Muchas personas, cuando se habla de Estados Unidos, ven a ese país, a ese Estado, como un ente monolítico, homogéneo. Se equivocan; no es así. Ellos tienen grietas, discrepancias. Ya hemos hablado de cómo el poder de los Rockefeller, cuando empezaron con su imperio de la Standard Oil, provocó la reacción de otros empresarios; que se negaban a aceptar las arbitrariedades de aquella petrolera. Hasta una ley antimonopolio lograron, claro, después esa ley fue burlada.
Pero bueno, esa es harina de otro costal. Es cierto desde su fundación; pero más abiertamente empezando el siglo veinte; estaba claro que la política de las cañoneras era la contraparte del expansionismo económico norteamericano. Al desembarcar los empresarios, tras de ellos venían los marines.
Les funcionó, desplazaron a Gran Bretaña del liderazgo; se hizo más evidente luego de la Segunda Guerra Mundial.
Luego, con la Guerra Fría y la necesidad de dirimir la supremacía con la Unión Soviética, apostaron por darle prioridad a la lucha ideológica y la imposición del capitalismo.
Dieron más libertad a las empresas, que con su respaldo político y en este nuevo orden mundial, se aprovecharon de las instituciones supranacionales que las favorecían. Tomaron tanto poder que desafiaron a los Estados nación.
Lo revistieron de ideología. Lo llamaron neoliberalismo. Fue de carácter totémico, religioso. Convirtieron en dios al mercado.
Pedían la supresión del Estado, o su reducción a la mínima expresión.
Y allí empiezan las contradicciones. No son monolíticos.
Ya lo dijimos en la anterior entrega de «Las marramucias de la ExxonMobil«.
Ellos se sienten un Estado dentro del Estado, un poder dentro de él; lo dicen, lo ostentan. Lo dicen sus dueños, sus ejecutivos. Al final de cuentas no es un secreto; existe el imperio de la corporatocracia global.
No en vano a los gobiernos en Estados Unidos se les llama Administración.
En instituciones como la ExxonMobil los CEO (Directores ejecutivos) les tienen fidelidad a sus corporaciones, no a sus países de origen.
Así pues, recordemos lo que escribimos en la edición anterior, cuando citamos al periodista Steve Coll diciendo que la ExxonMobil se considera a sí misma, orgullosamente, como un Estado soberano e independiente, como su propio gobernante, con su propia política exterior y su propia política económica.
Decía Coll que llegó a considerarla un poco como a Francia, en el sentido de que a veces estuvo alineada con Estados Unidos, otras veces estuvo en contra, pero en general trataron de desarrollar su propio sistema global sin preocuparse mucho por lo que quería el gobierno en Washington.
Seguidamente afirma: “yo creía que la relación entre ExxonMobil y el gobierno de Estados Unidos era más complicada de lo que había pensado, o que no iba a ser fácil describirla en una oración. Lo que me sorprendió fue en qué medida ExxonMobil se considera a sí misma, orgullosamente, como un Estado soberano e independiente, como su propio gobernante, con su propia política exterior y su propia política económica. Y llegué a considerarla un poco como a Francia, en el sentido de que a veces estuvo alineada con Estados Unidos, otras veces estuvo en contra, pero en general trataron de desarrollar su propio sistema global sin preocuparse mucho por lo que quería el gobierno en Washington”.
Eso ha sido público, notorio y comunicacional, como dirían algunos comentaristas. Hay un caso que lo hizo evidente, y que fue contrario a la tradicional política de discreción de la ExxonMobil y sus funcionarios.
Fue cuando Donald Trump nombró a Rex Tillerson como encargado de la política internacional en Estados Unidos.
Ese nombramiento desconcertó a los norteamericanos, fue una novedad. Y fue así porque Tillerson no tenía experiencia política, por lo menos en cargos de Estado.
Como refirió la BBC en español, el texano de 65 años, director por muchos años de ExxonMobil, la compañía petrolera más grande del mundo, disponía de contactos alrededor del mundo.
Quizá por eso Trump lo designó para el cargo.
