Crónicas de un liderazgo desinflado, en desacato, amenazante y apagado
Megamarchas espichadas
Es un episodio muchas veces repetido, en el caso de la derecha golpista, se inflan las expectativas de su gente con falsas proyecciones, fotos trucadas y relatos épicos de sus liderazgos construidos en laboratorios de imagen política. Luego, esos globos abombados artificialmente comienzan a espicharse o, simplemente, revientan, y lo que les queda es la frustración colectiva y el empeño en negarse a aceptar la realidad.
La semana pasada esto volvió a verse con toda claridad. Convocaron a concentraciones para “celebrar la victoria” de su candidato-tapa el 28 de julio. Aseguraron —una vez más— que las calles iban a estar a reventar, pero la asistencia fue escasa, raquítica, enclenque, para no decir que escuálida. Ni siquiera con sus tradicionales artimañas publicitarias pudieron engañar a nadie.
Con el globo casi totalmente desinflado, optaron por justificar la falta de respaldo de su militancia mediante tradicionales cuentos, como la supuesta existencia de una ola represiva, que estaría acentuada ahora con la designación del capitán Diosdado Cabello como ministro del Poder Popular para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz.
Se resisten tercamente a admitir que la sociedad venezolana (incluyendo gente de todas las tendencias) quiere que el país marche en paz, rechazan los planes de hacerlo retroceder a los tiempos del chantaje imperial y de los conatos de guerra civil. Están espichados.
Desacato a las autoridades
Otro aspecto “normal” en la vida de la oposición pirómana es el desconocimiento de los poderes públicos y el desacato a las autoridades.
Para la élite ultraderechista y su nefasta claque no tiene valor el resultado presentado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) y, además, como no reconocen su atribución constitucional, tampoco acuden ante ese organismo a impugnar las elecciones. No reconocen la autoridad de alzada que tiene la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), razón por la cual tampoco comparecieron ante esa instancia cuando fueron llamados a hacerlo. En consecuencia, no aceptan su sentencia que respalda los números del CNE.
El desconocimiento de la institucionalidad es total. No se sienten obligados a responder a las acciones realizadas por el Ministerio Público, ente que forma parte el Poder Ciudadano y ostenta el monopolio de la acción penal. De allí que el candidato-tapa, Edmundo González Urrutia, no haya atendido la citación emitida por la Fiscalía, colocándose en situación de desacato.
Para este sector de la oposición venezolana, todos los asuntos relacionados con las elecciones deberían ser decididos por Estados Unidos, la Unión Europea y los gobiernos lacayos de América Latina. Están en desacato.
Amenazas de todo tipo
Una semana ordinaria en la vida de la oposición ultraderechista incluye proferir amenazas desde dentro y fuera del país, con ese aire tan suyo de perdonavidas, de capos de una mafia o de pranes de un centro penitenciario.
En los últimos días, esto fue moneda corriente. La oligarca inhabilitada María Corina Machado, sin disimulo alguno, dijo que la idea que tienen ella y sus jefes imperiales es asfixiar al gobierno de Nicolás Maduro y obligarlo a negociar, como quien trata con secuestradores: “quitándoles el agua y la luz”. Horas después hubo dos grandes apagones en el país.
Mientras tanto, desde el norte, uno de los más siniestros personajes de la sentina republicana, Rick Scott, anunció que si las autoridades judiciales del país se atreven a detener a Machado o al candidato-tapa, “se desatará un infierno” para los venezolanos.
En la infame Organización de Estados Americanos (OEA), el incalificable Almagro y una sarta de embajadores de países vergonzosamente subordinados a Estados Unidos arrojaron toda clase de admoniciones y ultimátum contra Venezuela, un país que en buena hora abandonó ese organismo internacional. Su instrumento de lucha es la amenaza.
Apagones y respuesta gubernamental y popular
La semana “normal” de la oposición prosiguió con el gran apagón que su dirigencia había “vaticinado”, confirmando así la sospecha de que todo estaba planificado para generar, de nuevo, situaciones muy complicadas que agudizaran el descontento de una población que ha sufrido más de una década de bloqueo y medidas coercitivas unilaterales.
Como les ha ocurrido en numerosas ocasiones anteriores, el plan no cristalizó por dos razones. La primera, porque siempre subestiman la capacidad del Estado venezolano de responder a las contingencias creadas intencionalmente; la segunda es que suponen que el pueblo en general va a reaccionar histéricamente, contribuyendo a la caotización del país.
En la realidad, siempre les salen mal estas maquinaciones. Por un lado, el gobierno y los demás poderes públicos han ido perfeccionando sus capacidades para enfrentar toda clase de eventualidades y sucesos, con planes cada vez más eficientes y oportunos, en los que se evidencia la unión cívico-militar-policial.
Por el otro, el pueblo organizado da demostraciones de resistencia, solidaridad e ingenio para afrontar los retos que se presentan. Incluso buena parte de los militantes de la oposición han demostrado que no apoyan las aventuras desenfrenadas de su dirigencia apátrida, antipopular y apagada.