Por: Werther Sandoval
Podría ser atrevido. Pero tras la lectura del reportaje publicado por el diario español eleconomista.es, titulado El imperio de Exxon: más de un siglo dominando la industria del petróleo, es inevitable relacionar la agresiva voracidad lucrativa y belicista del actual presidente de la Exxon Mobil, con la evasión del servicio militar del progenitor de su empresa, John D. Rockefeller, a participar en la Guerra de Secesión de EEUU, que cobró cerca de 600.000 vidas entre 1861 y 1865.
“Y mientras miles de ciudadanos morían en el campo de batalla, él (Rockefeller) y su firma se fijaban en las fluctuaciones de materias primas básicas para el conflicto, como alimentos o suministros. Sin embargo, dos años antes de que acabase la guerra, él y su socio, M. B. Clark, pusieron sus ojos en un nuevo activo que parecía prometedor: el petróleo”, dice el reportaje.
Es decir, el sueño americano de John D. Rockefeller hacia “patria” con la muerte de sus compatriotas, lucrándose con los alimentos y el petróleo exigidos por la contienda bélica, aplicando así la misma estrategia que hoy subyace y emplea la Exxon Mobil en sus relaciones con el gobierno de Guyana, al afirmar su presidente, Alistair Routledge, que “las medidas adoptadas por este país son un buen augurio para fortalecer su relación bilateral con países como Estados Unidos en el área militar, defensa y seguridad”.
En otras palabras, la empresa heredera de John D. Rockefeller (1839-1937), cuyo padre decía: “Engaño a mis hijos cada vez que puedo”, calienta el enfoque militar de Guyana, mientras le exacerba un supuesto patriotismo; útil para hacer negocios petroleros.
Y es que en la trastienda de los negocios con las guerras donde mueren otros, la historia de la Exxon Mobil está marcada por su impronta genética del monopolio, de su adicción por el control total del negocio petrolero, una carga hereditaria que hoy determina sus decisiones en torno a sus relaciones con Guyana respecto al petróleo venezolano que explota del venezolano Esequibo.
La hebra histórica de la empresa sigue siendo la misma: apropiarse monopólicamente del petróleo. El reportaje de eleconomista.es relata que la eficacia de la compañía respecto a sus costes la posicionó como uno de los actores con mayor pujanza del mercado. Tanto que, al finalizar la Guerra de Secesión, en 1865, ya estaba en el top 5 por ingresos del país. Y poco después comenzó su expansión nacional.
Empezó cambiando el nombre de la compañía, a Standard Oil, y para 1870 ya refinaba un cuarto del petróleo del país. Y, además, contaba con un as en la manga, un acuerdo secreto para el transporte de crudo con una tarifa preferencial. La compañía ferroviaria Lake Shore Rail Road le ofrecía un descuento de 74%, un arma con la que hundió los precios y desplumó a la competencia. A cambio, la empresa de transporte recibía, al menos, 60 furgones diarios de crudo.
El texto cuenta que este acuerdo, junto con su eficaz modelo de gestión y una agresiva campaña de compras, la convirtió en la responsable del refino de 95% de todo el crudo de Estados Unidos. Era el rey del petróleo mundial, con 20.000 pozos, 6.400 kilómetros de oleoductos y más de 100.000 empleados.
“Todo iba bien hasta 1885, cuando el fiscal general de Ohio, David Watson, demandó a la compañía por monopolio, pidiendo su disolución. Esta imposición solo fue parcial, separando la firma de Ohio del resto. Ya con una condena en firme, la situación parecía complicada, pero el ingenio de Rockefeller daría vida al imperio de Standard Oil, al menos, durante un par de décadas más”.
A los pocos años, la empresa volvió a ser fundada, esta vez con la sede en Nueva Jersey, aprovechándose de una regulación más indulgente. En teoría, la empresa en sí misma no era un monopolio con su nueva estructura; pero realmente dominaba más de 88% del petróleo; gracias al control que tenía en el accionariado de otras 41 compañías. El problema vino cuando Estados Unidos lanzó la Ley Sherman, una ley antimonopolio que prohíbe todo acuerdo que restrinja el comercio, unas normas que serían la base de la futura destrucción de la compañía, que, sin embargo, tardó tiempo en ponerse en marcha.
En 1909, el Departamento de Justicia demandó a la compañía, en un caso histórico, por sus “descuentos y prácticas discriminatorias contra la competencia”. En el que fuera uno de los conflictos judiciales más importantes de toda la historia de Estados Unidos, la sentencia decretó que la empresa debía dividirse en 34 firmas independientes. De los restos de este imperio surgió toda la industria petrolera que hoy conocemos y, a la cabeza de estos, se encontró Exxon.
