
Hay que aplaudir la capacidad de ser descarada de la maquinaria mediática estadounidense: mientras acusan a Venezuela de ser un “narcoestado” sin una sola prueba seria, resulta que la podredumbre estaba en el mismísimo corazón de su ejército, en la base militar más grande y “gloriosa” de Estados Unidos: Fort Bragg —rebautizada Liberty para lavar la cara, pero incapaz de borrar los muertos, la cocaína y el hedor de corrupción que la envuelven.
El periodista Seth Harp, veterano de Irak y nada sospechoso de “chavista”, destapó la cloaca en su libro The Fort Bragg Cartel: Drug Trafficking and Murder in the Special Forces. ¿Qué encontró? Un cementerio de escándalos: 14 casos en apenas cinco años de soldados de Fuerzas Especiales metidos en drogas, armas y asesinatos. ¿Su epicentro? El hallazgo en 2020 de dos cuerpos acribillados en un bosque cercano: William “Billy” Lavigne, operador de Delta Force, veterano traumatizado y adicto al crack; y Timothy Dumas, logístico de las Fuerzas Especiales que no solo traficaba armas y drogas, sino que chantajeaba a sus propios jefes con cartas que hablaban de crímenes en Afganistán.
¿Esto es un guion de Netflix? No. Es la vida real en la base donde se forman los “héroes” que después amenazan con desembarcar en el Caribe para combatir el “narcotráfico” venezolano. ¡Qué ironía! El supuesto “cártel de los Soles” resultó ser el cártel de Fort Bragg.
Cuando los verdugos resultan ser traficantes
El caso documentado por Harp es brutal porque expone la conexión entre Fuerzas Especiales de EE.UU. y carteles mexicanos como Los Zetas. No lo dice Telesur, ni un medio “bolivariano”: lo dice un periodista condecorado, publicado en Rolling Stone, The New Yorker y The New York Times. Incluso identifica a un exagente estatal, Freddie Huff, que fungía de correo entre narcos y soldados.
¿Y qué hizo el Pentágono? Encubrir, barrer bajo la alfombra, archivar. Porque claro, aceptar que su ejército de “élite” funciona como un narco-club arruinaría la narrativa del “ejemplo moral” que pretenden venderle al mundo.
Narcohistoria Made in USA
Y que nadie se sorprenda. La historia militar estadounidense está cruzada por drogas:
- En Vietnam, el 35 % de los soldados consumía heroína, traficada desde el sudeste asiático con complicidad de oficiales.
- En Centroamérica, los contras nicaragüenses aliados de Washington financiaron su guerra con cocaína, un escándalo que llegó a los barrios pobres de Los Ángeles, documentado por el periodista Gary Webb.
- En Afganistán, durante la ocupación, el país llegó a producir el 80 % del opio mundial, protegido por señores de la guerra aliados de EE.UU.
- En Irak, las bases militares se convirtieron en mercados negros de armas y drogas.
- Y en Fort Bragg, la “cuna de las operaciones especiales”, soldados convertidos en narcotraficantes de manual.
¿De qué narcoestado me hablaban?
Colombia, Ecuador y la fábula del “cerco antidrogas”
El relato imperial tiene otro capítulo digno de tragicomedia: las bases militares en Colombia y Ecuador. Nos dijeron que estaban ahí para “combatir el narcotráfico”. ¿Y qué pasó? La producción de cocaína en Colombia se disparó a pesar de tener más de 10 bases estadounidenses, fumigaciones aéreas y toneladas de dólares en “ayuda militar”.
El propio informe de la ONU sobre drogas 2025 revela que Colombia sigue encabezando el mapa de la cocaína global. Entonces, ¿cómo se explica que con presencia gringa aumente el narco? Fácil: porque no están ahí para combatirlo, sino para administrarlo.
Mientras tanto, medios internacionales difunden basura sobre un supuesto despliegue de buques y fuerzas especiales en el Caribe “para frenar a los narcos venezolanos”. ¿Será que confunden las coordenadas? Porque los narcos no están en Caracas, están en Carolina del Norte, en Bogotá y en los pasillos de la DEA.
La gran inversión: guerra eterna, narcos eternos
Lo que revela Fort Bragg no es un accidente, es la lógica del negocio imperial:
- Guerras eternas → Afganistán, Irak.
- Economías ilegales → opio, cocaína, armas.
- Militares traumados y corrompidos → perfectos socios de carteles.
Y de paso, una maquinaria mediática que señala a Venezuela como “narcoestado” mientras su ejército entierra cadáveres y adictos en sus propias bases.
La hipocresía imperial, al desnudo
Así que cuando la Casa Blanca, el Comando Sur o los opinadores de CNN repiten que vienen a “salvar a Venezuela del narco”, ya sabemos la verdad: el narco lo tienen adentro, incrustado en sus Fuerzas Armadas, protegido por su propio Estado.
El “cártel de los Soles” nunca existió más allá de los titulares de Reuters y AP. El verdadero cartel se llama Fort Bragg Cartel, con uniforme camuflado, armas de última generación y bendición del Pentágono.
Y mientras tanto, en Colombia, el país más militarizado por EE.UU. en la región, la cocaína fluye como nunca. ¿Coincidencia? No. Es el guion de siempre: acusar al enemigo político y ocultar el negocio propio.