¡Ladran, Sancho, señal de que avanzamos!
Aunque la frase ha sido cuestionada por los eruditos en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, todos sabemos el significado, lo que quiere decir.
Denota la molestia de alguien o algunos por el trabajo que se hace. De acuerdo a la magnitud de la obra, los ladridos serán mayores, más amplificados.
Nunca antes en la historia, nunca, los medios contrarios al hegemón fueron tan atacados, y cuando decimos medios alternativos, nos referimos a las instituciones y sus periodistas, columnistas, comentaristas, técnicos. La idea es sembrar miedo en todos ellos, y los que pudieran venir.
Y no es que anteriormente ir contra la narrativa dominante fuera fácil, no. Nunca lo fue. Muchos periodistas, muchos periódicos, radios, canales de televisión, fueron censurados. Pero antes, al menos, guardaban las formas.
Hoy ya no, perdieron todo pudor. No respetan ni las normas que ellos impusieron, a nivel internacional, luego de la Segunda Guerra Mundial.
Un caso emblemático es el de Julián Assange, que reveló documentos clasificados donde se retrataba la verdadera catadura ética, moral, de Washington y sus acólitos.
Assange fue perseguido por años y sometido a un secuestro que finalizó hace unos meses.
El caso del australiano fue un duro golpe a la narrativa y credibilidad de la corporatocracia mediática global, por ende, al sistema hegemónico.
Pero es que esa narrativa, esa credibilidad, ya venía siendo mermada por medios, plataformas alternativas, que inteligentemente fueron surgiendo en países, en polos, que apuestan por la multipolaridad.
No lo decimos nosotros desde una visión parcializada, no es una manifestación de justos deseos, no. Desde el hegemón ladran.
¿Mentira? Entonces que fueron las rabiosas expresiones de Laura Richardson en octubre del año pasado.
La saliente jefa del Comando Sur, enfurecida porque las patrañas norteamericanas fueron expuestas, manifestó que Telesur, junto a RT en Español, así como la agencia rusa de noticias Sputnik «no practican el periodismo».
Lo curioso, lo irónico en todo esto, fue que la afirmación fue hecha en un evento que había organizado la Fundación para la Defensa de las Democracias (FDD, por sus siglas en inglés), en donde se supone que se habla de proteger las libertades, los derechos.
Allí la militar enfatizó, revelando el verdadero carácter de su pensamiento, del pensamiento predominante en Washington, que a nivel de la divulgación del contenido están «en conflicto en el dominio de la información».
«En América Latina tenemos más de 31 millones de seguidores de Telesur, Sputnik Mundo y RT en Español. No practican el periodismo de justificación o de verificación. Difunden desinformación. Socavan las democracias en todo el hemisferio, y tenemos que hacer algo mejor que eso. Debemos hacer algo en la región que sea muy específico, que promulgue las democracias y cómo las democracias benefician a la gente«, dijo.
Claro, Richardson fue parte de una serie de conferencistas que manifestaron sus opiniones sobre lo que denominaron ‘El reto chino de América Latina’.
Como era de esperarse, Venezuela reaccionó oficialmente. El canciller de Venezuela, Yván Gil, rechazó las declaraciones de la militar estadounidense, señalando que Washington busca «amedrentar la información libre de los pueblos. Es simplemente inaceptable«, señaló.
Refiriéndose a Telesur, aseveró que «no han podido ni podrán acallar nuestra voz«.
A su vez, Patricia Villegas, presidenta de Telesur, dijo “Richardson se pronuncia sobre lo que no le corresponde. Los medios que menciona, y particularmente Telesur, tienen gran reconocimiento global y regional, por ser la voz de una ciudadanía cada vez más interesada en su propia historia y en comprender los contextos de la realidad. Objetivos opuestos a la intromisión del referido Comando«.
Pero esas opiniones de Richardson, en un recinto donde supuestamente se velaba por la democracia y las libertades, no eran nuevas.
Ya en marzo del mismo año había pedido recursos adicionales para contrarrestar la «amplia campaña de desinformación» en la zona bajo su responsabilidad.
