembre, otra manifestación se unió a quienes marchaban contra el genocidio en Gaza, desde Norteamérica hasta Asia, desde Europa hasta América Latina. Una enorme pancarta, con los rostros de Meloni, Von der Leyen, Biden y Netanyahu; pedía «un nuevo Núremberg (juicio) por los crímenes de Occidente en Palestina».
La directora ejecutiva de Unicef, Catherine Russell, denunció al Consejo de Seguridad de la ONU que, cada día, los ataques israelíes contra Gaza están matando o hiriendo a más de 420 niños y niñas. En 26 días habían sido asesinados 8.600 palestinos, de los cuales alrededor de 2.000 no han sido recuperados de los escombros. Un número que aumenta, porque los bombardeos sionistas siguen intensificándose. El Secretario general de la ONU, António Guterres se mostró «horrorizado» por el ataque perpetrado contra un convoy de ambulancias frente a un hospital en la Franja de Gaza, y reiteró su llamamiento a un alto el fuego humanitario. Una masacre que empieza a avergonzar incluso al «demócrata» Biden, el gran protector del régimen sionista.
Varias organizaciones de derechos humanos calcularon que en Gaza han sido asesinados más niños que los que han muerto cada año en todos los conflictos armados del mundo desde 2019 hasta hoy. Una cifra que, según Russell, debería “conmover, hasta la médula, a cada uno de nosotros”. Pero para la propaganda mediática, Israel “tiene derecho” a defenderse, por ser “la única democracia de Oriente Medio”; y puede actuar sin restricciones y de manera “desproporcionada”, cortar agua y electricidad, bombardear hospitales, desplazar poblaciones y declarar que está “golpeando a Hamás”.
Nombrar sólo al movimiento Hamás, elegido mayoritariamente por los palestinos de Gaza en 2006, sirve para la narrativa de un «choque» entre las «Fuerzas del Bien» (la entidad sionista y el campo occidental que la apoya) y «el Eje del Mal» (Hamás , incluido en la lista de organizaciones «terroristas» y los pueblos árabes que apoyan a los palestinos). En cambio, el heroico ataque contra las fuerzas de ocupación, llevado a cabo el 7 de octubre, fue organizado y lanzado por la coordinación de todas las fuerzas de resistencia palestinas en Gaza (la Jihad Islámica Palestina, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, el Frente Democrático para la Liberación de Palestina y el Frente Popular para la Liberación de Palestina– Comando General), mientras que las de Cisjordania tenían la tarea de «distraer” al ocupante.
Una operación prevista desde septiembre de 2020, cuando EE.UU. anunció la firma de los Acuerdos de Abraham, un pacto trilateral entre EE.UU., “Israel” y Bahréin. Un proyecto para «normalizar» las relaciones entre los países árabes y la entidad sionista, incluyendo también a Arabia Saudita, primer país suní del mundo, y que habría echado por tierra definitivamente la perspectiva de un Estado palestino. Del debate que se abrió entre las fuerzas de la resistencia, un año después, tomó forma la planificación de la operación «Diluvio de Al Aqsa».
Una operación que, teniendo en cuenta un precio muy elevado, ha vuelto a proyectar la cuestión palestina en la escena internacional, devolviéndoles la palabra a los pueblos de los países árabes más inclinados hacia los intereses occidentales; intereses, sin embargo, puestos en entredicho por la prefiguración de un mundo multicéntrico y multipolar, algo ya evidente en el actual conflicto ucraniano. Una gran parte del mundo se ha visto así obligada a considerar los análisis de quienes desde hace años denuncian los planes de exterminio previstos por Netanyahu y sus altos jerarcas, que ya no mantienen en secreto ni siquiera en los programas de televisión en los que son invitados, con todos los honores, por las «democracias» occidentales.
