Tiene la tarea de ejecutar la tarea que una autoridad superior le ha encomendado. El comisionado no tiene voz propia, la suya está subordinada a la que sirvió para darle instrucciones. Es decir, quien asume esa posición no se manda solo, pues al tomar iniciativas no autorizadas, corre el riesgo de que, al tropezar con un obstáculo o problema o al cometer un error que atente contra el logro que se la ha asignado, termine con las tablas en la cabeza y, por añadidura, con todas las culpas atribuibles o no a la imposibilidad de concretar el objetivo previamente determinado.
Anda por ahí, surgido de una caja de Pandora repleta de dólares, un personaje que calza perfectamente en la descripción del párrafo anterior. Un candidato a la Presidencia de la República Bolivariana de Venezuela que no tiene voz propia, no tiene ideas propias, no tiene imagen propia. Es un invento de tercera, una carta sacada de la manga de la desesperación y la soberbia. Es como un clon del primer clon, es decir, un clon algo desdibujado, por ser copia de la copia del modelo original.
Este fenómeno es digno de estudio, pues nunca había ocurrido algo así en la historia de nuestra democracia. Claro que ha habido –y muchos– aspirantes apadrinados por dirigentes históricos de un partido X o Y. Y si alguno de estos llegaba triunfante a Miraflores, asumía el trabajo con la autonomía necesaria. No recuerdo un caso distinto. Pero eso que estamos viendo actualmente, aceptar ser una especie de pretendiente a jefe de Estado a control remoto, es una experiencia inédita.
No obstante, algunos dirán que esto no es cierto, que tuvimos un “mandatario narniano interino” gobernado desde el Salón Oval de la Casa Blanca. Pero resulta que, si bien ese vergonzoso ser también respondía a mandos lejanos del norte, no hay que pasar por alto una gran diferencia: mientras el actual cree poder ser elegido por los demás al final de una campaña, el del pasado reciente se eligió a sí mismo sin anestesia. Eso sí, ambos cuentan con la bendición de los poderes fácticos estadounidenses, encarnados en el presidente de turno, sea este Donald Trump o Joe Biden.
Pinocho soñaba con ser un niño de verdad y al final lo logró. Pero hay quienes no quieren dejar de ser marionetas.