El medio londinense reportó aquella vez que: En Twitter ¿y dónde más?, el mandatario ofreció su justificación: “Lo que más me gusta de Rex Tillerson es que tiene vasta experiencia en lidiar exitosamente con todo tipo de gobiernos extranjeros”.
¿Un gerente petrolero como diplomático superior de la superpotencia Estados Unidos? Muchos consideraron esto impensable. Pero Rex Tillerson se integró en el nuevo trabajo de la misma forma en que lo hizo con cada nuevo empleo: de una forma meticulosa y ambiciosa.
En la reseña periodística se consigna que el ingeniero civil empezó en la Exxon el año 1975, como ingeniero de producción, ascendiendo rápidamente hasta los cargos más altos de la empresa.
Cuando Exxon y Mobil se fusionan, en 1999, pasó a ser el vicepresidente en funciones de ExxonMobil Development Company.
Años después, en 2006, relevó a Lee Raymond en el cargo de director general de ExxonMobil. En la anterior entrega hablamos de como Raymond se manejaba en el alto gobierno de George W Bush.
Volviendo a Tillerson, se le considera como el gran hacedor de un contrato que le otorgó a la ExxonMobil acceso a recursos petroleros y gasíferos en el Ártico ruso.
Es decir, cuando los neoconservadores hablaban del creciente peligro que emergía desde Moscú, él iba a contracorriente, siempre en aras de los intereses de su corporación.
Se le cuestionaba por sus buenas relaciones con Rusia.
“Pasa más tiempo con Putin que con cualquier otro estadounidense, excepto quizás Henry Kissinger”, señaló respecto a Tillerson el presidente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, John Hamre.
Pero pese a su inexperiencia en política, Tillerson cosechó halagos de sus colegas en otros países.
Tillerson es un colega con el cual se puede trabajar bien juntos, dijo en su momento el ministro alemán de Relaciones Exteriores, Sigmar Gabriel.
Este y otros comentarios en ese sentido, parece que exasperaron a Donald Trump. El ex mandatario, tan egocéntrico como era, no aceptaba que otros le robasen protagonismo.
Las discrepancias se hicieron públicas. En una presentación ante el Senado, Tillerson se opuso abiertamente a algunas de las posiciones de Trump.
Tillerson, con la frialdad que lo caracterizaba como CEO de la ExxonMobil, echó a la calle a cientos de personas en el servicio diplomático.
Trump, paralelamente, transfirió algunas competencias de política exterior a su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner. Esto, claramente, era una ofensa contra Tillerson.
Pero es que también, en el tema de sanciones contra Rusia, Tillerson tenía opiniones diferentes y antagónicas.
Las relaciones no eran buenas, las discrepancias eran cada vez más notorias. Finalizando el año 2017, todos apostaban a que el tiempo de Tillerson como jefe de la diplomacia estadounidense llegaba a su fin.
Más aún, la televisora NBC News informó que Tillerson había llamado “imbécil” a Trump, y había anunciado su renuncia al Gabinete. Trascendió que Mike Pence debió convencer a Tillerson para que permaneciera en el cargo.
Para noviembre todo estaba definido, Tillerson ya no formaba parte del tren ejecutivo de Donald Trump.
Después se le acusó de haber sido un infiltrado de Vladimir Putin. De jugar para los intereses de la ExxonMobil y no de su país.
Por cierto, apenas dejó el cargo, un sector de la prensa y de políticos vinculados a Trump, revivieron un caso del saliente Tillerson.
Recordaron que, durante su presidencia en la ExxonMobil, la petrolera efectuó negocios vinculados con la corrupción, por valor de 120 millones de dólares, en Liberia.
Se dijo que, con participación directa de Tillerson, ExxonMobil acordó en 2013 la compra multimillonaria de áreas para la explotación de petróleo en Liberia, pese a conocer que la adquisición estaba contaminada por las prácticas corruptas en el país africano.
Sabían, antes de ejecutar el negocio, que el bloque donde trabajarían había sido adjudicado a través de sobornos; además de que los propietarios eran antiguos políticos de ese país, que lo habían obtenido ilegalmente.
