Hoy, las universidades públicas centran sus intereses curriculares en concepciones pedagógicas, sociopolíticas y culturales sin contenido de clases, calificado como un anacronismo
Por: Alexandra Mulino
Años 80
En las universidades públicas venezolanas, durante la década perdida, la militancia de izquierda revolucionaria fue embestida por las ideologías posmodernas anticomunistas y tecnocráticas.
En el ámbito socioproductivo, el toyotismo y el proceso de reingeniería reclamaban espacios frente a la concepción taylorista, máxime ante la economía política marxista. El predominio del “trabajo muerto” sobre el “trabajo vivo” como consecuencia del galopante proceso de financiarización requería legitimación sociológica, antropológica y filosófica con la finalidad última de implosionar los elementos estructurales de la acción revolucionaria entre los jóvenes de la época.
El descredito del proyecto soviético y de los partidos comunistas como antidemocráticos, consolidaron posiciones abiertamente antiizquierdistas en los ámbitos, básicamente, académicos. En consecuencia, los reductos revolucionarios sufrieron acoso, persecución e invisibilización creciente en los debates teóricos, políticos e ideológicos intramuros. Mientras que en la calle, el aparato represivo del Estado asestaba golpes al movimiento de izquierda revolucionaria: las masacres de Cantaura, 1982, Yumare, 1986, El Amparo, 1988, y el marzo merideño de 1987.
Años 90
Desapariciones forzadas y asesinatos selectivos de líderes estudiantiles revolucionarios posibilitaron una reforma pedagógica y curricular en la educación universitaria del país en contra del pensamiento crítico, más aún, antimarxista. La malla curricular estructuró asignaturas de contenido mínimo en el marco de la superespecialización. Las explicaciones teóricas y epistemológicas de la totalidad social fueron sustituidas por argumentos de carácter opinático, exaltando, así, el punto de vista, en menoscabo del problema de la verdad en las ciencias sociales y humanas.
Durante esta década, el área estratégica dominada por los Estados Unidos, apuntaló las inversiones inorgánicas de capital que desmantelaron la economía real según los preceptos del Consenso de Washington. La concepción neoliberal impuso reformas jurídicas relevantes en contra del Estado de derecho y justicia difamando, así, las organizaciones sindicales y estudiantiles de izquierda. El “viernes negro” en Venezuela, en el año de 1983, bajo el mandato de Luis Herrera Campins, marcó el inicio de esta carrera destructiva que culminó con el asesinato de Belinda Álvarez en 1992 —y otros dirigentes estudiantiles— en manos de la Policía Metropolitana (PM), comandada por el entonces gobernador Antonio Ledezma.
El salto de la izquierda a la derecha
Ante estos acontecimientos, geopolítico y de coyuntura, buena parte de los profesores y estudiantes de izquierda se pasaron a las filas de la derecha, avergonzados de su pasado revolucionario. Diseñaron a todo “galope” programas académicos funcionales a la racionalidad tecnocrática con su correlato posmoderno del “todo vale”. Aislaron los departamentos y las cátedras de los partidos políticos anticapitalistas. Vulneraron la libertad de cátedra con temarios de contenido ahistórico, cosificando la lucha de clases y acusando a la teoría marxista de economicista. Las cátedras rebeldes fueron aisladas hasta hoy. El vaciamiento de la memoria histórica de la resistencia, consistió en la destrucción de lugares emblemáticos que recordaran a los combatientes.
