Por: Earle Herrera
La muerte y la gloria a veces van de la mano, pero no se les puede unir a juro porque sale una morisqueta. La declaración del técnico el día que la vinotinto ganó su semifinal en el Mundial Sub-20 fue un foul en el área chica. Todos los politiqueros quisieron cobrar ese penalti. Luego, en el Olímpico, el seleccionador intentó enmendar su falta y pidió no hacer lo que él había hecho: politizar una hazaña en la que la revolución bolivariana tiene mucho que ver. Chutó esta frase a las gradas: “Así los quería ver, todos juntitos, vestidos de vinotinto. Aquí cabemos todos”. Fue un regate a sí mismo. Un autopase.
Ignoro si esta jugada de fair play llegó a tiempo. En todo caso, fue una oportuna autocrítica que impidió que la fiesta en el Olímpico tomara otro cauce. Los políticos no la entendieron así y se quedaron con la primera frase, la del emplazamiento al presidente Maduro y apoyo a los líberos de la violencia. Los viejos defensas de la Cuarta República se erigieron en justicieros de sus propias víctimas, esos jóvenes que mandan a pelear por su odio rancio.
Los viudos del puntofijismo, ahora que les hacen fintas a los derechos humanos, deberían pedir el Informe Final de la Comisión de la Justicia y la Verdad, titulado “Contra el olvido y el silencio”. Allí encontrarán el pedestal de cadáveres sobre el que ellos gobernaron durante 40 años. Más de diez mil torturados, desaparecidos y muertos. Si al técnico vinotinto le interesa la historia como la política, podrían regalarle un ejemplar que, sin duda, le desbrozará el camino hacia el arco de la justicia y la verdad.
Comparar la muerte del chamo Samuel Sosa, quien con su gol de tiro libre nos metió en la final, con la del joven Neomar Lander, es un foul a la verdad. Porque este chico murió manipulando un mortero que los financistas del terror pusieron criminalmente en sus manos ineptas. Él y su madre son beneficiarios de la Gran Misión Vivienda Venezuela, gente pobre atendida por el Gobierno bolivariano. Personas humildes que nunca tuvieron para una entrada en un estadio olímpico, excepto que al morir -y solo si mueren- un técnico las nombre, en un extraño drible de un gol con la mentira, en ese grotesco juego de una muerte absurda y sin gloria.