¿Estados Unidos tiene todavía una industria manufacturera lo suficientemente fuerte como en tiempos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial?
No es fácil comentar temas internacionales, de geopolítica global, sin tener a Donald Trump como protagonista.
No es un secreto, el inquilino de la Casa Blanca se maneja muy bien, desde hace décadas, en el tema mediático. Amén de que presidir una de las grandes potencias globales le da mayor cobertura mediática y resonancia en redes, que a cualquier otro mortal.
A eso se suman sus anuncios estruendosos, que terminan afectando a millones de personas en el mundo y a sus propios compatriotas.
Trump, que aún no cumple sus 100 días como mandatario, ya debe estar dándose cuenta de que el éxito mediático no siempre significa una buena gestión gubernamental.
Ya lo bullanguero, lo ruidoso, característico en él, como candidato está bien, es entendible, pero manejando el Estado ya no es tan fácil.
De hecho, como hemos señalado anteriormente, perjudica a su propio país. Recordemos lo que reseñó el portal eleconomista.es sobre el presidente y su “teoría del loco” cuando comenta que “Donald Trump parece haber resucitado esta teoría, pero aplicada a los mercados: Wall Street lleva semanas temblando, sin saber a qué atenerse con el presidente, y la preocupación no deja de crecer cada vez que Trump abre la boca para amenazar con cada vez más aranceles a más gente, cambiando fechas y tipos sin orden ni concierto”.
El 12 de marzo el portal de CNN publicaba que “los temores de una recesión están sacudiendo el mercado de valores. Las previsiones del PIB se están recortando. El presidente Donald Trump y su equipo económico se enfrentan a preguntas sobre una posible recesión y no logran aliviar el creciente nerviosismo sobre la economía”.

Estados Unidos ha abandonado su industria manufacturera de gama baja y se ha transformado gradualmente en un país de industrias fantasmas
En otro párrafo aseveran: “Es sorprendente la rapidez con la que ha cambiado el estado de ánimo. Los inversores que hace apenas unos meses se preguntaban si la economía tal vez no era demasiado fuerte ahora se están preparando para los verdaderos problemas que se avecinan”.
Según CNN, la incertidumbre sobre la agenda económica de Trump —especialmente la confusión sobre sus planes arancelarios— es una gran parte del problema.
Trump es básicamente un empresario, y aunque no es precisamente brillante, el heredó la fortuna que tiene y perdió mucho dinero en malas inversiones, sabe que un escenario así no le favorece.
No podrá cumplir con sus votantes, sus electores, y su futuro político podría complicarse.
Sus guerras comerciales con China perjudican a exportadores norteamericanos de trigo, soja, pollo, maíz, cerdo, por ejemplo.
Sus nuevos aranceles a los europeos afectan la industria norteamericana.
¿Por qué Trump arremete así contra socios como Canadá, México, contra un aliado comercial, más allá de sus celos geopolíticos, como China? ¿Por qué los aranceles al acero y aluminio de la Unión Europeo, si se supone que son socios y aliados?
No es la primera vez que nos hacemos esas interrogantes.
¿Por qué quiere proteger la economía estadounidense, sus empresas?
La incertidumbre daña terriblemente los mercados y Trump parece no entenderlo. La embestida de Trump, más allá de motivaciones políticas, “nacionalistas”, de aspiraciones hegemónicas, de ese afán por derrotar a China en esta guerra híbrida, parece estar destinada a fracasar.
Los chinos, que son más cautos, pero firmes en sus planes, en sus procederes, lo tienen estudiado desde hace tiempo. Siempre lo decimos, mientras los líderes rusos, con Putin a la cabeza, son maestros en ajedrez; Trump y sus amigos juegan poker; los líderes chinos, con Xi Jinping liderando, vienen de la tradición del Go.
El Go es un juego milenario, anterior al ajedrez, de mucha estrategia y donde gana el que ocupa mejor los espacios. Requiere de mucha paciencia, astucia y jugar con los errores del adversario. Es un juego que requiere mucho tiempo.