La última estocada
Hoy, las universidades públicas centran sus intereses curriculares en concepciones pedagógicas, sociopolíticas y culturales sin contenido de clases, calificado como un anacronismo. Los conceptos y las categorías bajo la vigilancia de la filosofía de la ciencia y la sociología del conocimiento son sustituidos por nociones que están por debajo de la doxa. Lecturas que vulneran la totalidad social, programas académicos sin lucha de clases, profundizaron la racionalidad instrumental en la conformación de las relaciones sociales que allí se establecen. Bajo este nuevo canon, la mayoría de los jóvenes aspiran el título universitario con fines individualistas. La patria y la soberanía carecen de sentido práctico. Tan sólo ansían las comodidades pequeño burguesas para continuar con sus vidas privadas, por ello no temen la racionalidad “libertaria” que promulga María Corina Machado. Es decir, desean eficiencia sin justicia, eso no tiene importancia. Precisamente, es notorio el trabajo de aplanamiento históricosocial realizado en las universidades, durante décadas, en vista de que buena parte de sus estudiantes y profesores apoyan estas propuestas engañosas de “plenas libertades” que se traducen en privatizaciones masivas del sector público (educación, salud e industrias básicas del Estado), asunto que los perjudicarían enormemente por el lugar que ocupan en la escala empirista de la estratificación social, buena parte son de la clase media baja.
Al respecto, es importante subrayar que en los años 60, del siglo XX, los maestros Rodolfo Quintero y Pablo Troncone, de la Universidad Central de Venezuela, UCV, alertaron la presencia de “fichas” de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en sus siglas en inglés), en calidad de docentes e investigadores. Denunciaron que estos “académicos” laboraban por los siguientes objetivos: a) acabar con los logros de la renovación universitaria, b) quebrar el movimiento guerrillero urbano y rural, c) infiltrar a los partidos de izquierda y d) desprestigiar las pesquisas teóricas marxistaleninista y maoísta. Por ello, urgía el cambio curricular con la anuencia de las autoridades adecas y copeyanas (en conjunto con el gobierno de turno presidido por Rafael Caldera, la burguesía criolla, fedecamaras y el alto clero), orden acatada con el brutal allanamiento de la universidad por efectivos del ejército y la policía en el mes de octubre de 1969.
Casi sesenta años después, en la UCV llevan adelante una reforma curricular por competencia, además de incluir los parámetros de la Unesco, sin rubor alguno. La autonomía y la libertad de cátedra son vulneradas con exigencias que aplanan la crítica y la disidencia. La discusión es desestimada por la entrega inmediata de programas académicos que conformarán la malla curricular en un andamiaje que exalta la competitividad como virtud.
En efecto, la acumulación de capital sin “rostro humano”, requiere mercados y menos Estado de derecho e interventor. Por consiguiente, el aparato escolar, en sus distintos subsistemas, debe reproducir y afianzar valores y normas individualistas, altamente finalistas, motivados siempre para conquistar metas, sin explicaciones históricas y menos aún culturales. Las distinciones estructurales entre el desarrollismo, el nodesarrollo y el antidesarrollo desaparecen diluidos en discursos psicologistas e historiográficos. Por lo tanto, la ciencia que no es cientificismo se torna en una narrativa entre otras. Es decir, que las consecuencias éticas y morales del discurso y su hacer se relativizan tanto que cualquier acción se justifica. Esta lógica termina respaldando, según el punto de vista, la matanza de palestinos.
Motivar para alcanzar objetivos transforma en “monstruos” a los estudiantes y estupidiza a los profesores
La razón técnica sin un contenido humanista y científico social, llega a ser fascismo. Por ende, la peligrosidad de convertir a las universidades en fábricas de hacer títulos. Motivar para alcanzar objetivos transforma en “monstruos” a los estudiantes y estupidiza a los profesores. Más aún el hecho de interpretar cifras, tasas, etcétera, para explicar la deserción escolar, entre otros problemas de la sociología de la educación, omitiendo la totalidad social, la lucha de clases, en fin la historia (que no es historiografía), torna al otro en un mero dato estadístico. De esta suerte, el pensamiento crítico y solidario salva. Es necesario arrancar de las garras del cientificismo a la ciencia, básicamente a la ciencia marxista, con la finalidad última de reubicar el debate en sus justos términos éticos y políticos a favor del ser humano y en contra del tecnicismo que requiere individuos. La escuela debe evitar la degeneración de la persona a su condición primaria, biológica, como simple mamífero. Mas si insisten en desplegar la lógica instrumental sin un contrapeso social, antropológico e histórico bolivariano y americanista, estaremos formando seres insensibles, consumistas, endorracistas, apátridas, proyanquis e inmediatistas; el caldo de cultivo del neofascismo.