Tanto Clinton, los Bush, Obama, Trump, han mantenido la política del hegemón, la de pretender manejar el mundo conforme sus intereses
Los Estados Unidos de Norteamérica ha dado, desde sus inicios, pie a muchas teorías conspirativas que Hollywood y los demás derivados de la industria del entretenimiento se han encargado de amplificar. Claro, todas parten de una base real, de hechos que de alguna manera existieron.
No es secreto que, por ejemplo, George Washington fue masón. Siendo el llamado “padre fundador” y muchos de sus acompañantes de aquellos días eran masones, era lógico que las imaginaciones volaran al momento de las historias y leyendas.
La masonería desde hace siglos está envuelta en una aureola misteriosa, aunque nadie puede negar que muchos masones han sido personajes notables en diversos procesos artísticos, científicos, políticos.
Sabiendo eso, no extraña lo de las teorías conspirativas, lo de rituales secretos místicos y, cómo no, tesoros misteriosos o fuentes de poder ocultas.
Lo de las fuentes de poder aún se habla y discute, pero, no porque provenga de alguna pócima o artificio misterioso, no, esto tiene matices más mundanos, pragmáticos.
Se habla del “Estado profundo”, de un Estado dentro de otro. Se habla de un Estado engendrado dentro del que fundó Washington.
Pero, ¿qué es el Estado profundo? Podríamos decir que varía según quien lo diga. Por ejemplo, para los partidarios de Donald Trump, cuando fue presidente, este era una red de funcionarios públicos que operaría secretamente para impedir que Trump lleve adelante sus políticas.
«El término de ‘Estado profundo’ implica que hay gente secretamente en algún lugar, fuera de la mirada pública, escondida incluso de la burocracia, tirando de las cuerdas y manipulando cosas», afirma Gordon Adams, profesor emérito de la American University, experto en política de defensa y seguridad nacional.
Pero, siguiendo con Adams, “el término es una especie de teoría conspirativa que no capta lo que es una tensión normal entre burócratas, gente que maneja programas por años, y políticos que pueden llegar y tratar de cambiar las cosas«.
A su juicio, el problema es que esa tensión natural en un cambio de gobierno, se ha planteado ahora entre la Casa Blanca y la comunidad de la inteligencia.
Hace dos años la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER, en inglés) hizo público un documento donde analizaba la burocracia en Estados Unidos, señalando que los burócratas tienden a tener peor rendimiento cuando están «políticamente desalineados».
De acuerdo al documento “el temor a un Estado profundo puede considerarse que tiene su origen en dos preocupaciones básicas. En primer lugar, existe la preocupación de que Estados Unidos cuente con una clase de burócratas no elegidos en Washington que están aislados de la responsabilidad democrática”.
“En segundo lugar, si esta clase burocrática aislada existe, ¿tiene un sesgo político?”.
Los autores del informe se preguntan: ¿Por qué tenemos una clase burocrática que no representa las opiniones de la nación en su conjunto, ni responde a los deseos del pueblo?
“Si los políticos y los burócratas estuvieran puramente interesados en apoyar la voluntad del pueblo, sería una expectativa razonable. Sin embargo, como señala la tradición económica de la ‘elección pública’, no hay razón para esperar que los objetivos de los burócratas individuales se alineen con los objetivos de los votantes”, dicen.
En otro párrafo, señalan que “si los burócratas quieren oficinas más grandes o títulos más importantes, pueden intentar producir servicios que parezcan importantes para los políticos que toman las decisiones presupuestarias”.
Concluye el informe que “el Estado profundo no tiene por qué ser un asunto de conspiración: se trata simplemente de individuos que persiguen su propio interés dentro de la perversa estructura de incentivos de la burocracia”.
Y, sí, claro, los burócratas pueden jugar a preservar sus propios intereses, ¿cómo no? Pero a esos burócratas alguien los colocó en sus puestos. Ellos no llegaron allí porque fueron y se ofrecieron, tampoco se ganaron el puesto en una rifa.
En Estados Unidos esas ubicaciones son filtradas, sobre todo por la llamada comunidad de la inteligencia. ¿Ustedes creen que, dentro de esa burocracia, la que decide temas importantes para la política interna o externa, hay burócratas socialistas o comunistas? Evidentemente, no.
Es más, la mayoría de esos burócratas, que después ocupan cargos públicos visibles, son formados bajo ciertos parámetros, para que terminen sirviendo al establishment. Son funcionales al sistema.
