De Holanda a Alemania, de Francia a Italia, la crisis estructural del modelo capitalista produce respuestas distorsionadas, empujando la ira y el descontento de las masas populares empobrecidas a respaldar los sectores más extremos de las mismas fuerzas que las oprimen
Durante años ha existido una gran cantidad de literatura sobre la antropología del fútbol como puesta en escena del mundo contemporáneo, o como una caricatura del mismo. Un deporte de equipo que, en la sociedad del espectáculo y con los mecanismos de la «guerra cognitiva», mueve gigantescos intereses económicos y construye imaginarios e identidades. En el campo, y especialmente alrededor del campo, los fanáticos permiten que los antagonismos locales, regionales y nacionales se representen con un radicalismo y una visceralidad que la política, en los países capitalistas, ya no es capaz de representar
En los países de Europa, cuanto más en la izquierda tradicional, se produjo una carrera hacia el centro basada en la retórica de la “corrección política” (politically correct), cuanto más esta retórica cerraba espacios a la izquierda verdadera, demonizando el comunismo y el socialismo, y abriendo las compuertas a una extrema derecha sombría y violenta, más se polarizaba el conflicto en los estadios. Hasta el punto de que, cada semana, en cada partido, el sistema capitalista pone en escena su aparato represivo, con los mecanismos de la sociedad de control, correlato a su vez de la economía de guerra al servicio de los intereses del complejo militar-industrial.
Una «guerra» vigilada que, si bien se ha preocupado de vetar la expresión de símbolos que recuerden la lucha de clases y la guerra de guerrillas, por ejemplo en Italia, durante años ha permitido cánticos nazis y xenófobos, en consonancia con el creciente poder de la extrema derecha en Europa. Intereses que ahora se topan con una islamofobia rampante y con la defensa del sionismo y el genocidio contra los palestinos; y con una mistificación de la realidad, proporcionada por los medios y la política, que transforma a los agredidos en agresores, y viceversa.
Esto es lo que ocurrió en Ámsterdam, capital de los Países Bajos, tras el partido de la Europa League entre Maccabi Tel Aviv y Ajax. Los aficionados del Maccabi, expresión del sionismo más conservador, cuya historia de violencia es bien conocida, salieron a las calles gritando consignas contra los palestinos, arrancando banderas de los balcones y gritando: «Israel destruirá a los árabes»; «No hay más escuelas en Gaza porque ya no quedan niños». Los insultos hacia las víctimas del genocidio continuó incluso durante el minuto de silencio por los fallecidos durante las inundaciones en la provincia de Valencia, en España, ruidosamente interrumpido por los fanáticos sionistas, porque el gobierno español no respalda a Netanyahu hasta el final.
«Comenzaron a atacar las casas de la gente, arrancando de ellas la banderas palestinas y ahí fue donde empezó todo«, dijo a Al Jazeera el concejal municipal de un partido de izquierda en la ciudad de Ámsterdam, Jazie Veldhuyzen. Una voz silenciada por el clamor contra quienes intentaron reaccionar y defenderse. Para la ocasión, los medios de comunicación recordaron incluso los «pogromos» contra los judíos y «La Noche de los Cristales» desatada por Hitler. El propio rey, Willem-Alexander, telefoneó al gobierno sionista para pedir disculpas: «Hemos fracasado como en los días de la Shoah», afirmó.
El primer ministro holandés, Dirk Schoof, que lidera una coalición de cuatro partidos de derecha y extrema derecha, y que reemplazó al anterior primer ministro, Mark Rutte, el amigo de Trump que llegó a ser secretario general de la OTAN, expresó «vergüenza» y aseguró que «Los responsables serán perseguidos«. Esto es lo que se expresó en X el líder de los soberanistas holandeses Geert Wilders: «Nos hemos convertido en la Gaza de Europa, musulmanes con banderas palestinas cazando judíos, nunca lo aceptaré«. Luego, Wilders llamó por teléfono a Benjamín Netanyahu, prometiéndole que haría todo lo posible para «detener y expulsar a los radicales islámicos«.
Netanyahu respondió que «el 86º aniversario de la Kristallnacht se celebró en las calles de Ámsterdam» pero que, a diferencia de entonces, «el pueblo judío ahora tiene su propio Estado«. Envió dos aviones para repatriar a sus compatriotas, mientras el nuevo Ministro de Asuntos Exteriores, Gideon Saar, llegará pronto a los Países Bajos para una «visita diplomática urgente«.
En Budapest, donde los líderes europeos se reunieron para el Consejo informal, inmediatamente surgieron múltiples declaraciones de solidaridad y condena. «El antisemitismo rampante es inaceptable y aterrador y es nuestro deber garantizar plena seguridad a los ciudadanos de la religión judía«, afirmó la primera ministra italiana Giorgia Meloni quien, en su país, deja todo el espacio a grupos fascistas para que agreden a los manifestantes pro-palestinos.
El canciller alemán, Olaf Scholz, calificó la violencia de «intolerable», mientras que el presidente francés, Emmanuel Macron, recordó «las horas más oscuras de la historia». La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen afirmó: «estoy indignada por estos ataques cobardes y estamos decididos a luchar contra todas las formas de odio«.
Holanda, un país multiétnico en el que en las últimas elecciones las ganó un partido de extrema derecha (el PVV, de Geert Wilders), está ahora dirigida por el exjefe de los servicios de inteligencia internos, perteneciente al mismo partido que Rutte, el VVD. En 2020, de una población total de 17.407.585 habitantes, 4.220.705 ó 24,25% eran inmigrantes; uno de los porcentajes más altos de Europa.
El año pasado, las solicitudes de asilo en los Países Bajos alcanzaron su nivel más alto desde 2016: 47.991. En 10 años, el número de inmigrantes procedentes de la UE se ha duplicado. Y precisamente la cuestión de los inmigrantes provocó la caída del gobierno de Rutte, cuyo partido liberal es miembro de la alianza Renew en el Parlamento Europeo.
De Holanda a Alemania, de Francia a Italia, la crisis estructural del modelo capitalista produce respuestas distorsionadas, empujando la ira y el descontento de las masas populares empobrecidas a respaldar los sectores más extremos de las mismas fuerzas que las oprimen.
En Italia, revitalizados por la victoria de Trump, esos sectores están multiplicando sus ataques contra los trabajadores en huelga y contra los que manifiestan en solidaridad con Palestina. Y el dinero, que siempre falta para los derechos básicos, se gasta para deportar a los inmigrantes a países africanos.
Pero, por primera vez en años, la resistencia del pueblo palestino y el compromiso de los jóvenes árabes de tercera generación empiezan a despertar las conciencias dormidas de los jóvenes europeos.