Quienes estudiamos la ciencia de la comunicación desde las aulas universitarias, desde los diversos ámbitos que la sociedad actual; hemos leído, tenemos que haber leído, aquella máxima de que quien maneja la información maneja el poder.
Algunos atribuyen la frase al filósofo Hobbes, en su libro El Leviatán. Aunque ya, siglo antes, el sabio chino Confucio hablaba sobre la utilidad del conocimiento, de las formas de transmitir información, ideas, en sus consejos sobre formas de gobernar.
Ni hablar de Sun Tzu, cuando menciona en uno de sus capítulos en El Arte de la Guerra, la importancia de los agentes, los espías, en el manejo de la información privilegiada.
Porque, claro, no se trata de manejar cualquier información. Se trata de información que pueda ser trascendental para la mayor parte de la población, que afectará directamente su vida.
Tampoco se trata de información pura, de aquella que nos cuentan los viejos filósofos, sabios, los amantes de la sabiduría. No. Aquí ya hablamos de información que genere opinión, que genere percepciones.
Para eso, sobre todo a partir del siglo 20, el hegemón fue creando una poderosa maquinaria, una maquinaria que sirviera para controlar y manipular las masas. Una maquinaria que supiera utilizar los últimos avances de la ciencia.
Todos hemos leído, y quizá alguna vez visto, alguna de las entrevistas que dio en vida Edward Bernays, el escritor del tantas veces mencionado «Propaganda«.
Algunos le llaman padre de la publicidad moderna. Sobrino de Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis, utilizó las enseñanzas de su tío para campañas que iban: desde poner a fumar a mujeres hasta derrocar gobiernos hostiles a Washington.
Con otro grupo de “patriotas” norteamericanos que buscaban conquistar el mundo, pero también controlar a su población, una población que ante el auge económico de su país pedía mayor participación en la toma de decisiones, de mayores cuotas de poder.
Para eso trabajó y acuñó aquello de la “ingeniería del consenso”, es decir, cómo hacer que las grandes masas se unan en torno a una idea, un mensaje. No es casual que se desatara un inusitado patriotismo, patriotismo que llevara a las masas norteamericanas a ponderar y aplaudir invasiones en lugares muy distantes. Sobre todo, a un pueblo que todavía no se reestablecía de la guerra civil que vivió, y que por eso se volvió pacifista, a ese pueblo le hicieron aplaudir y pedir la participación en la Primera Guerra Mundial.
Con 26 años de edad, Bernays viajó a París junto al presidente Woodrow Wilson, allí se negoció el acuerdo que puso fin a aquella conflagración mundial.
Luego, y en ese nuevo contexto mundial, se encargó de promocionar los logros de su gobierno, de convencer a la gente de que, gracias a su respaldo, y al accionar de su fuerza militar; el mundo sería mejor y “más seguro para la democracia”.
Bernays, que ya había establecido nexos con periodistas del Viejo Continente, con los dueños de los grandes medios, claro, y representando al gobierno que se ungió como ganador de la Guerra, como el salvador de Occidente, logró convertir a Wilson en un héroe para los mismos europeos.
Empezó, cimentó, ese arropamiento que sufre hoy Europa por parte de Estados Unidos, “en nombre de un mundo mejor y más seguro para la democracia”.
El perspicaz personaje notó que la misma forma de manipular podía hacerla en tiempos de paz. ¿Cómo? Con el conocimiento, con la información de su tío Sigmund Freud.
El padre del psicoanálisis explicaba sus teorías apelando a los impulsos irracionales, los mecanismos de control que evitan que afloren esos impulsos ocultos e indeseables. Su sobrino quedó fascinado y llegó a la conclusión de que podía beneficiarse si se era lo suficientemente hábil para encontrar los mecanismos que permitieran manipular a la sociedad.
Observó que el éxito estaba en ser sutil, movilizar deseos y sentimientos, hacer que las personas pensaran que ellas tomaban la decisión, que lo habían hecho por su libre albedrío.
Claro, para ello tenía la complicidad, aval, del aparato estatal norteamericano. El trabajo de Bernays se fortaleció luego con el concurso de la CIA. Ya hemos escrito desde este espacio sobre los nexos de la CIA y la corporatocracia mediática, desde cuando Allen Dulles jefaturaba la agencia de inteligencia.
Todo se potenció con los avances tecnológicos. Con el mayor alcance e inmediatez de los medios de comunicación.
