Rasgos de un sector político cada vez más desquiciado
Pongan la fecha… ¡No, no tienen derecho!
Buena parte de la oposición comenzó el año 2024 repitiendo (como es su costumbre) una letanía aparentemente concertada con sus estrategas del norte: es inaceptable que el gobierno se niegue a establecer la fecha de las elecciones presidenciales previstas en la Constitución para 2024.
Usted abría cualquier red social, portal informativo o medio de comunicación tradicional y se encontraba con la misma exigencia: “Fijen la fecha ya”.
En realidad, el gobierno no se había negado a nada. Así que en la Asamblea Nacional deciden convocar a todos los sectores políticos, económicos, sociales y culturales a hablar de ese tema, para establecer una fecha de consenso y un cronograma viable, con miras a proponerlo al Consejo Nacional Electoral. De inmediato, los que estaban clamando por una fecha, dicen que es un abuso de poder pretender fijar la fecha de ese modo, que el gobierno no tiene derecho a eso. ¿No parece cosa de gente perturbada?
Si el gobierno hubiera presentado unilateralmente una fecha de elecciones, habrían denunciado un brutal acto de totalitarismo. Pero, como convocó a una gran consulta, decidieron que deben oponerse en nombre de la majestad del CNE. Llega a ser cómico porque, si se revisan las declaraciones previas de algunos de los que incurren en esta conducta aparentemente chiflada se encuentra que son de esas personas que le niegan legitimidad al Poder Electoral, las que dicen que es necesario volver a las votaciones manuales, con los sufragios contados mediante cuadraditos con un palito diagonal, equivalente a cinco.
Los convocaron a todos, pero algunos de los que estaban exigiendo a todo pulmón el cronograma electoral no acudieron al llamado. Destaca en este grupo la Conferencia Episcopal, esa especie de partido político que —dios sabe por qué y nosotros también— siempre defienden los intereses de las clases dominantes; pero en nombre del pueblo.
Claro que la locura de esta gente es sólo aparente. En el fondo no quieren que haya elecciones y van a tratar de sabotearlas con todos los recursos que tengan.
Sin mí, el caos
En medio de las expresiones colectivas de trastorno mental, sobresalen algunos personajes, afectados por males bastante evidentes. Uno de ellos es el narcisismo.
Claro que un alto porcentaje de los líderes padece algún grado de narcisismo, pero algunos se pasan, como es el caso de la dama de alta cuna que, sabiéndose (o creyéndose) ahora la preferida de las élites imperiales, dice que en Venezuela “no podrá haber elecciones sin mí”.
Este tipo de enajenación puede resultar incluso graciosa, como era el caso de un compañero de estudio al que comenzamos a llamar “Superyó”, luego de conocer la teoría freudiana en clases de Psicología de la comunicación. Lo malo es que la chifladura de los individuos apoyados por un poder imperial tiene efectos muy dañinos para todo el país. Por ejemplo, la temeraria y calumniosa afirmación de María Corina Machado sobre la ubicación de Venezuela entre los grandes productores de cocaína del mundo puede ser usada (como ya lo han hecho tantas veces) por la camarilla sociópata de Estados Unidos para agredir al país, incluso militarmente.
Maduro incendia Chile
Si la insania es peligrosa al manifestarse entre los líderes políticos, también lo es cuando florece en las figuras de los medios de comunicación y las redes sociales.
Hay tantos casos que podría llenarse una edición de 4F entera para mostrarlos todos. Por esta vez, hablemos únicamente de los periodistas e influencers que han expuesto la versión de que los gravísimos incendios ocurridos en Chile fueron mandados a provocar por el presidente venezolano, Nicolás Maduro.
Se entiende que algunos de estos personajes son monomaníacos incurables, gente que de tanto pronosticar la caída de la Revolución ha ido perdiendo el juicio irremediablemente. Pero es más creíble la hipótesis de que están bien de la cabeza, aunque envenenados por el odio, y lanzan ese tipo de infamias con la finalidad de seguir cultivando la matriz del Estado fallido que causa daños a otros países, por lo que se hace merecedor de una intervención externa.
Qué rabia, los Tiburones ganaron la serie
Líderes políticos y personalidades comunicacionales puede que sufran locura o que sólo se hagan los fritos. Pero sus campañas (casi siempre orquestadas) han conseguido que una parte de la población se desequilibre seriamente; de verdad verdad.
Así se explica que venezolanas y venezolanos del común, gente trabajadora y educada, llegue a extremos ridículo-demenciales como el de expresar, en las redes sociales, su rabia por la victoria del equipo Tiburones de La Guaira en la Serie del Caribe 2024.
En lugar de celebrar porque el país finalmente logró (luego de 15 años) conquistar ese torneo de clubes campeones del beisbol profesional, estos connacionales sacaron a relucir su bilis porque el equipo es propiedad de Wilmer Ruperti, un empresario cercano a la Revolución.
También les molesta que lo haya dirigido Oswaldo Guillén porque alguna vez dijo admirar a Fidel Castro. Y, ya en el extremo de sus delirios, afirman que los peloteros del conjunto guaireño no ganaron en el terreno, sino que “Diosdado compró la Serie del Caribe”.
Uno puede reírse a carcajadas de estos disparates, pero en realidad es algo triste, pues revela el terrible daño que las campañas mediáticas y enredáticas han causado en la psique del opositor promedio. Un daño que, en muchos casos, parece irreversible.