Si algo distingue a Estados Unidos no son sus “valores democráticos”, ni su “ejemplo de libertad”, sino su capacidad industrial para fabricar mentiras de exportación. Mentiras que venden en prime time con gráficos coloridos, lágrimas de cocodrilo en el Congreso y un coro mediático que repite al unísono. Mentiras que, como advertí en mi último artículo sobre la guerra psicológica contra Venezuela, son la artillería previa antes de la pólvora. La historia lo demuestra: cada guerra norteamericana ha comenzado no con un disparo, sino con un titular.
El Maine y la primera gran fake news imperial (1898)
La serie empezó en La Habana, con el acorazado Maine convertido en mártir involuntario. Una explosión accidental en sus bodegas fue presentada como un ataque español. El periodismo amarillo de William Randolph Hearst hizo el resto: “¡Remember the Maine, to hell with Spain!”. El resultado fue la Guerra Hispano-Estadounidense. Estados Unidos entró en Cuba como supuesto libertador, pero se quedó con Puerto Rico, Guam y Filipinas. Décadas después, investigaciones —incluso del propio gobierno gringo— confirmaron que lo más probable era un incendio en los depósitos de carbón. Pero ya no importaba: el imperio había estrenado su traje y a partir de este episodio solo en Latinoamérica intervinieron 76 veces en todos los países.
Vietnam y el fantasma en el radar (1964–1973)
En el Golfo de Tonkín, la historia volvió a rodar. Se anunció al mundo que destructores norvietnamitas habían atacado a buques estadounidenses. Mentira. El segundo ataque jamás ocurrió: fueron ecos de sonar confundidos, manipulados para sonar a agresión. El Congreso, enloquecido de patriotismo, aprobó la Resolución de Tonkín y la guerra estalló. Resultado: tres millones de vietnamitas y más de 60 mil estadounidenses muertos. Décadas después, la NSA y hasta Robert McNamara admitieron la verdad: no había ataque, solo operaciones encubiertas provocadoras de EE.UU. Fue la mentira fundacional de una carnicería que aún tiene traumas y cicatrices en la sociedad estadounidense.
Granada y los estudiantes en “peligro” (1983)
En los años 80, Ronald Reagan necesitaba su guerra chiquita. Encontró el escenario en Granada, una islita caribeña con un gobierno de izquierda. El pretexto: “proteger” a 800 estudiantes estadounidenses de medicina supuestamente en peligro tras un golpe. La universidad declaró que jamás estuvieron en riesgo, y hasta Margaret Thatcher, aliada fiel, se opuso a la farsa. Pero las tropas ya estaban desembarcando. La invasión fue un paseo militar contra un país del tamaño de un barrio de Miami, pero sirvió para mandar un mensaje al Caribe: aquí manda Washington.
Panamá: Noriega, de agente narco de la CIA a villano de manual (1989)
George H. W. Bush necesitaba otra “causa justa”. Fabricó un monstruo a su medida: Manuel Noriega, general panameño y viejo colaborador de la CIA, fue de pronto convertido en el enemigo público número uno. ¿El pretexto? Narcotráfico, amenazas al Canal y “proteger vidas estadounidenses”. En realidad, Noriega se había vuelto incómodo y había que sacarlo. La invasión dejó miles de panameños muertos bajo bombas que arrasaron barrios populares. El Canal quedó bajo control seguro, y la “democracia” panameña pasó a ser otra ficha del tablero.
Irak y el tubito de polvo (2003)
La escena más grotesca de este catálogo fue en Nueva York, en la ONU. Colin Powell levantó un tubito con polvos blancos y juró que era evidencia de las Armas de Destrucción Masiva de Saddam Hussein. Bush y Cheney repetían que esas armas podían usarse en 45 minutos. También agregaron vínculos ficticios con Al-Qaeda. Todo falso: ni armas, ni vínculos. La fuente principal era un informante apodado “Curveball”, desacreditado incluso por la CIA. La mentira abrió las puertas a una invasión que destrozó Irak, mató a millones de civiles y dio vida al monstruo del ISIS. El engaño más caro y sangriento del siglo XXI.
Libia y el Viagra de la guerra (2011)
En 2011, la OTAN, bajo el liderazgo estadounidense, encontró su excusa en Libia. La propaganda aseguraba que Muammar Gaddafi repartía Viagra a sus tropas para ordenar violaciones masivas y que se preparaba una masacre inminente en Bengasi. La prensa lloró por “los derechos humanos”. El resultado: bombardeos, linchamiento de Gaddafi y un país reducido a escombros. Hoy Libia es un estado fallido, con mercados de esclavos al aire libre y una guerra civil sin fin. La mentira del Viagra fue desmontada por la propia ONU, pero ya era tarde: el petróleo había cambiado de manos.
Irán 2025: la mentira en construcción
El guion continúa. Hoy, en 2025, los titulares anuncian que Irán estaba a “horas” de tener la bomba nuclear. Sin pruebas de la AIEA, sin verificaciones internacionales, el gobierno genosida de Israel y Washington decidieron bombardear Irán durante 12 días y finalmente sus instalaciones de uso pacífico nuclear. Se dijo que eran “plataformas militares encubiertas”. Estoy seguro que, como en Irak, el tiempo revelará que no había programa nuclear activo. Pero para entonces, el desastre estará hecho: muertes, crisis energética global y una región al borde de la guerra.
Venezuela el cuento de los narcos:
Finalmente retorna la guerra contra el narco, con acusaciones completamente fantasiosas contra el Gobierno de Venezuela y sus altos mandos de pertenecer a un cartel que para la propia DEA en su informe de 2024 y para la ONUDD en su informe 2025 no existe e informan que Venezuela ni es una ruta segura para el narco, ni tiene cultivos, ni tiene laboratorios. Pero nada de eso importa, es la mentira quien construye los objetivos militares. Recientemente un periodista le pregunta a Dolnad Trump si van a atacar algún objetivo en territorio venezolano y con altanería de siempre dijo: pronto se van a enterar. Amanecerá y veremos.
Entonces, ¿Cuál es el patrón ciminalístico?
De La Habana a Teherán, de Tonkín a Trípoli, el libreto es siempre el mismo:
– Inventar una amenaza.
– Venderla como verdad absoluta.
– Atacar.
– Admitir, años después y con voz baja, que fue un error, a veces.
Y así funciona el “mundo libre”: cada guerra empieza con una mentira, y cada mentira es vendida como cruzada moral. Lo hicieron con Cuba, Vietnam, Granada, Panamá, Irak, Libia e Irán. Y hoy lo ensayan contra Venezuela, con el cuento del “narcoestado” y el “Cártel de los Soles”. Primero te destrozan la mente con propaganda, después te rodean con submarinos nucleares.
Estados Unidos no va a la guerra por libertad, ni por democracia, ni por derechos humanos. Va a la guerra por intereses, por petróleo, por control geopolítico. Y la mentira es su arma preferida. Una mentira repetida en titulares, amplificada por redes sociales y canonizada en los discursos de presidentes poco solemnes.
Venezuela quiere paz y luchará por ella.