Gaza y los «animales» (goyam) que la habitan (así se expresan públicamente ex embajadores y soldados sionistas) deben desaparecer. Los que se queden deben ser expulsados a los países árabes vecinos (Egipto o Jordania), e incluso la Autoridad Palestina, que ya no se considera maleable, debe ser barrida. Se trata del plan de una nueva “nakba”, una tragedia similar a la que, en 1948, expulsó a los palestinos de sus territorios, impidiendo luego su derecho a regresar.
Por esta razón, la afirmación de que «Israel» está bombardeando sólo posiciones de Hamás, y no a los civiles, es una mentira cruel. Una mentira criminal, que se hace explícita por la densidad de habitantes presentes en la porción de tierra correspondiente a la Franja de Gaza. Otra prueba fue el doble bombardeo del campo de refugiados de Jabaliya, situado entre Beit Lahiya y Beit Hanoun, uno de los más densamente poblados del norte de la Franja, que destruyó edificios habitados por cientos de personas, y que se repite.
Desde 2008, después de 5 masacres precedentes, ahora la entidad sionista tiene el camino abierto para la operación llamada Espadas de Hierro, para “reiniciar Gaza”; mientras ya estaba en marcha un gigantesco plan de ampliamiento de la ocupación de Cisjordania con la llegada de miles de colonos.
El genocidio en Gaza explícita la naturaleza estructural del colonialismo sionista, que se considera por encima de la ley, gracias a su rol de gendarme de los intereses occidentales en Medio Oriente. Un «paradigma» basado en la imposición abrumadora de una fuerza militar en el territorio circundante y en una ventaja política que le permite a «Israel» tomar, como establecen los Acuerdos de Oslo, todas las decisiones estratégicas con total autonomía. Un «paradigma» reiterado, en declaraciones y hechos por parte de la entidad sionista, y destinado a borrar del mapa, tras años de limpieza étnica, cualquier posibilidad de existencia para Palestina.
Meses antes de la Operación Inundación de Al Aqsa, la organización Human Rights Watch publicó un informe detallado, basado en datos médicos, testimonios de testigos presenciales, secuencias de vídeo e investigaciones de campo, y con especial atención a cuatro casos concretos. Se titula: “Cisjordania: aumento de los asesinatos israelíes de niños palestinos” y registra el aumento sistemático de los asesinatos y lesiones de niños palestinos a manos del ejército ocupante o de los colonos durante un período de tiempo relativamente corto. Por lo tanto, concluye que existe un plan intencionado para matar niños, respaldado también por declaraciones de generales sionistas que piden el asesinato de las madres de los mártires palestinos. Y por ello, muchos de los combatientes palestinos, que aterrizaron en alas delta en los asentamientos de los colonos, atacaron gritando: «¡Esto es para mi hijo!».
Pero incluso las cifras proporcionadas por «Israel» sobre las supuestas matanzas y los actos de barbarie cometidos por Hamás han suscitado controversias y desmentidos, procedentes sobre todo de fuentes judías, que acusan las fuerzas militares israelíes de haber matado a los suyos. Además, algunos analistas han recordado la llamada Directiva Aníbal. Se trata de un procedimiento militar establecido en 1986, tras un intercambio de prisioneros (3 soldados israelíes por 1.150 prisioneros palestinos).
Esta directiva secreta, emitida para evitar que se repitan situaciones similares, establece que, si los israelíes son capturados y no hay posibilidad inmediata de liberarlos, el ejército debe matar a todos, secuestradores y secuestrados. Esto sirve tanto para explicar el elevado número de muertes israelíes durante la fase activa del ataque palestino como la evidente indiferencia con la que las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzahal) bombardean la Franja, a pesar de la presencia de más de doscientos civiles y soldados israelíes.
La heroica resistencia del pueblo palestino está radicalizando, incluso en Europa, la lucha de una nueva generación. Su bandera de resistencia está animando un sentimiento mundial contra la injusticia, desenmascara el sistema de poder que dirige la globalización capitalista contra los intereses del pueblo. Un movimiento que empieza a parecerse al de la época de Vietnam hace sesenta años, y que presiona por una elección de campo: por un lado, la lucha de los pueblos contra el imperialismo; por el otro, la hipocresía de los gobiernos europeos, guardianes del complejo militar-industrial dominado por los EE.UU.
