Yo no comparto las reglas de la representación electoral en España y, sin embargo, ejerzo mi derecho a votar. De ninguna manera se me habría ocurrido hablar de fraude ni de dictadura a pesar de que la proporcionalidad electoral no exista. Cada voto en España, según el lugar donde votes, vale diferente. Pero esto no quiere decir que España tenga un régimen totalitario. La democracia está vigente desde hace décadas, aunque podamos cuestionar la matemática electoral.
Con la Asamblea Nacional Constituyente, se cumple la cita electoral número 21 de Venezuela en 18 años. El promedio es superior a más de una elección por año. El chavismo ha vencido en 19 de ellas. En las dos derrotas, se reconocieron los resultados. La democracia en Venezuela en el plano electoral siempre ha sido un rasgo característico de este proceso revolucionario y jamás ha sido puesto en tela de juicio por el propio gobierno. En el próximo diciembre habrá elecciones a gobernaciones regionales. También se votará para refrendar el texto constitucional resultante y luego, como corresponde, se llevará a cabo la cita electoral presidencial.
Toda discusión sobre las normas para la elección de la Constituyente es bienvenida. Cabe todo en este debate, siempre y cuando sea por la vía pacífica y política. Estar en desacuerdo es tan legítimo como apoyar esta cita electoral. La democracia es eso: confrontar propuestas incluso en la fórmula para elegir a los representantes de la ciudadanía. Lo que está absolutamente tirado de los pelos son esos titulares que hablan de “jaque a la democracia”, “dictadura” o “régimen totalitario” para caracterizar un proceso electoral que lo que hace es invitar a la gente a votar.
Y finalmente lo que pasó es que el pueblo venezolano salió a votar sin miedo; 8.089.320 venezolanos dieron su visto bueno a la Constituyente (41,53%), muy cerca del récord histórico (que obtuvo Chávez en 2012). Muchos lo hicieron porque son fieles chavistas y están dispuestos a dar su voto en cualquier circunstancia. Ahí estarán seguramente los más de 5 millones y medio que ya lo hicieron en las elecciones parlamentarias del 2015 a pesar de las dificultades económicas. Pero además habrán acudido a votar todos aquellos que tuvieron algunas críticas al chavismo, o que tenían cierto descontento, pero que ahora están absolutamente hartos de la violencia de esa minoría opositora que ha impedido que exista vida cotidiana. Este es un bloque importante que la oposición no ha sabido seducir en este tiempo desde las últimas legislativas, sino más bien todo lo contrario: los ha ahuyentado para que nuevamente vuelvan al lugar en el que antes estuvieron, con el chavismo. Indudablemente, esta elección demuestra algo que la oposición, nacional e internacional, no quiere aceptar: el chavismo como identidad política sigue estando muy presente en el país.
La realidad es que las elecciones en Venezuela no se ganan con tanta mentira desde afuera ni con exceso de violencia adentro. El pueblo venezolano hace muchos años que se siente plenamente emancipado y no vota por lo que diga la prensa hegemónica internacional. Menos mal. Y esto es lo que no logran entender desde los centros tradicionales de poder. La gente vota según confíen en unos u otros más allá de lo que diga la CNN, El País, el FMI, Trump, Peña Nieto o Santos.
Una vez más ganó la democracia en Venezuela. Sí, la democracia. Un país en el que vota la gente, según los cánones liberales, es que vive en democracia. En Venezuela, la democracia representativa se aplica al pie de la letra. La cita electoral a la Constituyente es una muestra más de ello. Y se pone así el foco en lo que viene por delante con el objetivo de seguir construyendo un país que nada a contracorriente y que tiene múltiples desafíos que atender. La Constituyente tendrá que dar nuevas respuestas a las nuevas demandas que el pueblo venezolano tiene.
La política en Venezuela abre de nuevo sus puertas para que los conflictos se resuelvan por esta vía y no por otra. Los votos seguirán siendo los que determinen el futuro del país a pesar que otros prefieran las balas. Así no, gracias.
Alfredo Serrano Mancilla