Además, había el antecedente de que Chevron descartó la opción de adquirir ese campo petrolero por no estar claro el origen y las preocupaciones por corrupción.
Trascendió que la compra de 120 millones de dólares fue acompañada por pagos de 200.000 dólares, hechos por una agencia de petróleo liberiana, también vinculada a prácticas corruptas, a seis oficiales del país que aprobaron el negocio, entre ellos se encontraban los entonces ministros de Justicia, Finanzas, y Minería.
La organización Global Witness recordó que tras la llegada de Trump y Tillerson a la Casa Blanca, el Gobierno y el Congreso liquidaron una norma que permitía requerir a las compañías de EEUU para que hicieran públicos los pagos realizados a gobiernos, lo que, según la ONG, habría ayudado a detectar y prevenir casos similares.
«Exxon y sus grupos de presión se han pasado los últimos diez años luchando ferozmente contra las leyes de transparencia en EEUU», aseguró Stefanie Ostfeld, subjefa de Global Witness en el país.
La llegada de Tillerson a la Casa Blanca coincidió con el recrudecimiento de guarimbas y actos terroristas en Venezuela, y también con el incrementó de la tensión con Guyana.
De hecho, apenas asumió su cargo, la BBC en español publicó un trabajo titulado: “El conflictivo pasado con Venezuela de Rex Tillerson, nuevo secretario de Estado de Estados Unidos”.
Allí señala que, hasta 2007, la ExxonMobil era una de las muchas compañías transnacionales que extraía petróleo en Venezuela.
Dicen que el entonces presidente, Hugo Chávez, firmó un decreto de nacionalización que obligaba a la formación de empresas mixtas con el sector privado, en las que gobierno tendría la mayoría de al menos un 51% por ciento.
Refieren que eso llevó a expropiaciones, litigios e indemnizaciones, que la ExxonMobil denunció ante un tribunal de arbitraje internacional y reclamó US$10.000 millones como compensación.
Chávez y sus seguidores fustigaron a la compañía, a la que convirtieron en símbolo del imperialismo, y finalmente celebraron un pago muy favorable de apenas US$1.600 millones, muy lejos de la petición de la petrolera, decía el reportaje del medio británico.
La BBC señalaba que “Tillerson guardó silencio entonces y ahora. Se desconoce si tomó como personal el litigio con Chávez. Lo que es seguro es que fue una de sus pocas derrotas en la gestión de una de las grandes empresas de la economía mundial”.
Quienes lo conocen aseveran que el personaje es arrogante y poco tolerante con los fracasos.
Pero la relación no acabó ahí, dijo la BBC en el material aparecido el 1 de febrero del 2017, “en mayo de 2015, ExxonMobil anunció el hallazgo de un gran pozo petrolero con crudo de gran calidad a 200 kilómetros de la costa de Guyana”.
El problema era (y es), decía en su portal, que el vecino, Venezuela, reclama esas aguas (y lo que hay debajo) en un litigio que dura ya más de un siglo por el territorio en disputa del Esequibo.
Mencionaban en el citado trabajo periodístico que Nicolás Maduro entendía que la prospección de ExxonMobil, asociada a Guyana, no era casual.
«Hay una campaña brutal contra Venezuela fundada por ExxonMobil«, dijo Maduro en una entrevista con Telesur en julio de 2015.
Y no es mentira. Calumnias, manipulaciones grotescas. La histórica postura diplomática de paz venezolana ha sido presentada como la posición de un país agresivo, expansionista.
Es tan así, que países amigos de la Caricom se han visto confundidos.
Allí está la mano de la Exxon Mobil. Allí está su maquinaria, imbricada con la corporatocracia mediática global. No olvidemos que ellos no siempre representan los intereses de Washington, como establecimos previamente.
Sus CEO, sus asesores, juegan en beneficio propio. No olvidemos que no tienen escrúpulos para obtener sus objetivos. Inclusive si van en contra de sus propio país de origen.
Así son, afortunadamente ya los conocemos.