Aquella vez ya había manifestado su preocupación por la popularidad de RT en Español y Sputnik Mundo en América Latina.
Era lógico, coincidía con el desarrollo de la operación especial rusa en Ucrania, y como los medios contrahegemónicos revertían la propaganda anti-rusa propalada por la corporatocracia mediática global.
Por cierto, la muy democrática Unión Europea, que pretende dar lecciones de libertades y convivencia a todo el mundo, prohibió las emisiones de RT y de la agencia de noticias Sputnik en su zona de influencia, sin una razón valedera.
Es entendible. Ellos saben la importancia de manejar la opinión pública. Acostumbrados a hacerlo, cuando ven que sus medios declinan, que pierden credibilidad, se desesperan.
En una revista especializada en temas de comunicación, la columnista María Santos Saiz resaltaba que tres medios míticos del periodismo internacional, los diarios The New York Times y Le Monde, y la operadora de radiotelevisión BBC; han sido objeto de severas críticas que han suscitado notables polémicas. Aunque por circunstancias y razones muy diversas, los tres casos dejan vislumbrar ciertas mutaciones que se están produciendo en los medios de referencia y, sumados, ayudan a reflexionar críticamente sobre las actitudes y las estructuras internas de los medios.
Según escribió, en Estados Unidos, los sólidos cimientos del periódico The New York Times, respetado templo del periodismo anglosajón, se tambalearon tras desvelarse que uno de sus jóvenes y ambiciosos reporteros plagiaba o se inventaba los reportajes. Este escándalo, conocido ya como el caso Blair o writergate, cuestionó la reputación de un diario que supo erigirse en monumento del rigor informativo a lo largo de su historia.
Jayson Blair, de 27 años de edad, hizo una carrera meteórica desde que entró como colaborador hasta conseguir, con el beneplácito de la dirección del prestigioso diario, convertirse en redactor de la sección Nacional. Cuatro años de errores y falsificaciones, falsas citas e inventadas fuentes, no impidieron su promoción a pesar de las sospechas que despertó en otros colegas que advirtieron a la dirección sobre sus irregularidades.
Finalmente, el diario se decidió a abrir una investigación interna que permitió comprobar cómo «fabricaba» la información a su propia guisa. Este escándalo, que ha puesto en tela de juicio la credibilidad del diario, se saldó con la dimisión del director, Howell Raines, y del director adjunto, Gerald Boyd, que de esta manera asumieron su responsabilidad por lo ocurrido.
Este deplorable suceso abre interrogantes sobre las estructuras y el funcionamiento interno del diario que han propiciado el caso Blair. ¿Cómo ha sido posible que un diario como The New York Times, que exhibe el rigor como una seña de identidad, haya podido acoger en su redacción a un impostor cuyas constantes chapuzas y falsedades en el ejercicio periodístico resultaban una provocación y una tomadura de pelo? ¿Qué criterios, respecto a la idoneidad profesional y humana, fueron seguidos por los responsables de la redacción?
Claro, la autora parte de la buena fe. Parte de que el ejercicio del periodismo requiere de un importante compromiso ético, de rigurosidad al momento de investigar y escribir notas, reportajes, columnas de opinión. Eso está bien. Así lo entiende ella.
Lo que no menciona María Santos es que en esos medios prima el criterio comercial, el servicio que le hacen al establishment, o, ambos a la vez.
Es que los dueños de la corporatocracia mediática global hacen parte de otros conglomerados empresariales, también globales, incluyendo el complejo industrial militar.
En Washington, sobre todo desde el poder oculto, saben muy bien manejar la opinión pública para sus fines particulares.
Es una historia que tiene más de un siglo.
Empezó en 1917, justo cuando Estados Unidos se sumó a la Primera Guerra Mundial. En aquella ocasión Woodrow Wilson, entonces presidente norteamericano, formó el Comité de Información Pública (CPI).
Aquel novedoso ente se constituyó en un enorme aparato de divulgación de noticias y publicidad. Diversos estudiosos de las comunicaciones coinciden en que allí se encuentra la génesis de lo que hoy conocemos la moderna propaganda de Estado.
Claro, eso no lo inventó Wilson ni sus operadores, eso existía hacía mucho tiempo.