Pero, cuando surgen otros actores que les pelean la hegemonía mediática, el control del mensaje, que les cuestionan la narrativa, les desenmascaran la manipulación; se desesperan, pierden el aplomo.
Pierden las formas, el decoro.
¿Un ejemplo? El caso Assange.
Es un caso que los ha puesto en evidencia. Se les ha ido de las manos. Se les ha ido de las manos desde hace años, pero ahora es cuando más sienten la complicación.
Va creando rencillas entre los aliados
En efecto, refiriéndose al tema, el 15 de febrero, el primer ministro australiano, Anthony Albanese, dijo: “esto no puede seguir y seguir de manera indefinida”.
De hecho, el 14 de febrero, por abrumadora mayoría, el parlamento pidió, la liberación de Julián Assange, ciudadano de ese país y fundador de Wilki Leaks.
Recordemos que Assange había fundado el lugar web donde se publicaba documentos filtrados sobre temas militares, políticos, diplomáticos, de situaciones incómodas a las potencias occidentales.
La página, en donde se garantizaba, según los parámetros universales del periodismo, del derecho a la información del que tanto habla Occidente, el anonimato de sus fuentes; empezó a ser hostigado por Washington. Sobre todo cuando filtró muchos documentos donde se exponían los horrores perpetrados por militares norteamericanos en Irak y Afganistán.
El asunto se tensó cuando en abril de 2010, en el Club Nacional de Prensa de Washington D.C., Assange difundió un video titulado “Asesinato colateral”, este era una grabación de 2007, desde un helicóptero Apache de las fuerzas armadas estadounidenses.
Se ve cuando el aparato sobrevolaba la capital de Irak, Bagdad y la forma como dispara contra población civil, inocente, que se encontraba en la calle. Se apreció como los acribillaron, incluyendo a dos empleados de la agencia de noticias Reuter.
Lo repugnante fue que durante la grabación se escucha a los militares norteamericanos riéndose e insultando a sus víctimas. Esta grabación, evidentemente, prueba un crimen de guerra.
Luego siguieron miles de documentos que fueron denominados “Registros de la guerra de Irak” y “Diarios de la guerra de Afganistán”. Era evidente, Estados Unidos, “el adalid de la democracia, de los derechos humanos”, cometía crímenes de guerra, y no eran hechos aislados, así entrenaban a sus militares.
La jauría se desató contra Assange. Muchos políticos hablaban de asesinarlo. Joe Biden, por aquellos años vicepresidente del país, llamó “terrorista de alta tecnología”, al comunicador.
Poco después, el Departamento de Justicia de Estados Unidos conformó un gran jurado secreto para emitir una acusación secreta contra Assange. Dicha querella clandestina se reveló vía WikiLeaks, en 2012.
A partir de allí, Estados Unidos y el Reino Unido montaron una cacería judicial contra Assange. Por cierto, el gobierno de Ecuador, en tiempos de Correa, ante la desmedida persecución, le brindó asilo político.
El periodista Michael Isikoff, en 2021, reveló que la CIA fraguó planes para secuestrarlo en la embajada y luego asesinarlo.
Hoy, Assange está en manos de la justicia británica, con mucho riesgo de ser llevado a Estados Unidos, donde probablemente sea torturado y asesinado. En estos días deben decidir su destino.
En Australia, país miembro del AUKUS, junto a Reino Unido y Estados Unidos, la opinión pública, sus políticos, se oponen a que su paisano sufra un linchamiento.
¿Se arriesgará Washington a crear una rencilla con un aliado que hoy le resulta vital en la zona del Indo-Pacìfico? ¿En sus planes de contención contra China?
El caso Assange ha sido otro elemento por los cuales el viejo hegemón y sus aliados van perdiendo la lucha de las narrativas, el debate ideológico. Contrastados con la realidad quedan al descubierto. Son farsantes. No tienen autoridad moral para exigir lo que no respetan.
Por cierto, hablando del tema. Todos recordamos la farsa que se contó en 2003 para invadir Irak. Se orquestó una campaña para hacer creer que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva y ponía en riesgo la seguridad mundial.
Voces independientes señalaron que era falso, pero la corporatocracia mediática global hizo su trabajo. Demonizaron al mandatario iraquí que terminó ahorcado, después de haber servido a Washington.
Inclusive, convirtieron en show la invasión. CNN transmitió en vivo las incidencias, desde el inicio.
