Con el petróleo por fracturación hidráulica en declive y la ausencia de energía de la Federación de Rusia son pocos los factores de provisión petrolera sustentables y perdurables para sostener una economía voraz que se come 20 millones de barriles de petróleo diarios de los casi 100millones que produce el planeta
Hay quienes piensan que, por el simple hecho de una característica monroista o hegemónica de un Estado, con los atributos de EEUU, internamente todo brilla y se mueve con el viento a favor. No es así.
Todas las estructuras políticas y sociales se mueven, chocan, se contradicen, y generan impactos en las sociedades; positivos y negativos de acuerdo a variables que se estudian y contextos determinados.
Cuando Donald Trump perdió la elección de 2020, casi todo el arrastre de los efectos de la pandemia de COVID 19 y el inicio de una crisis económica mundial cayeron como fichas en contra del republicano, ubicando a Joe Biden en la Casa Blanca.
Paradójicamente, los extremistas opositores que andaban montados en el carro de Trump, en una típica de sus torpezas políticas, se bajaron del mismo para ir raudos a buscar los favores del demócrata quién, básicamente, no pudo resolver los problemas internos de esa Nación, dejando apenas desarrollado un plan acabado de expansión de conflictos militares para preservar, con maniobras desesperadas, su hegemonía proclamada como exclusiva.
Por eso, cuando vemos el resultado del pasado 5 de noviembre existen mitos y realidades detrás de la victoria de Trump. El primer mito tal vez sea valorar como sencillos los pasos, y por la simple voluntad de este político estadounidense, que se encaminarán para tratar de resolver los grandes problemas de esa nación, hoy exponenciados mucho más que en 2020 al punto de hacerle retornar a la Casa Blanca.
Problemas estructurales de desindustrialización y una dependencia importante en materia tecnológica, de bienes y servicios, de elementos importados, problemas de abastecimiento, y encarecimiento de la vida diaria, altas tasas impositivas, e inflación en materia de acceso al combustible, junto a la coyuntura de la migración ilegal; son apenas un barrido rápido de los problemas cotidianos de una nación cuya potencia y liderazgo se ha venido socavando ante la presencia de nuevos actores en la escena mundial, encabezados por la República Popular China y la Federación de Rusia.
El proyecto Make América Great Again de Trump encontrará obstáculos importantes que no sólo pasan por la complejidad de asuntos; sino la pugna entre lobbys, para ser prioridad en la implementación de medidas que, en razón del resultado, son urgentes para ese pueblo.
Por lo tanto, este frente interno será bien complejo y puede llevarse una gran parte de la administración que tomará el poder el próximo 20 de enero.
El segundo mito, es una victoria sólida en lo popular y de creciente respaldo al nuevo presidente. Por supuesto, no se puede objetar que obtener políticamente la trifecta (Presidencia, Cámara de Representantes y Senado de EE. UU.) ha sido una gran victoria para el Partido Republicano, bajo el liderazgo de un Trump que, por cierto, fue discutido por algunos líderes de este Partido en estos últimos cuatro años, muchos de ellos ahora queriendo formar parte de su equipo de gobierno.
Pero al ver la letra pequeña salen a la luz nubes cargadas de agua que hacen matizar esta victoria. El crecimiento de Trump en comparación con la votación obtenida en 2020 no pasa de 700 mil votos nuevos, de los más de 74 millones que sufragaron a su favor, mientras que la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, sufrió un desangramiento de voto que casí llega a 10 millones de votos menos que los obtenidos por Joe Biden en 2020, con un total de 71 millones de votos.
Todo esto mandó muy lejos a las encuestas que fueron derrotadas en toda la línea. Esto, sumado a un escenario donde más de 8 millones de personas dejaron de votar, en comparación con 2020, lo cual no pone el frente interno como pan comido, sino con escenarios desafiantes.
Aunque es inobjetable la victoria de Trump, la realidad es que no creció mucho en sus respaldos populares, más bien siendo una derrota enorme del Partido Demócrata donde la economía marcó la pauta por encima de cualquier otra variable, al punto que los republicanos salieron victoriosos en los siete Estados bisagra que definían la contienda, dentro de un sistema electoral bastante arcaico; pero funcional para el régimen político existente en ese país.