¿Por qué creen ustedes que, independientemente de quien ocupe la Casa Blanca, la política internacional sigue siendo la misma? ¿Acaso con los demócratas se suspendió el bloqueo a Cuba, a Venezuela?
¿Por qué creen ustedes que, independientemente de quien ocupe la Casa Blanca, la política internacional sigue siendo la misma? ¿Acaso con los demócratas se suspendió el bloqueo a Cuba, a Venezuela?
Tanto Clinton, los Bush, Obama, Trump, han mantenido la política del hegemón, la de pretender manejar el mundo conforme sus intereses.
Ah, que quizá haya disputas entre grupos económicos, de interés, circunstancialmente; es cierto, pero siempre terminan ajustando su política a los intereses que les fueron inculcados.
Ellos, las élites, se guían por aquello del Destino Manifiesto, de la Doctrina Monroe, del Excepcionalismo. Claro, lo que muchos ignoran, o pretenden ocultar, es que esa burocracia, de la que se quejan, es parte intrínseca de los Estados Unidos. Esa burocracia se inició con Washington y sus allegados. Está diseñada para defender los intereses de quienes la engendraron. De los grupos de poder que se constituyeron, de los que con el correr de los siglos se fueron transformando y hoy alcanzan dimensión global.
Ya nos hemos referido a como sus empresarios llegaban a otras latitudes para hacer negocios, pero iban acompañados de sus cañoneras.
Esa es la génesis de las trasnacionales norteamericanas, nacidas y desarrolladas al amparo de su aparato estatal, de su burocracia. Evidentemente la burocracia fue alimentada por esos empresarios, que muchas veces eran los mismos políticos. Eso se ha notado, sobre todo en el sector petrolero y armamentístico.
Son sobrados los casos de guerras entre naciones o guerras civiles fomentadas por las petroleras. Y, montada la guerra por la energía, el complejo industrial militar también se frotaba las manos porque era otra oportunidad para vender más armas.
La burocracia se encarga de darle forma legal, de acomodar las leyes, de hacerlas acordes con el sistema, de cuidar las formas.
Algunas de esas formas, de esas leyes, se hacen solapadamente, en un segundo plano; hay gente experta en ello, son quienes llevan muchos años en el aparato estatal. Ellos se definen como técnicos al servicio de la democracia. No se hacen problemas, han trabajado para demócratas o republicanos, incluso han asesorado a gobiernos extranjeros o instituciones supranacionales.
Quien no esté familiarizado con sus tejes y manejes se asombra, le parece extraño. De eso se trata, de hacer enrevesadamente las cosas para que parezca mística, misteriosa, inentendible para los profanos.
Pero no olvidemos que ese país fue diseñado para que las élites mantengan el poder, el control social. Eso lo extrapolaron al resto del planeta, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, donde quedaron como los ganadores para Occidente y así establecieron una burocracia mundial que los favorece.
Esas élites, que más allá del complejo industrial militar y las petroleras, se manifiestan en el sector financiero, son quienes imponen las reglas y direccionan la política norteamericana, la hegemónica.
Ellas, o todas juntas, fusionadas en grandes corporaciones, imponen discursos y narrativas, imponen lineamientos que, con mayores o menores matices, siguen los gobiernos.
Hasta hace algunos años preferían estar en la sombra, o reunirse en eventos como el Foro de Davos, para hacer sentir su poder e influencia.
Hoy ya no, ya suelen expresarse más reiteradamente. Es importante hacer seguimiento a lo que dicen, para más o menos saber por dónde irá la política de Occidente en lo venidero.
Así, por ejemplo, hace unos días se pronunció el director ejecutivo del JPMorgan Chase, Jamie Dimon, hablando sobre su visión, la visión de su institución de la coyuntura global actual.
Dijo Dimon, en una carta difundida por la corporatocracia mediática global y las llamadas redes sociales que ellos también manejan, que el mundo vive hoy en día una situación muy complicada en la que el elemento fundamental es entender que hay dos pilares fundamentales: geopolítica e inteligencia artificial.
En su carta anual destinada a los accionistas de la entidad financiera que dirige, marcó su agenda global: pro América, pro militar, pro Ucrania, pro comercio, pro capitalismo y anti China. Según dijo, «la lucha de Ucrania es nuestra lucha y asegurar su victoria es asegurar a EEUU primero».
