Por: Federico Ruiz Tirado
¿Qué llevaban en la mente Capriles y Pedro Carmona Estanga el 11 de abril, emblemas itinerantes del golpe de estado del 2002? Un plan: implantar en Venezuela un Proceso de Reorganización Nacional, al estilo de Videla
En la época cuando Capriles Radonsky redobló su campo verbal con una categoría llamada el “progreso”, digamos que comenzando la década del dos mil, en realidad estábamos ante un término disfrazado, como muchos otros enunciados por la Conferencia Episcopal, la CTV y Fedecámaras.
Ésa fue una palabreja enmascarada, uno de esos signos de la semiótica de la era que dio a luz, en el sentido del parto, del vocerío canturreado de cuando «nació-nació-nació» el honorable Don Pedro Carmona Estanga y el cabeza de hacha de Guaicaipuro Lameda salía en televisión con Chávez hablando de los precios del petróleo y tal y Rafael Ramírez pelaba sus ojos de azul codicioso.
Época también del inefable Pablo Medina, del trogloditismo robusto del general Rosendo y el Plan Bolivar 2000, el resollar por la herida de Petkoff y Jorge Olavarría, el dialecto opusdéico y perfumado de Eduardo Fernández, de Ramón Guillermo Aveledo y los curas Porras y Velasco, y los párpados dilatados de Maky Arenas, Nitu Pérez Osuna, Beatriz de Majo, más la piquiña de Napoleón Bravo y la perfomance de aquel Torquemada de Mikel De Viana, más el olor a naftalina de la tripartita de José Cova y la Compañía de Jesús de los medios privados de Bobolongo Otero, Poleo, Ravel, Zuloaga, Granier y demás agentes del espectáculo, sin dejar de mencionar a unos zombis de la izquierda de antes que todavía creían que Alfredo Peña orinaba agua bendita; todos y otros, poblaban el espectro radioeléctrico, impreso y televisivo: en fin la era del imaginario de los Amos del Valle pintando los ejes del golpe de Estado contra el pueblo de Venezuela y su Comandante Hugo Chávez.
Tanto la voz de Capriles, sigo, más la del empresario Carmona que hacía gala de diferenciar la «g» de la «j», la «s» de la «z» y enfatizaba los hiatos y los diptongos eran, nada subliminalmente, los rugidos del lobo sonriente del fascismo, sus vocablos, sus contraseñas convocantes que se plegaban al susurro acechante de las hienas que desde sus madrigueras observaban a Hugo Chávez y analizaron desde la A hasta la Z las Leyes Habilitantes y escuchaban con semiólogos al lado, las largas horas de Aló Presidente.
Pero, a veces, esos fonemas se le escapaban por sus dilatadas órbitas oculares a Leopoldo López, entonces alcalde, porque no alcanzan a salir plenamente, quedando atrapados en la comisura de sus labios y en su talante de videojuegos de guerra.
Era época de mofas, porque cuando se les encaraba su condición de fascistas, la misma palabra los delataba y se arrechaban. Entonces Capriles disimulaba con la palabra «progreso»; pero como a María Corina Machado cuando dice «hasta el final» la palabrita se agita detrás del antifaz.
Capriles Radonsky fue y será siendo de la MUD, pero nunca ha sido mudo; como creen en la Plataforma Unitaria.
Aun viéndolo bien puede prescindir de hablar. No le es preciso, porque su lenguaje es tácito y guarda una relación intrínseca con su complexión: como el de María o el de la Comandanta del Comando Sur o la hermana de Milei.
Su escamoteo verbal es escandaloso y tenebrosamente natural.
Muchos de estos signos están registrados en la memoria colectiva de modos directos o no. ¿Alguien recuerda a aquella inefable periodista de RCTV ─Marietta Santana─ entrevistando a ese grupo de superhéroes; luciendo en sus cuerpos señales alegóricas al nazismo?
En esa legión de Tradición, Familia y Propiedad (TFP), armonizaron sus adolescencias Capriles y Leopoldo López, abriéndose paso hasta llegar a la creación ─subsidiada por la PDVSA de entonces─ de esta especie de consorcio trasnacional llamado Primero Justicia.
Fascistas como este individuo suelen no sentirse aludidos cuando son tildados de extrema derecha y representantes del más radical conservadurismo porque, en cierto modo, es verdad: su proyecto político no contempla una vuelta al pasado, a la tradición de antaño; ni siquiera sus inextricables muletillas para, a veces, apoyarse en dios o en la fe cristiana, así como al eufemismo del “progreso” (que es el lema electoral de su mudez) son insignias típicamente ideológicas de su universo político.
A Capriles Radonsky, el fascismo europeo lo transparenta desde la sangre, y con la mirada fulminante y abrasiva que hace de las cosas. No hay que ser mago para comprender que el llamado “autobús del progreso” del año 2000 era una máquina opresiva, demoledora, la placa de identidad de su afán por una transformación totalitaria de la realidad socio-política venezolana y la imposición de un orden nuevo al que le urge una dictadura y un mapa que defina claramente la ubicación del enemigo para liquidarlo moral y físicamente.
¿Qué llevaban en la mente Capriles y Pedro Carmona Estanga el 11 de abril, emblemas itinerantes del golpe de estado del 2002? Un plan: implantar en Venezuela un Proceso de Reorganización Nacional, al estilo de Videla. Por eso se volvió inaplazable el uso de la violencia, porque ésta es el cimiento de la ambición fascista por el poder político: toda vez que fue abolida la Constitución, secuestrado el Comandante Hugo Chávez, había que ejecutar la masacre en Puente Llaguno, la persecución a la dirigencia chavista, la invasión a la Embajada cubana, el retiro de la imagen de Simón Bolívar en el Despacho Presidencial y la supresión arrogante del nombre de Bolivariana a la Venezuela que nació con la Constitución de 1999.
La necesidad de abolir lo establecido no podía ser sino con la violencia. La muerte de los enemigos, de los símbolos colectivos de sus contrarios, de los amigos de sus enemigos, no son arrebatos sino advertencias sobrecogedoras del fantasma de Mussolini, padre del fascismo.
Más allá del empaque semántico en que viene presentado, (sea de origen italiano, alemán
o español) para el fascismo la violencia, el exterminio, son instrumentales de la acción política, su razón de ser.
Tales hilos se movieron el 11 de abril desde Washington. Los fantasmas del fascismo, como Sombras de la China, de Serrat, atravesaron las calles y avenidas de Caracas, se emitieron en los canales privados para transfigurar la realidad, apresaron a Hugo Chávez y convirtieron en un ajedrez sombrío esos días de abril, hasta que la fuerza aluvional del pueblo, hizo que la vida tomara asiento 48 horas después.
Es por eso que Capriles casi no habla, porque basta su pasado y su lema de “progreso” para que sus enemigos, que somos nosotros, entendamos lo que representa en esta hora crucial que transita la Venezuela.
La batalla será entre el fascismo criollo y el pueblo venezolano, representado por el Comandante Chávez y su legado libertario; con la presencia de Nicolás Maduro al frente del Estado y la unión cívico militar.