Claro, para eso se requiere conocer bien el juego. Trasladándolo al escenario geopolítico, tenemos que la República Popular de China es el país que más invirtió en el mundo en formar técnicos, empresarios, científicos e intelectuales, con los que enfrenta el siglo 21 exitosamente.
Pero lo más importante, son formados bajo los parámetros del Partido Comunista Chino, con una visión país diferente a la occidental. Donde hay una preocupación latente por el bien común.
Para hacer posible y sostenible su proyecto, debieron prepararse mucho. Producto de esa formación surgieron elementos como Qiao Liang, coautor, con Wang Xiangsui, del libro Guerra Irrestricta, escrito en 1999.
Allí exponen como China podría derrotar a un oponente tecnológicamente superior (como EE.UU.) mediante la guerra en todos los ámbitos de poder, más allá del militar.
Lo interesante es que, más allá de centrarse en la confrontación militar directa, el trabajo habla sobre otros medios alternativos a utilizar.
Expone sobre usar del derecho internacional, la economía y la tecnología para colocar al oponente en una mala posición. La idea que propugnan es evitar la necesidad de una acción militar directa.
Es un poco retomar lo que dijera Sun Tzu, hace más de 20 siglos: la mejor victoria es vencer sin combatir.
Dos décadas después de escrito el famoso libro, Qiao Liang volvió a hablar sobre Estados Unidos, lo hizo ante medios chinos y dijo que Estados Unidos tiene un claro liderazgo en alta tecnología, que por lo tanto no está fuera de duda que todavía pueden ser capaces de librar una guerra de alta tecnología, pero que la alta tecnología depende de la industria manufacturera.
“Tener capacidad de inversión y desarrollo no se traduce automáticamente en capacidad de alta tecnología, y la transformación de la capacidad de inversión y desarrollo en medios de alta tecnología es indispensable, lo cual depende de uno de los factores más importantes que es la capacidad de fabricación”, dijo.
Desde su óptica, la batalla final sigue siendo la fabricación. A juzgar por la situación actual de la industria manufacturera de EE.UU. que está en declive, si ahora quiere hacer la guerra a cualquier país, se está comiendo su arsenal de armas y equipos.
Si EE. UU. quiere luchar contra el país fabricante más grande cuando su industria manufacturera se ha agotado, ¿cómo lo hará? Están agotando sus stocks, ¿y qué pasa si no hay más aumento posterior? Eso es lo que debe preocupar a los estadounidenses, incluyendo a los que son optimistas sobre los Estados Unidos hoy en día.
Los llamados tanques pensantes norteamericanos deben saberlo, Trump ha tomado nota, y, a su manera, confronta a China, lo hace desde el frente de los aranceles, aunque ya vemos que muy bien no le está resultando.
Quizá piense que la fuerza de la ciencia y la tecnología americana, su influencia militar, y sobre todo, el uso del dólar, le permite hacer todo lo que se le antoja.
Volviendo a Qiao Liang y su perspectiva del mundo actual, sostiene que para algunos la guerra de hoy es una confrontación de redes, que el chip es el rey.
“Es cierto que los chips juegan un papel imprescindible en la guerra moderna de alta tecnología. Pero el chip en sí no puede luchar, el chip debe ser instalado en varias armas y equipos, y todo tipo de armas y equipos deben ser producidos primero por una fuerte industria manufacturera. Se admite que los Estados Unidos se basaron en una fuerte industria manufacturera para ganar la Primera y la Segunda Guerra Mundial”, expresó.
La pregunta es: ¿Estados Unidos tiene todavía una industria manufacturera lo suficientemente fuerte como en tiempos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial?
En opinión de Liang, Estados Unidos ha abandonado su industria manufacturera de gama baja y se ha transformado gradualmente en un país de industrias fantasmas.