Allí es necesario resaltar aquello de “antichina”. Es algo que se ha visto en los documentos de seguridad, en los discursos de Trump y de muchos de los llamados “tanques pensantes”.
Alguien podría decir que eso de “antichina” no tendría mucho sentido, primero porque China no pretende, así lo han dicho, así lo han demostrado, intentar algún tipo de ataque a Estados Unidos. Los chinos, su práctica lo demuestra, prefieren el desarrollo comercial, diplomático, al revés de Washington, que prefiere la imposición, la agresión.
Pero; además en estos tiempos, en este momento del siglo 21, las economías de China y Estados Unidos están tan complejamente imbricadas, que un desacople violento perjudicaría a ambos países, quizá más a Estados Unidos.
Más a Washington porque China, a través de los BRICS, podría manejar mejor el hipotético desacople. En la práctica es complicado, más allá de algunas subidas de aranceles o medidas proteccionistas.
Esa declaración quizá tenga que ver más con una toma de posición en medio del año electoral que vive Estados Unidos, con unas elecciones complicadas, tensas.
Quizá tiene que ver con jugar la carta del chauvinismo, que tanto funciona. Por eso Dimon habla de retomar el liderazgo de su país, que «está siendo desafiado desde afuera y desde adentro por nuestro electorado polarizado». ¿Y cómo tiene que estar entonces el electorado, pensando lo mismo? En la IA es un momento de gran cambio, como sucedió con la máquina de vapor. Así, esta sería capaz de cambiar todos los trabajos, siendo el punto sobre el que pivotar todas las economías.
La carta habla de que 2023 fue otro año clave en cuanto a desafíos: guerra, Oriente Medio, Ucrania, China…en un entorno de incertidumbre, con inflación en el mercado, se ha hecho negocio a nivel mundial.
En otro párrafo, dice que se deben reducir las diferencias ideológicas para que todos los países de Occidente trabajen de manera conjunta a través de la democracia. «En este tiempo de crisis, la unidad para proteger las libertades esenciales son clave«, acotó.
Como parte de un discurso que ya se conoce ampliamente, habló de que América y el mundo de Occidente libre no puede permitir la falsa ilusión de que los dictadores que oprimen no usarán su potencial económico y militar en el avance de sus objetivos. «La seguridad nacional es importante ver cómo no volvemos a tiempos pasados«, agregó.
La cereza del pastel la pone cuando afirma que: «Occidente quiere el liderazgo de EEUU». Desde su óptica, el dilema es como el mundo hace para ceder el liderazgo para que sea EEUU quien lidere el mundo.
Uno podría decir que ese es otro discurso más de la derecha supremacista, hegemónica, norteamericana, y si, lo es, la diferencia está en que quien lo dice es un personaje con gran influencia en los estamentos de la sociedad norteamericana donde se deciden políticas internas y externas. Es un personaje de alcance global, no olvidemos que su banco tiene influencia en más de un centenar de países, que condiciona a muchos gobiernos y empresas del mundo.
Trasnacionales norteamericanas, nacidas y desarrolladas al amparo de su aparato estatal, de su burocracia alimentada por empresarios, que muchas veces eran los mismos políticos, sobre todo en el sector petrolero y armamentístico
La carta refleja la concepción del mundo que impera en las élites norteamericanas. Es una confesión de parte. Fueron formados en aquello del Destino Manifiesto, del Excepcionalísimo estadounidense, y actúan en consecuencia.
Por ello, les molesta que la OTAN no haya podido derrotar a Rusia; por ello, su discurso antichino; por ello, su injerencia en países como Venezuela, Cuba, Corea del Norte, Irán. Por eso, su apoyo irracional a personajes como Zelenski y Netanyahu.
Por eso, no les importa condenar a miles de seres humanos a la muerte, como en Palestina, si son un obstáculo para sus objetivos.
La carta de quien dirige JP Morgan tiene el efecto de revelar que quienes adversamos esa concepción del mundo no inventamos ni prejuzgamos, lo que se denuncia es verdad, lo escrito en la carta revela como piensan los supremacistas que tienen poder de decisión e influencia. Eso es lo peligroso. También preocupa como usan sus instituciones, sus grupos de presión, inclusive en contra de los intereses de su propio país, para alentar proyectos grupales. Un ejemplo, los grupos pro judíos que en ocasiones entran en contradicción con Washington; pero eso será motivo de una próxima entrega.