Puede encontrarse en los propagandistas y juglares que recorrían Europa llevando y trayendo mensajes de sus “señores”.
También en los grandes desfiles y actos que se hacían en Asia.
Eso se manifestó en el uso de la religión para consolidar la autoridad monárquica. En América Latina conocemos bien aquello.
Pero, para lo que nos ocupa, la CPI significó la sistematización y uso masivo de la propaganda, el manejo de la opinión pública.
Era un sistema que nacía, quedando atrás acciones improvisadas por iniciativas personales o de políticos o gobernantes.
Aquí hablamos ya de un aparato publicitario al que se le inyectó una gran cantidad de dinero. Su finalidad fue convencer a la opinión pública norteamericana de que participar en aquella guerra era una tarea noble y necesaria. Que ellos estaban destinados a luchar contra la tiranía y defender la democracia.
La tarea no era tan sencilla, los norteamericanos habían votado por Wilson debido a su ofrecimiento de no inmiscuirse en ningún tipo de guerra, en mantenerse en paz (cualquier coincidencia con lo que vivimos hoy puede ser mera casualidad), pero la CPI supo encontrar la manera.
Aplicaron una receta que les sirvió de modelo para el futuro. Empezaron con alimentar las pasiones patrióticas, convertir a los alemanes en enemigos odiados y temidos (luego fueron los vietnamitas, rusos, árabes, gente con boina roja, etc), difundir la necesidad de aceptar sacrificios y apretarse el cinturón, favorecer el alistamiento de voluntarios y fomentar la compra de bonos de guerra.
El pueblo norteamericano fue sometido a un intenso bombardeo propagandístico. George Creel fue el líder del CPI, por eso al equipo también se lo conoció como la Comisión Creel. El personaje era considerado un periodista progresista dedicado a denunciar escándalos de corrupción e injusticias sociales y laborales.
Junto a él se incorporaron artistas, escritores, reporteros, músicos y profesionales de la publicidad y del entretenimiento.
Ellos preparaban notas de prensa para los distintos periódicos donde explicaban los objetivos de la guerra, las hazañas de los soldados y destacaban las virtudes de sus aliados.
Claro, en teoría, los periódicos no estaban obligados a publicarlas, pero todos lo hacían. Tampoco, formalmente, se suprimió la libertad de expresión, pero se publicó un listado de temas que no debían tratarse para evitar dañar los esfuerzos bélicos del país.
Como vemos, nada nuevo bajo el sol desde 1917.
En ese equipo destacaba, de hecho fue el que trascendió hasta nuestros días, un jovencito que lo conocían por ser sobrino de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, su nombre era Edward Bernays.
El inventó la palabra y el concepto de “relaciones publicas”. En 1928 publicó el libro Propaganda, una biblia, para los norteamericanos, de como manipular la opinión pública.
Bernays veía la manipulación consciente e inteligente de las masas como fundamental para el funcionamiento de la democracia.
Desarrolló aquello de que quienes manipulan son el gobierno invisible que debe dirigir al país. La ciudadanía no se mueve por necesidad, sino por el deseo, y hay que conseguir que tengan ese deseo, o entenderlo, esa es la energía que mueve la mecánica social, decía.
A partir de allí surgieron nuevas formas de transmitir mensajes, contenidos, aupados por el desarrollo tecnológico, ampliando así su influencia, su alcance. Más la forma de comunicar sigue sus preceptos básicos.
Ellos lo entendieron perfectamente, por eso su dominio de tantos años.
Por eso también el temor cuando surgen otras alternativas que no pueden controlar. Pues si en algún momento lograron manipular manifestaciones populares y la convirtieron en éxitos de mercado, lo llamaron contracultura para comercializarla (así hicieron con la figura del Che Guevara, y hasta con la figura de Carlos Marx, fabricaron una cerveza con su nombre) hoy ya no les funciona como quisieran.
Sus argumentos están mellados. Los de ellos y las de sus acólitos. Por eso el temor a Telesur, a RT a Sputnik, al Cuatro F.
¡Ladran, Sancho, señal de que avanzamos!