En conclusión, no es un cheque en blanco la victoria de Trump. Tendrá que hacer esfuerzos importantes en el frente interno para mantener en alto el resultado del 5 de noviembre.
El tercer mito sale de las fronteras estadounidenses, con contextos bien complejos que no son de fácil resolución. Creer apenas que algunas maniobras del presidente estadounidense serán más que suficientes para construir un escenario de paz, parecen ser un verdadero sueño.
En primer lugar, el lobby del complejo militar industrial de EEUU sería el primer perjudicado del fin de la guerra en Ucrania, construida además de manera estratégica para frenar la expansión de Rusia y China, utilizando el régimen nazi de Kiev como factor de provocación. Es difícil que se muevan hacia posiciones más moderadas por la simple amenaza de una tercera guerra mundial, así como si nada.
Podría ser la oferta de escalar la guerra en Oriente Medio, incluido el genocidio y la pretensión de expulsar de sus tierras al pueblo Palestino, con una posible puesta a punto de agresión a la República Islámica de Irán, tal vez una oferta apetecible para que ese lobby se mueva de Europa del Este, pero en realidad hay otras cosas que veremos entre las realidades.
En segundo lugar, tenemos a China, ya que todos sabemos que es el principal competidor comercial de EE. UU. y, por lo tanto, objeto de ataques desde la doctrina de las medidas coercitivas unilaterales para poner freno, por ejemplo, al plan de la Ruta de la Seda y la Franja como concreción de las visiones de diálogo de civilizaciones y desarrollo compartido de Beijing.
Establecer una guerra comercial con China, lejos de resolver el frente internacional lo complicaría todo, pero siendo Trump y sus lobbys de poder gente de guerra económica todo indica que van para allá.
Tomando, por ende, estos dos ejemplos nada más para no meter otros elementos, que afirmamos que es un mito la resolución rápida y sencilla de los grandes conflictos mundiales, generados en buena medida por un establecimiento político estadounidense que entiende que el uso de su poderoso brazo militar, le va a garantizar una hegemonía mundial exclusiva; cada vez más alejada de la realidad.
Ahora bien, valorados algunos mitos pues, avancemos en las realidades que se encuentra la nueva administración de Donald Trump al frente de la Casa Blanca.
La primera realidad es energética. Con el petróleo por fracturación hidráulica en declive y la ausencia de energía de la Federación de Rusia son pocos los factores de provisión petrolera sustentables y perdurables para sostener una economía voraz que se come 20 millones de barriles de petróleo diarios de los casi 100millones que produce el planeta.
Por ello, y siendo Chevrón una de las principales empresas financistas de la campaña de Donald Trump, es difícil que vayan a ser alteradas las líneas gruesas de la política hacia la República Bolivariana de Venezuela, mientras buscan de diversos modos la manera de cambiar el régimen político de nuestra patria, elemento estratégico que no se mueve ni un milímetro, siendo una acción del Estado estadounidense y del lobby bipartidista.
Llegar a cumplir ese objetivo estratégico media muchos elementos, incluyendo unos operadores extremistas que son bastante antinacionales, pero torpes como para ser opción de poder o alternativa de gobierno en los marcos del sistema político de 1999. De hecho, toda recomendación estratégica actual de defensa de la paz y estabilidad venezolana, en este punto, pasan por su exclusión definitiva del sistema político venezolano como un todo.
Ante estas realidades se encuentra Trump, en el escenario de valorar sostener una política incremental de restablecimiento de relaciones comerciales petroleras con Venezuela. De no hacerlo, será un disparo al pie de la sustentabilidad de su propia nación, y el alejamiento de un proveedor seguro de petróleo que sin duda alguna tendrá otros mercados.
Pensar de otro modo sería infantil, más cuando los primeros impactos pueden venir de una sociedad estadounidense que pague más caro el galón de gasolina, cosa bien alejada del Make América Great Again.