En América Latina, los países del Alba han tomado posición. Bolivia ha anunciado la ruptura de relaciones con “Israel”. Chile y Colombia han llamado a consulta a sus embajadores. Venezuela rompió las relaciones en 2009, tras una ofensiva israelí en la franja de Gaza. Hugo Chávez era entonces el presidente de Venezuela y su canciller era Maduro, quien hoy como presidente ha condenado el genocidio de Gaza. Entre Cuba e “Israel” no hay relaciones desde 1973, y en Nicaragua, que ha denunciado el genocidio, no hay embajada sionista.
Los sindicatos palestinos han llamado a la clase obrera internacional a organizar movilizaciones y, en Europa, los manifestantes desafían la represión y siguen experimentando el nivel de cierre de los espacios de acción política existentes en la «democracia», y la necesidad de aumentar el nivel de conciencia y organización. En Francia, donde los jóvenes árabes de los suburbios son periódicamente protagonistas de enfrentamientos con la policía, el gobierno de Macron (el único en Europa, junto con el gobierno húngaro de Viktor Orbán) ha prohibido las manifestaciones pro-Palestina en todo el país, y quienes levantan carteles con las palabras “Boicot a Israel” son procesadas como antisemitas.
El giro dado por París respecto de la cuestión palestina representa bien la desaparición de cualquier ambición de autonomía hacia Washington, manifestada desde los tiempos del general Charles de Gaulle por los gobiernos franceses, tanto de izquierda como de derecha, con su política de «no alineación». Ahora el concurso es sólo para aquellos que puedan desempeñar el papel de lacayo principal dentro de la OTAN. Por otra parte, ya desde 1958 París había propuesto confiar la defensa europea a un triunvirato formado por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos.
En 1956, Francia participó en la expedición militar de Suez junto a israelíes y británicos. Luego, desde 1967, para recuperar influencia en el Magreb y en Oriente Medio, región estratégica tanto por su posición geográfica como por sus recursos; París intentó construir una relación neocolonial diferente con los gobiernos de los países árabes, en gran medida deterioradas también por la feroz represión llevada a cabo contra la revolución argelina. Desde esta perspectiva, en 1966, De Gaulle sacó a Francia del mando militar de la OTAN (pero no de la Alianza) y pudo así criticar la invasión estadounidense contra Vietnam.
Mantener una posición pasiva dentro de la OTAN ha permitido a Francia un mayor margen de maniobra diplomática, lo que también se ha puesto de relieve en la cuestión palestina. François Mitterrand no sólo recibió a Arafat en 1989, sino que Jacques Chirac también recibió al líder de la OLP cuando estaba enfermo; y fue el primer presidente que le rindió homenaje después de su muerte. Y el gobierno francés se opuso al ataque de 2003 contra Irak.
Con la llegada de Nicolas Sarkozy al Elíseo, Francia volvió a ser parte del mando militar de la OTAN el 4 de abril de 2009, durante la cumbre de Estrasburgo. Las ambiciones de París eran aprovechar la retirada gradual de Estados Unidos en el Mediterráneo en favor del Indo-Pacífico, convirtiéndose en uno de los socios de referencia fundamentales y operativos de Estados Unidos al otro lado del Atlántico, junto con Gran Bretaña: el plan de 1958, actualizado. Francia ocupa hoy el tercer puesto entre los exportadores de material militar, por detrás de Estados Unidos y Rusia.
Una ambición decisiva en el ataque aéreo de la OTAN contra Libia, iniciado en la primavera de 2011, que vio la preeminencia francesa dentro de la coalición, tanto en el número de aviones puestos a disposición como en los bombardeos realizados, y con los EE.UU. en el rol de apoyo logístico. Un dominio puesto en duda por el conflicto en Ucrania y por los nuevos planes hegemónicos de Estados Unidos a través de la OTAN, que pretenden hacer de Europa cada vez más el patio trasero de los Estados Unidos.