Por: Beatriz Rondón
Al cumplir 32 años, Yuleisy se convirtió en madre primeriza y se vio en apuros con su trabajo independiente, pues en la recta final de su embarazo tuvo que prescindir de usar la vieja, pero todavía fina, Vespa que heredó de su suegro Don Giovanni; quien la bautizó «La Paperino» por ser una moto de cajón trasero, de esas que usaban en la II Guerra Mundial, ideal para transportar la mercancía que servía de sustento a la familia que su mayor hijo Cesare formó en el 23 de Enero de Caracas a finales de la década del 60 con las Peñuela.
Cesare había fallecido en un combate entre la UTC y la Digepol durante la lucha armada contra Betancourt y dejó huérfano a su hijo Juliano, quien se hizo panadero, como él, y convivió durante mucho tiempo con Yuleisy Peñuela. Juliano desapareció del mapa una noche de parranda en el cerro, cuando salió a comprar una botella de ron y cigarrillos: nunca más se supo de él. Yuleisy le guardó luto y dispuso una foto de ambos en el espejo de la cómoda montados en la Vespa en una playita del litoral.
A Yuleisy no le pregunten cómo pasó el tiempo, pero a la edad de 32 años se embarazó y la emoción de tener a su baby en brazos se mezclaba con las responsabilidades de su trabajo freelance, que le exigía largas horas frente al computador llevando las cuentas de la panadería; mientras su hermano distribuía el pan en la Vespa que ella dejó de usar cuando comenzó a sentir las fatigas propias del embarazo.
Yuleisy no escatimaba esfuerzos, pues su mayor anhelo era darle a su hijo la mejor vida posible. Un día, mientras Yuleisy tecleaba con entusiasmo, sintió una punzada en el vientre. Presintiendo que algo no andaba bien, se dirigió al hospital. Allí, la noticia la golpeó como un balde de agua fría: su hijo nacería con una compleja cardiopatía. El mundo se le vino encima. La incertidumbre y el miedo se apoderaron de ella. ¿Cómo afrontaría los gastos médicos? ¿Podría seguir trabajando y cuidar de su pequeño al mismo tiempo? ¿Su hijo tendría una vida normal? Sin embargo, Yuleisy no se rindió. Con la fuerza que solo una madre puede tener, se aferró a la esperanza y se dispuso a luchar por la salud de su hijo. Los médicos que atendieron su parto la refirieron al Hospital Cardiológico Infantil Gilberto Rodríguez Ochoa, un lugar lleno de luz y esperanza.
Yuleisy acudió con Samuel, su bebé recién nacido, y fueron recibidos por un equipo de médicos y enfermeras especializados en cardiopatías congénitas. La noticia era dura, pero Yuleisy no se amilanó. Confió en el equipo médico.
Los días en el hospital se convirtieron en una rutina de cuidados, pruebas y esperanzas. Yuleisy, con la valentía que la caracterizaba, dividía su tiempo entre el hospital y su trabajo. No era fácil, pero su amor por Samuel le daba la fuerza para seguir adelante. Un día, después de varias semanas, estaba sentada con Samuel esperando a ser atendida, a su lado se encontraba otra madre con su hijo, quien ya había sido operado. Yuleisy la observa y le pregunta cuánto le salió toda la operación, y la muchacha le contesta «nada amiga, aquí no se paga nada, es totalmente gratis«.
─Aquí no pagamos nada gracias primeramente a Dios y luego a mi Comandante Chávez, quien fue el que creó este hospital.
─¡Chávez! exclamó Yuleisy, con mirada desconfiada y tono de incredulidad.
La mujer se acomodó para amamantar a su bebé y le dijo a Yuleisy, «claro amiga, esto es obra de Chávez. Mira, Chávez se la pasaba por esos caminos y un día visitó mi comunidad y eso fue una bendición porque ahí estaba yo junto a otras mujeres, él se paró y nos escuchó, yo le puse a mi muchachito en sus brazos y le eché el cuento de mi caso y bueno, aquí estoy. Ya hace seis meses que operaron a mi hijo y está muy bien; y sin pagar ni medio, chama«.
Yuleisy se mantuvo pensativa, imaginando como sería que Chávez había creado ese hospital.
En sala de espera, la enfermera le indicó a Yuleisy que pasara al consultorio que la doctora le daría el diagnóstico para la operación.
Y llegó el día. Yuleisy, con el corazón en un puño, acompañó a Samuel hasta el quirófano.
Meses después, Samuel pudo volver a casa. La vida de Yuleisy había cambiado por completo, pero ahora estaba llena de una alegría y un amor inconmensurables. Su pequeño Samuel, a pesar de su condición, era un niño sonriente y lleno de vida.
Yuleisy había demostrado que el amor de una madre puede vencer cualquier obstáculo. Con su valentía y determinación, había logrado darle a su hijo la mejor oportunidad de vida.
La historia de Yuleisy y Samuel es un canto a la esperanza, un ejemplo de cómo la fuerza del amor puede superar cualquier adversidad.
Ahora, Yuleisy sigue trabajando desde su casa como costurera, haciendo baby clothes (ropa de bebé) y puede cuidar a su hijo, mientras su hermano conduce la Vespa distribuyendo el pan que hace con su familia.