En los confusos años iniciales del sector, tras el fin del reinado de Standard Oil, una empresa comienza a emerger entre los ‘hijos’ de aquel gigante. Se trata de Jersey Standard, que crece hasta adquirir el 50% de Humble Oil. Esta fue la culminación de una expansión a lo largo y ancho del país, a través de una batería de ofertas por minas, plantas y activos. Ante la necesidad de unir bajo un mismo paraguas a un amplio grupo de empresas que habían ido fusionándose, cambió su nombre a Esso, abreviatura de Standard Oil, en 1926.
Finalizada la segunda guerra mundial, entró en el crudo de los Países Bajos y en Arabia Saudita, comprando parte de la Arab-American Oil Company, lo que hoy en día es Aramco, la tercera empresa más grande del mundo. También fue una de las principales firmas detrás del despertar petrolero de Libia, al realizar un gran descubrimiento en 1959 en la región.
En la década de los 50, su poder como un titán de la industria estadounidense ya estaba completamente claro. En la primera edición de la revista Fortune, la empresa ya figuraba en el Top 3 de todo el país, solo por detrás de General Motors y delante de marcas clave en la historia del país como US Steel.
Desde entonces, el tema del nombre de la compañía se convirtió en un verdadero problema. La que fuera Jersey Standard llevaba décadas llamándose Esso, una abreviatura que recordaba al viejo imperio de los Rockefeller, pero que no gustaba al resto de herederos de la petrolera, que la demandaron. Estos pleitos fueron muy distintos en cada estado, obligando a que, dependiendo de si la marca estaba en el extranjero, en Nueva York, Los Ángeles o Dallas; el nombre variase. Para poner fin a esta situación decidió cambiar su nombre a Exxon.
Otra guerra, de Israel, la de Yom Kippur, provoca que la Opep detenga su producción y realice un embargo a Occidente. Los efectos fueron claros: se duplicó el precio del crudo y se desató una recesión global.
Tras la crisis del crudo, la compañía protagonizó uno de los mayores accidentes ambientales hasta la fecha. Uno de sus petroleros encalló en Alaska, provocando una fuga que afectó a más de 2.000 kilómetros por toda la costa, vertiendo más de 37.000 toneladas de hidrocarburos. Finalmente, Exxon llegó a un acuerdo de 1.025 millones de dólares para compensar lo ocurrido.
Durante la década posterior, la compañía siguió un rumbo trazado, sin grandes cambios en su hoja de ruta; pero pronto se vio que estaba cociendo uno de los mayores golpes en toda la historia de Wall Street. En 1998, Exxon y Mobil, otro de los herederos de la antigua Standard Oil, anunciaban un acuerdo de fusión por 73.700 millones de dólares. La primera petrolera del mundo se unía a la tercera, en la que era la adquisición más grande hasta aquel momento y, creando, sin duda, la que sería la mayor empresa energética del mundo, ExxonMobil.
Este acuerdo surgió poco después, casi como respuesta, a la unión de BP con Amoco, la que durante un corto periodo de tiempo fue la mayor fusión industrial. Sin embargo, pronto fue eclipsada por el nuevo imperio petrolífero norteamericano.
Hoy la compañía reafirma su vocación de poder. El penúltimo capítulo es, al margen de la guerra de Ucrania y la posterior crisis energética, el ‘boom’ de producción apoyado en la tecnología de fracturación hidráulica. Su apuesta por este nuevo mecanismo para extraer hidrocarburos le ha llevado a su último y ambicioso movimiento, con la compra de Pioneer por 60.000 millones de dólares.
El último capítulo se sintetiza en las palabras de su presidente, Routledge: “Seguimos comprometidos con Guyana y hacemos negocios aquí; y cumplimos los compromisos que asumimos. Los guyaneses pueden esperar aún más inversiones mientras la compañía trabaja para finalizar su sexto proyecto aquí con el Gobierno”.
De hecho, el presidente de Guyana, Irfaan Ali, anunció el pasado 8 de febrero que harán inversiones en equipos y armamento militar con la ayuda de EEUU, Francia y Reino Unido.
Actualmente, con tres buques de producción de petróleo (Liza Unity, Liza Destiny y Prosperity) en funcionamiento, la compañía produce aproximadamente 645.000 barriles de petróleo por día. Se espera que para finales de 2024 pueda alcanzar una producción total de 500 millones de barriles acumulados, desde el inicio de la producción en 2019.