Por: Federico Ruiz Tirado
¿Quién recuerda a esa especie de Santo Varón de Acción Democratica llamado Reinaldo Leandro Mora, dos veces Ministro de Educación de Rómulo Betancourt, y que luego recaló en la presidencia del Senado de la IV República como su presidente de cara al inicio del «Caracazo» en 1989?
Leando Mora, un clon forjado de la espiritualidad de José de Arimatea, aquel hombre ilustre por su honradez a pesar de su riqueza, bueno, emparentado con la Virgen María, que según las leyendas bíblicas le «suplicó» a Poncio Pilatos «administrar» los restos de Cristo, el Santo Grial, los trucos de su resurrección, incluido el Santo Sepulcro, el lugar de la Última Cena y los peces y los panes, se volvió malo porque los bienes y los medios de producción cambiaron para él.
En las postrimerías de la IV república, este divino emisario de la creación, pretendió frenar la entrega masiva de las Cartas Agrarias que Chávez promulgó para Barinas como consecuencia legítima de la devolución de las tierras ocupadas por el latifundio y como paso previo a la Ley de Tierras proveniente de la Ley Habilitante del 2003.
Ese sicariato, dirigido entre otros por el exsenador Leando Mora, secuestrador de esas tierras presentes en todo el todo el territorio nacional, intentó frenar la entrega masiva de esas Cartas Agrarias. Hubo muerte y persecución de campesinos.
El Ejecutivo otorgó ya 31 mil hectáreas en acto público el 6 de febrero de ese año; y este es el caso más problemático, porque se «tocó a la oligarquía de la cuarta República».
Para entonces, Wladimir Ruiz Tirado y Braulio Sánchez denunciaron la mafia del Santo Sepulcro de estos nobles soldados de Leandro Mora, y fueron perseguidos a muerte.
Wladimir se refugió en el moribundo Congreso y de las filas de la naciente fuerza chavista surgió Alí Rodríguez a defender a quienes dieron la cara a un Tribunal Militar que pedía procesar por insurrectos a mi hermano y a Edgardo Ramírez, dirigente Estudiantil afiliado al levantamiento popular de Caracas.
Alí fue a Mérida a encargarse del caso. Javier Ferrini y yo nos encargamos de recibirlo mientras Wladimir permanencía escondido.
Alí Rodríguez cumplió el 19 de Noviembre y recordamos su dimensión humana y política.
No fue un revolucionario cuya signifación se pueda reducir a un obituario arquetípico, provenga éste de las funerarias o de las «crónicas» de las izquierdas llamadas épicas, que pueblan de leyendas o mitificaciones el tiempo histórico; panegíricos que exaltan más las inspiraciones egóticas de sus escribanos, en afán de suplantar la trayectoria y las virtudes del guerrero ausente.
Ejemplos sobran de esa práctica viciosa, usurpadora, mediante la cual se logra el propósito de negarlo hasta el punto de desaparecerlo de la conciencia colectiva transformadora.
Alí, su memoria, su integridad, su capacidad y lucidez; su condición de fecundo intelectual y apasionado poeta, tenemos que preservarla de los consabidos clichés y de los discursos del oportunimo que acechan el legado de hombres con la integridad que lo caracterizó.