Por: Federico Ruiz Tirado
A veces, las formas del fascismo se posan y rondan haciéndose las mosquitas bobas, como ese tipo de diptero difícil de espantar en los lugares donde los comensales, conversando, se distraen con la peligrosa inocencia de lo que designan los vocablos, las chanzas, las indirectas cruzadas como ráfagas a cuatro dedos de altura de una sobremesa controvertida.
No tiene por qué ser en principio una ceremonia de rapiña; pero puede evolucionar hacia una atmósfera bélica surcada de voces del «inconsciente».
Entonces se instaura un choque de fuerzas terroristas, que se infiltran en nuestra vida cotidiana a través de prejuicios, discriminación y hasta modos de hablar que fomentan la desigualdad, el desprecio, la mirada infame hacia el semejante.
Esta nueva forma de fascismo, más sutil y adaptable, se aprovecha de nuestros deseos y miedos para mantener el control.
Es importante entender que el fascismo no es solo una amenaza externa, sino que también se alimenta de nuestros pensamientos y acciones, pulsiones inducidas por los contornos invisibles de la cultura, por los síntomas no palpables del germen de esa «enfermedad social» que, en dimensiones insospechadas, es el fascismo desde la historia de la humanidad; como lo ha dicho Jorge Rodríguez.
Puede surgir en cualquier momento y lugar, incluso en situaciones que parecen tranquilas.
Para combatirlo, necesitamos ser conscientes de cómo funciona y organizarnos para transformar la sociedad. Saber cómo muta ese monstruo del mal, cómo se presenta ante la inocencia de nuestros afectos compartidos envenenándolos, tiñiéndolos de sentimientos malsanos.
Esto implica desentrañar la naturaleza de las instituciones que nos rodean, desde las escuelas hasta los medios de comunicación, las esquinas del vecindario, los parques y las calles pobladas de multitud.
Es importante vigilar las ideas y acciones que puedan fomentar el odio y la discriminación en la cultura de la infancia de nuestros hijos, de los padres de sus «amigos», de sus complejos sentimientos de superioridad camuflados en la timidez y a veces en un silencio enigmático que se torna escandalosamente homicida, potencialmente criminales desde la televisión y la sociedad consumista y dividida en clase.
Sin embargo, es crucial recordar que la verdadera solución está en crear una sociedad donde estas ideas no encuentren un terreno fértil.
El fascismo ha mutado, adaptándose a los tiempos y a las estructuras sociales actuales. Nuestras mentes son moldeadas por el entorno y las ideas dominantes. El fascismo cotidiano, sutil y omnipresente, puede infiltrarse en nuestra sociedad y en nuestras mentes si no somos conscientes de ello.
Es importante cultivar un pensamiento crítico, cuestionar las verdades establecidas y buscar la diversidad de opiniones.
Abrigarnos para protegernos ante la proximidad espantosa que anda por ahí circundando.