No hay que ser demasiado estudioso de las ciencias políticas, o de cualquier otra ciencia social, para darse cuenta de que la Federación de Rusia fue sometida a una agresión sistemática que pasó por la conversión de la República de Ucrania en un Estado provocador, con un régimen político nazi fascista que de la mano de la élite de poder de Estados Unidos llegó a fraguarse, en el año 2014, precisamente para hacerle la guerra al país eslavo.
Las determinaciones generales de esta acción tienen varias aristas, pero fundamentalmente responden a variables como la desintegración territorial de la Federación de Rusia, el cambio de régimen político en ese país ̶-incluido el derrocamiento del Presidente Vladimir Putin-, y la destrucción de su economía e industria; hoy lo suficientemente pujantes en materia tecnológica y militar, y por ende hacer regresar a esa Nación al estadio posterior a la caída del bloque soviético en 1991.
La razón estratégica de todo esto, en la visión de hegemonía exclusiva de la élite de poder de Estados Unidos, no es otra que la eliminación de un enemigo real a las posibilidades de sostenerse como líder indiscutible del poder mundial, cosa que, autoproclamada en los momentos en que se hablaba del «fin de la historia», y de la victoria del neoliberalismo económico y la democracia representativa como formas económicas y políticas, sin alternativa posible.
Visto lo anterior y dado que ni en el campo político ni en el campo militar las cosas les han salido bien a todas las administraciones estadounidenses, incluída la de Trump, quienes demencialmente se metieron en esa jugada; así como el fortalecimiento actual que tiene Rusia desde el punto de vista económico, político, militar, tecnológico e industrial; entonces la Cumbre de Alaska en EEUU, que reunió a Donald Trump y Vladimir Putin, adquiría la relevancia de ser una posibilidad real de capitulación del poderío estadounidense ante una victoria indiscutible del país eslavo en la guerra que le provocaron.
Tal cuestión no es poca cosa, ya que más allá de un encuentro que reactivaría las relaciones bilaterales entre estos dos colosos, rotas desde el año 2022 cuando inició la operación militar especial de Rusia en Ucrania, la realidad es que el avance de cualquier tipo de diálogo y entendimiento posterior pasa por la deriva de la guerra en Europa del Este.
Esto, respetando las posiciones de algunos analistas que afirman que ya el asunto de la guerra es una cuestión conversada y que de fondo hay otros temas de mayor relevancia. No podemos obviar la importancia que tiene la posibilidad de regresar al Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares de Alcance Intermedio, acuerdos en materia petrolera y gasífera, la construcción conjunta de una ruta comercial en el Estrecho de Bering, o la disposición de algún acuerdo para la explotación de tierras raras, temas que pudieran ser parte de la importante agenda entre Rusia y Estados Unidos; sin embargo la realidad es que todo esto será posible solo si se produce una solución política que detenga la guerra actual.
Esa solución no es sencilla ya que bien sabemos, en el ejercicio de la diplomacia, del engaño que caracteriza a la política exterior de los Estados Unidos, y en consecuencia la posibilidad que todo esto de Alaska sea una nueva pieza de distracción para replegar fuerzas y volver a enfilar en contra de la Federación de Rusia, o realmente estamos ante la voluntad de configurar la cancha de un nuevo orden mundial donde esta Nación euroasiática, junto al poder que representa la República Popular China son dos pivotes fundamentales de un orden multipolar ineludible de cualquier valoración analítica.
La cuestión de un nuevo equilibrio político en Europa, el reconocimiento de los territorios que se han proclamado independientes y hoy forman parte de la federación de Rusia, el fin de la pretensión de Ucrania de formar parte de la Organización de Tratado del Atlántico Norte OTAN y garantías para evitar nuevas expansiones y agresiones futuras serán asuntos claves si queremos ver prosperar estas negociaciones.
Por ahora, la Cumbre de Alaska terminó con una escueta declaración de ambos mandatarios, sin mayor información y tal vez una próxima cita pautada en Moscú, sobre la cual seguiremos haciendo seguimiento.