Durante más de una década, Venezuela ha resistido la ofensiva más prolongada, perversa y violenta del imperialismo estadounidense en América Latina. Desde bloqueos económicos, intentos de magnicidio, sabotajes eléctricos y campañas de odio digital, hasta la estigmatización de su migración y el secuestro de sus hijos e hijas. Sin embargo, hoy el escenario ha cambiado, y el cambio se escribe con nombre propio: Nicolás Maduro Moros.
La liberación de los 252 jóvenes venezolanos secuestrados en el CECOT, la repatriación progresiva de niños y niñas que fueron separados de sus familias en Estados Unidos, y los constantes vuelos de la Gran Misión Vuelta a la Patria, son más que victorias diplomáticas. Son símbolos. Son señales claras de que el pueblo venezolano, y su gobierno legítimo, lograron revertir una guerra híbrida con una herramienta poderosa: la dignidad.
Porque hay que decirlo sin tapujos: si el Imperio se sienta a negociar, es porque ha sido derrotado en su estrategia de los últimos 10 años. El imperialismo nunca dialoga con iguales. Negocia cuando le fallan las balas, las sanciones, las mentiras y las presiones. Negocia cuando su guerra híbrida no logra su objetivo. Negocia cuando se encuentra con un pueblo que no se arrodilla.
La oposición venezolana transformó la migración en un negocio. Lo denuncio con datos el capítulo 16 del libro “La Dictadura Global del Algoritmo”, donde se detalla cómo las plataformas digitales fueron utilizadas para manipular emocionalmente a millones, empujarlos a dejar el país, y luego lucrarse con ese dolor. Primero promovieron la migración, luego estigmatizaron a los migrantes, y finalmente los vendieron al mejor postor. En ese capítulo se narra con detalle cómo, entre 2015 y 2020, gobiernos del llamado Grupo de Lima, como los de Colombia, Perú, Chile y Brasil, fueron promotores activos de la migración venezolana. El expresidente chileno Sebastián Piñera fue uno de los más descarados, con su famoso llamado: “Vénganse a Chile, ¡tenemos trabajo para todos ustedes”. Un eslogan que fue viralizado por medios, redes sociales y campañas impulsadas por ONGs vinculadas a la derecha internacional. Lo mismo hizo Juan Manuel Santos en Colombia, quien decía que los venezolanos eran ‘bienvenidos con los brazos abiertos’. Pero apenas los migrantes venezolanos llegaban, comenzaban a ser estigmatizados, criminalizados y discriminados. En Perú y Colombia circularon campañas xenófobas que los acusaban de todos los males sociales. En Brasil, incluso fueron víctimas de ataques violentos y expulsiones colectivas. Así, quienes primero los empujaron a irse, luego los usaron como chivo expiatorio, mientras hacían millones con la migración convertida en negocio de tráfico humano y manipulación política.
Hoy, la Revolución Bolivariana ha rescatado a decenas de niños secuestrados en Estados Unidos, algunos enviados a “hogares temporales”, centros de detención y cárceles migratorias. El presidente Nicolás Maduro ha dicho: “Migrar no es delito, pero secuestrar migrantes sí”. Y esa frase retumba como un martillo sobre la hipocresía de quienes en nombre de los derechos humanos, roban infancias.
Jorge Rodríguez, Diosdado Cabello, el canciller Yván Gil, la vicepresidenta Delcy Rodríguez, y la Revolución Bolivariana han logrado lo impensable: que el mismo gobierno de Estados Unidos reconozca su responsabilidad en estos secuestros y acceda a la repatriación. La llegada de cada vuelo con niñas y niños abrazando a sus padres es una derrota simbólica del aparato propagandístico mundial que quiso vendernos como un “Estado fallido”.
Y no olvidemos el caso del CECOT en El Salvador. Donde el régimen de Bukele —aplaudido por la ultraderecha internacional— mantuvo encarcelados a más de 250 jóvenes venezolanos sin juicio, sin derechos, sin voz, sometidos a las más crueles torturas. Hoy están en casa, abrazando a sus madres, gracias a la gestión del presidente Maduro. Un hecho que no dirán en los titulares de CNN, ni en los timelines de los influencers que antes lloraban por los derechos humanos como el arrastrado que visitó el Salvador días después de saber lo que le habían hecho a nuestros muchachos, que dosis de Residente Calle 13 les hace falta cuando suspendió su concierto sabiendo que intereses sionistas ganarían dinero con su talento.
Pero esto no es casual. Es la consecuencia de años de resistencia. De un pueblo que aprendió que la guerra no solo se libra con fusiles, sino también con información, con moral, con organización y con conciencia. Y que entendió que su mayor arma es ser fuertes para ser libres.
Por eso debemos recordar: el Imperio no cambia. Se adapta. Se repliega cuando es vencido, pero solo para atacar de nuevo cuando encuentra una grieta. Hoy negocian, mañana volverán a intentar destruirnos. Pero ahora saben que Venezuela ya no es el mismo país de 2015. Hoy tenemos memoria, estructura, tecnología, aliados y, sobre todo, tenemos una certeza: no nos rendimos.
Y a Volker Türk, que tanto se negó a pronunciarse por el secuestro de nuestros niños, solo le decimos una cosa: ellos ya están regresando a casa. Y no ha sido gracias a usted, sino a la firmeza de una Revolución que no se arrodilla.
Cada niño liberado, cada joven que vuelve, cada lágrima que se transforma en sonrisa, es una victoria del pueblo venezolano. Una victoria de Nicolás Maduro y de quienes jamás se doblegaron ante la infamia.