Hoy aplican el mismo libreto, con otros actores, con nueva tecnología.
Veamos: hace poco, el Gobierno de Israel acusó a trabajadores de la UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, de haber participado en el ataque de Hamás el 7 de octubre.
Automáticamente, Estados Unidos y sus incondicionales de Occidente suspendieron sus aportes financieros, sin la menor investigación. Pocos días después, la emisora británica, Channel 4, tuvo acceso al expediente de inteligencia sobre la UNRWA, que Tel Aviv compartió con sus aliados. Allí no se encontró “ninguna evidencia que apoye su explosiva acusación”. Otros medios occidentales, Financial Times y el canal de televisión Sky News, también obtuvieron el material y concluyeron en lo mismo.
Jeremy Scahill, reportero y corresponsal del portal periodístico The Intercept, cree que esas afirmaciones israelíes son un ejemplo más de “una campaña de propaganda deliberada para justificar su brutal ataque a Gaza. Este es uno de los mayores fraudes de la historia moderna, que trae reminiscencias de las mentiras con las que se justificó la invasión y ocupación de Irak”.
Durante una entrevista con Democracy Now, Scahill rememoró que la UNRWA es la organización humanitaria más importante que opera en Gaza.
«De hecho, se estableció expresamente en 1949, durante la Nakba, donde más de 750.000 palestinos fueron obligados a abandonar sus hogares en una campaña de exterminio o aniquilación que allanó el camino para el establecimiento del Estado de Israel tras la Segunda Guerra Mundial», señaló.
Siguiendo con el tema, expresó que inmediatamente después de que la Corte Internacional de Justicia fallara a favor de Sudáfrica y ordenara imponer medidas provisionales que incluyan la prevención de actos genocidas, el cese de la masacre de palestinos, que el tribunal reconoció como grupo protegido, y permitir, con efecto inmediato, la entrada de ayuda suficiente para hacer frente a la catástrofe humanitaria causada por el ataque israelí a Gaza, los israelíes decidieron abrir un nuevo frente y acribillar a la sociedad y los oídos de los líderes occidentales con una campaña de propaganda destinada a lograr que se unan a la cruzada para eliminar la UNRWA.
«Israel preparó entonces su llamado dossier de inteligencia con alegaciones sobre 12 empleados de la UNRWA, que tiene unos 13.000 empleados en Gaza y 30.000 empleados repartidos en todo Oriente Medio en los lugares donde residen los palestinos desplazados», indicó.
¿Qué ocurrió después? Sccahill dice que le recuerda mucho a Judy Miller, The New York Times, la nube en forma de hongo, Dick Cheney, todo el periodo previo a la Guerra en Irak. Fueron a The Wall Street Journal, y los israelíes le proporcionaron a The Wall Street Journal lo que ese periódico entonces anunció como un dossier de inteligencia. Y van más allá de los 12 miembros. Dicen que un 10% del personal de la UNRWA en Gaza, 1.200 empleados, tienen conexiones con Hamás y la Yihad Islámica Palestina, y dicen que esto no es cosa de unas pocas manzanas podridas.
«Bueno, esta campaña de propaganda israelí en forma de artículo en un importante periódico estadounidense, tiene como autora principal a Carrie Keller-Lynn. Es una nueva colaboradora de The Wall Street Journal. Empecé a indagar quién es esta persona, porque ella no tenía una biografía completa en la web de The Wall Street Journal. Y bueno, resulta que es una veterana de las Fuerzas de Defensa de Israel. Era una abierta opositora al movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones cuando estaba en la universidad en Estados Unidos. Y una amiga suya cercana, con quien hizo una entrevista conjunta para una organización que lleva a estudiantes de posgrado estadounidenses a Israel, le atribuye la creación, durante la guerra de Gaza de 2009, de la estrategia en las redes sociales de las Fuerzas de Defensa de Israel», indicó.
Es decir, se crean historias para justificar masacres, para que la población, por lo menos un sector importante, este predispuesto a respaldarlas.
No les importa los «daños colaterales», no tienen escrúpulos ni reservas éticas. Pero a diferencia de los tiempos de Bernays, de la invasión a Irak, hoy existen medios importantes donde se contrarresta su narrativa.
Siempre lo decimos, sus errores, sus inconsecuencias, sumado a las virtudes de sus adversarios, hacen que el hegemón vaya mermando su poderío.