Por: Beatriz Rondón
Teresa de la Parra es una de las precursoras de la literatura Americana que sienta las bases de una escritura libre de prejuicios y formalismos
El acto creativo se convierte en una especie sine qua non en el ejercicio del acercamiento y uso del lenguaje, con la esencia de la lengua que se encuentra en la voz colectiva y desconocida.
Escribe como si su prosa fuera una voz más entre las oídas por ella misma. ¿Tuvo certeza de ese grado de la escritura o fue una aventura experimental que se convirtió luego en su modo de escribir?
No es posible hallar conjeturas al respecto en ese tiempo de auge del llamado Modernismo, como lo hicieron Barthes y Elías Canetti, que establecieron límites a ese fenómeno y ahondaron (el primero con “el grado Cero…”, por ejemplo, y el segundo con ‘la conciencia del lenguaje) en los estudios del lenguaje escrito.
Para ella, escribir es como preservar un estado ideal del lenguaje, donde la palabra hablada conserva su fuerza y frescura. De esta manera, resalta la conexión entre las palabras y el deseo, la voz y la emoción, alejándolas del poder y la rigidez.
Las palabras, para ella, no son herramientas para imponer ideas o clasificar el mundo, sino una forma de expresar una manera de ser y de desear la realidad. Teresa de la Parra ve la escritura como un reencuentro con la esencia del lenguaje.
Esta visión contrasta con la visión dominante que encasilla la realidad y la despoja de su fluidez y vitalidad. Por eso, en su obra, Teresa de la Parra hace especial énfasis en el vínculo entre las palabras, el deseo y la voz. Busca borrar la conexión que la lengua escrita ha establecido con el poder, con lo tajante y definitivo. Su obra refleja la idea de que lo escrito no es la expresión de un individuo que posee el lenguaje, ni tampoco el reflejo fiel de un mundo perfectamente clasificado.
Lo escrito, para Teresa de la Parra, es el resultado de un saber que ya está presente en la lengua misma, un saber que insiste en su propia manera de desear y organizar la realidad. Es la voz de muchos que se une en una sola, creando un nuevo significado, una nueva forma de entender el mundo.
Somos muy desordenadas
En sus palabras: “Mientras los políticos, los militares, los periodistas y los historiadores pasan la vida etiquetando las cosas para crear antagonismos, las mujeres, que somos numerosas y muy desordenadas, nos encargamos de barajar esas etiquetas, reestableciendo la cordial confusión”. (Primera conferencia en Bogotá)
Tal “confusión” a la que hace mención la escritora, no es sino la expresión de que lo escrito no emana de un sujeto dueño del lenguaje ni refleja un mundo perfectamente clasificado. Es, por el contrario, el fruto de un saber que reside en la lengua misma, un saber que insiste en su propia y peculiar forma de desear y organizar la realidad, a la par de quien la pronuncia.
Su escritura es un acto de reencuentro con la esencia del lenguaje, un esfuerzo por preservar su vitalidad y una forma de expresar un saber que reside en la lengua misma; un saber que busca comprender y organizar el mundo de una manera única y personal.