Por: Federico Ruiz Tirado
Desde que el perfumado y afrancesado banquero Manuel A. Matos lideró en 1901 la Revolución Libertadora contra Cipriano Castro, la alta burguesía venezolana no había puesto a prueba a ninguno de sus alfiles para darle quehacer al movimiento popular y reivindicador en el tablero del poder.
Con Henrique Capriles Radonsky, como candidato de la derecha venezolana a la Presidencia de la República, enfrentado a Hugo Chávez; el rostro, el pensamiento y la acción política de la oligarquía, en modo neo fascista, puesto primero en la escena de la pantalla chica con su grupete de malandros, también de apellidos, «moderados» por la inefable Marietta Santana en un canal de la burguesía de entonces y pletórica en eslóganes dignos de una cadena de comida rápida, cómo aquellos «chicos malos» de Leopoldo López, Ocariz, Julio Borges y uno que otro gladiador de la gran familia de Tradición, Familia y Propiedad; con él, con Henrique Capriles, comienza a inaugurarse en la política nacional la pasantía de los hijos de los apellidos y su incursión directa en los “caminos de la vida» hacia Miraflores.
Es la llamada antipolítica que comienza a intervenir en búsqueda del tesoro perdido.
María Corina Machado estaba frente al espejo imaginando lo que iba a ser su tránsito por el hemiciclo enfrentando a Chávez, cara a cara, creando Súmate, paseando por los negocios de Chacao, besando a los pataenelsuelo, mezclándose entre la clase media y un conglomerado de pobres que alguna vez, antes de la gesta con González Urrutia, se atrevió a abrazar con un kit de desinfectantes para seguir luciendo su abolengo de los Amos del Valle.
Aparecieron Carmona Estanga, los curas de la Ucab y la Conferencia Episcopal, los intelectuales jalabolas del Nazional y libretistas de teleculebras, los académicos de la estirpe de Carrera Damas y sobre todo Bush, a quien ella acudió a solicitar ayuda con las rodillas peladas, picón incluido.
Desde la década de los 90 la anti política fue posicionada como cosa hegemónica en los medios privados, su rostro se hace bastante visible, su discurso anti partidos, su aparente bonhomía, el disfraz de gerente y el uso indiscriminado de técnicas publicitarias –desde publirreportajes hasta matrimonios ficticios con actrices de TV– la consolidaron como vértebra de un movimiento con forma de derecha progresista; pero con contenido neoconservador propio del exilio cubano-americano, el partido republicano norteamericano, el infame Partido Popular profranquista en España y la narcopolítica de Álvaro Uribe en Colombia.
Dos gestos aterradores reconocieron como fascista al menos a Capriles, el «enchufao», el sudorífero.
El asalto a la Embajada de Cuba, donde además de dirigir la turba derechista y agentes de la CIA que intimidaron la sede diplomática, rompiendo con la legalidad internacional y amenazando con tomar las oficinas, lo dieron a conocer como un actor estelar.
El segundo, y más triste de su papel, luego de liderar una campaña presidencial caracterizada por ejecutar sobre el pueblo la más feroz y sofisticada guerra psicológica, fue mandar a sus seguidores a tomar venganza por un “fraude” como excusa para activar la última fase de la estrategia de Golpe Suave contra la República.
Hoy Capriles está bocabajo.
Perdido frente al tarjetón y queriendo que en lugar del viejo, esté ella, su medio par, su medio hermana. Casi llora, que es un signo típico de su crianza.
Capriles, desde un anonimato solo salido del marco por sus amigos de las redes, se acerca a ella, a la Sayona, buscando la figuración que tiene el fotógrafo que la acompaña en las carreteras comiendo empanadas y festejando con ella y solo con ella un cumpleaños fortuito, en el que ella lo abraza y le besa el pescuezo, lo rodea de arrullos fragorosos.
Sin embargo, ésta no sería una semblanza histórica sino decimos que ambos son los arquetipos del fascismo en Venezuela que hoy intenta apoderarse de Venezuela, de sus recursos, de la mano de un exagente de la CIA, casi mudo y sin músculos para subir a la tarima y arengar, vociferar contra Chávez y Maduro.
María Corina Machado lucha consigo misma, con sus sobras, contra la repulsión que provoca e intenta aplacar con la mal habida fortuna forjada por sus antepasados.
Es por eso que no retiene su envalentonamiento de sifrina decadente frente a un pueblo que siente lo que sabrá qué hacer con él viejito en el tarjetón: omitirlo como si fuera ella.