Asumir con consciencia la grandeza de la lealtad, pasa ─al menos en mi caso─ por recordar aquellas veces en las que la traición, o la falta de coherencia emocional y estratégica, entre aquellas y aquellos que pasaron por las filas de nuestra militancia se abrieron paso dentro de la historia. Algunos llaman a estas situaciones, espejos; con los años he aprendido a identificarlos para recordarme lo que no quiero ser y fortalecer entonces aquello por lo que seguimos de pie.
Se ha dicho mucho de la lealtad, tanto que pareciera ser una palabra que vino ya impresa en nuestro lenguaje, sin embargo, una vida de dignidad, se basa en la comprensión de la lealtad como una conducta, un rasgo real de quienes hoy alzamos las banderas de la justicia; pues esta, comprende en su totalidad el valor que forja las bases de la confianza, la unidad y la cohesión del proyecto de Patria que vivimos. Sin lealtad, la lucha por la transformación de todo lo que somos y que impacta lo colectivo, se ve debilitada y fragmentada.
Quizás sean estas las razones por las que, históricamente, hemos hecho tanto hincapié en no olvidarla pues en palabras del Che Guevara: «La lealtad es un arma poderosa que nos permite vencer al enemigo y construir un futuro mejor para todos».
Pero, ¿cómo hacemos para que la lealtad pase, de ser una palabra, a hacerse cuerpo dentro de nosotras y nosotros, cómo ajustamos los mecanismos para que, en tiempos de Revolución, de nuevos desafíos, y de 7 transformaciones, sea posible seguir abanderando la lealtad, ante cualquier circunstancia? Pues, nada nos es ajeno, nada se nos presenta aislado, el eje transversal del quehacer militante radica en ella. Gramsci nos lo planteaba, no como una cuestión de sentimientos; sino de acciones que se demuestran en la lucha por la cotidianidad, basada en la defensa de nuestros principios y en la crítica.
Ser leales no implica un obstáculo para la crítica, al contrario, la lealtad política no debe ser un dogma inamovible, sino un valor flexible y adaptable a las nuevas realidades. La construcción de una Revolución Bolivariana y el asentamiento del Socialismo Feminista nos invita de forma constante a una lealtad crítica, reflexiva, y comprometida con aquello que nos impulsó desde el día uno, en la historia de todas y todos.
Lealtad en la acción, para servirnos entonces desde esta voz cohesionada que somos, que retumba en las calles de esta patria/matria que nos vive y que hoy más que nunca nos llama a su legítima defensa.
¡Nosotras y nosotros seguiremos venciendo, palabra de mujer!