La siguiente realidad es la migratoria. Alta en todo sentido y generada en mucho por la inestabilidad construida desde la lógica existencial que establecieron sobre la República Bolivariana de Venezuela a partir del año 2013.
Básicamente, esta agresión sistemática rompió esquemas como PETROCARIBE que mantuvieron condiciones dignas y favorables de suministro energético y estabilidad en varios pueblos del caribe; incluso con impacto en América Central, disminuyendo por un buen período de tiempo una ola migratoria que creció exponencialmente en estos últimos diez años, cuyos números económicos para la región son mucho peores que los de la llamada «década perdida» de los años 80 del siglo pasado.
En el caso específico venezolano, suficiente documentación y estudios realizados incluso en EE. UU. determinan que las genocidas medidas coercitivas unilaterales impuestas al país, son las grandes responsables de una masiva presencia migratoria venezolana; por razones económicas y no precisamente políticas.
Disminuir todo eso, para Trump va a precisar mucha mano zurda y menos bravatas; ya que la expulsión de miles de migrantes de EE. UU. precisa conducirse con el gobierno de cada país de origen o un tercer Estado que, pudiendo ser México por la cercanía fornteriza, puede verse afectado severamente al punto de generar tensiones desde el arranque de la gestión del republicano, sumado a sus amenazas de poner impuestos a las importaciones de ese país; violando los términos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Siendo Chevrón una de las principales empresas financistas de la campaña de Donald Trump, es difícil que vayan a ser alteradas las líneas gruesas de la política hacia la República Bolivariana de Venezuela, mientras buscan de diversos modos la manera de cambiar el régimen político de nuestra patria
Estos detalles no se pueden tapar tratando de hacer una especie de frente de lucha contra el narcotráfico en el hemisferio, apoyándose en gobiernos abiertamente seguidores de Trump en la región, cuyas capacidades de maniobra están muy limitadas como para abordar temas realmente sensibles como el de la migración.
Todo esto ejemplifica que en política una cosa es hablar y otra muy distinta es hacer.
Finalmente, y como última realidad en este primer análisis, acabar con la guerra en Europa del Este va más allá de quitarle la mesada al gobierno de Ucrania y ofrecer territorios que hoy son rusos a Moscú; como si esto, de hecho, ya no es así.
Cuando Trump regentaba la Casa Blanca, desde 2017 ya gravitaba el incumplimiento sistemático y planificado de los Acuerdos de Minsk de 2014 – 2015 con el cual engañaron a Moscú y generaron luego la provocación hasta el punto de la guerra.
Sería ingenuo creer que la Federación de Rusia sólo se va a quedar con los elementos territoriales que ya posee, por voluntad de los pueblos que declararon su independencia del régimen nazi que les asesinaba a mansalva, en tiempos de Trump en la Casa Blanca; o porque Zelenski ya no va a recibir la inmensa cantidad de dinero que recibe de la mano del establecimiento político estadounidense.
No es tan fácil reconstruir la confianza que ha sido vulnerada por el incumplimiento planificado de un acuerdo que involucró a varias naciones y que no fue otra cosa que una puesta en escena para preparar a Ucrania para la situación actual. Es decir eso no se resuelve con medidas simples y se puede complicar mucho más de lo que se cree.
Todo lo anterior, incluyendo el lobby de la guerra, junto a un lobby petrolero que le ha resultado un gran negocio mediar en los suministros de gas a Europa Occidental, en condiciones de precio muy superior a las que Moscú otorgaba a una región que ha quedado atrapada en la propia jugada de la cual formó parte, dentro de la demencial visión estratégica de acabar con Rusia como lo intentaron Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler, con los resultados conocidos.
Apenas un bosquejo de mitos y realidades detrás de la victoria electoral de Donald Trump, que se tropieza con elementos mucho más desafiantes, que para nada se resuelven chasqueando dedos y menos en un mundo metido de pies a cabeza en una tercera guerra mundial por fases, creadas desde las entrañas del propio establecimiento político que el republicano liderizará desde el próximo 20 de enero.
El deseo no preña.