Ahora, esta idea de pretender eliminar la influencia china en la economía, de traer a todas las empresas en el exterior no es nueva en Estados Unidos, no la inventó Donald Trump, como tampoco inventó la “Teoría del Loco”. Ya hace 5 años que Lawrence Kudlow, ex presidente de la Conferencia Económica Nacional de la Casa Blanca, pidió la retirada de todas las empresas estadounidenses de China.
Pero, no es tan fácil desacoplarse de China y reanudar la fabricación local, piensa Qiao Liang.
El dilema es que si se quiere reanudar la fabricación, hay que estar mentalmente preparado y recibir igual salario por igual trabajo, de modo que los productos y la mano de obra estén al mismo precio que en China (de lo contrario los productos no serán más competitivos que la fabricación china).
“Esto equivale a renunciar a la hegemonía de la moneda y al poder de fijar el precio de los productos y bajar desde la cima de la cadena alimentaria; o seguir en la cima de la cadena alimentaria, de modo que los ingresos de los empleados sigan siendo más de 7 veces superiores a los de China, haciendo que el producto no sea competitivo y las empresas no sean rentables”, manifiesta.
Claro, esto implicaría un retroceso en la calidad de vida de sus habitantes, algo que ya se está viendo en Europa.
Si esto no es posible, el regreso de las industrias manufactureras a los Estados Unidos y a Occidente será sólo un deseo.
Aunque los ingresos chinos aumentan año tras año, el dividendo del trabajo se agota, pero ¿cuántos recursos humanos de gama media y alta se han producido en China en los últimos 30 años? ¿Quién ha capacitado a más de 100 millones de estudiantes universitarios y de postgrado? La energía de este cuerpo de personas está todavía lejos de ser desatada en el desarrollo económico de China.
Los occidentales son conscientes de la importancia de restaurar la industria manufacturera y son conscientes del estado de aflicción en el que se encuentra su economía real. Si esta conciencia es real es otra cuestión. Lo importante es preguntar: ¿cuando un país como Estados Unidos se da cuenta de que debe reanudar la fabricación? ¿Puede realmente reanudar la fabricación? En realidad es muy difícil.
De hecho, después de la crisis financiera internacional de 2008, los Estados Unidos se dieron cuenta de las consecuencias del colapso de la industria.
Trump lo sabe, se lo tienen que haber dicho, por eso las bravatas contra China. Quienes lo conocen, sus biógrafos o gente que ha trabajado anteriormente con él, dicen que suele atacar a lo que teme. Trump tiene pánico por China. Además, Estados Unidos requiere de los minerales y tierras raras de China para potenciar su industria.
Por eso también las embestidas contra los Brics. El sabe que mientras menos influencia tenga la moneda norteamericana, menos poder de chantaje tendrá. Si los Brics logran disminuirla y crear mecanismos financieros alternativos, eso sucederá.
Trump empuja al mundo hacia ello. Esa manera errática de actuar obligó a los otros países a reagruparse, a mirar hacia los Brics: Rusia, China, más allá de las lógicas conversaciones con Trump, saben que deben reforzar lazos.
De hecho, esos ejercicios militares entre Rusia, China e Irán, no le gustaron mucho a Trump. Los Brics son un proyecto bien pensado que ha ido creciendo, es una alternativa seria y viable a la hegemonía occidental. De hecho, ya hay expectativa por la próxima cumbre que desarrollarán entre el 6 y 7 de julio en Brasil.
El bloque ha ido creciendo y más países quieres asociarse.
Mientras tanto, Trump sigue amenazando con apoderarse de Groenlandia, del Canal de Panamá. Sigue con los aranceles que quita y pone según se le antoja. Sigue creando inestabilidad. Quiere ser el protagonista en el tema de Ucrania, pero no toma en cuenta que si Rusia no acepta las condiciones que ellos proponen, no habrá solución. Putin no preside Rusia para complacer a Trump, sino para velar por los intereses de su país.