Por: Humberto J. González Silva
Por un lado, las dos elecciones de candidato sustituto realizadas por la señora Machado tienen mucho en común: las dos son personas de edad avanzada, con poca figuración o conocimiento público, sin ninguna fuerza que les respalde o acompañe. La señora Machado revela con eso su necesidad de que nadie le haga sombra, de mantener las riendas firmes y en sus manos. Una aspiración, por cierto, bastante alejada de los ideales democráticos.
Por otra parte, eso de tener un candidato en la sombra permite remedar la estrategia electoral de 2015. Entonces, los mismos personajes que reclaman para sí desde hace más de 20 años ser la única y verdadera oposición, siguieron una estrategia (o más bien una estratagema) que les había dado resultado en las elecciones parlamentarias que ganaron: nadie entonces conocía los personajes escondidos tras la tarjeta de la “manito”, no se sacaron entonces afiches con los candidatos a diputados o diputadas, ni oferta programática alguna, que no fuera la de “la última cola”. Las colas, inducidas por ellos y por una burguesía monopólica en la producción y los canales de distribución de alimentos y otras mercancías básicas, habían retirado de los anaqueles tantos productos que no había manera de comprar algo sin hacer largas colas. Pero esas mismas colas serían eliminadas por el acto mágico de votar por “la manito”, que se volvió entonces una especie de conspiración de silencio que encauzaba el malestar (o los malestares) con el Gobierno Bolivariano. No es necesario hacer todo el recuento del manicomio que vivimos como resultado de aquella decisión. Baste decir que los protagonistas de la violencia eran los mismos que hoy llaman a votar por el no-candidato.
Oscar Schémel identifica a través de sus estudios cualitativos, un bloque psicosocial asociado a un “voto extremista que quiere terminar con todo”. Para ellos va en el camión la señora. Pero también, con un no-candidato (alguien que no hace campaña, sino que apenas figura detrás de una enérgica y amenazante líder autoritaria), con alguien que no promete ni se compromete con nada, con un “abuelo bonachón”, se juega a la añoranza por unos “tiempos pasados”, buenos e idílicos, cuando no existían malos gobiernos y todos éramos felices. Es un señor de ese “antes” que nunca existió. Un pasado en que los explotados y excluidos no tenían voz ni candidato.