Por Earle Herrera
Cuando el huracán María devastaba Dominica, el presidente de Estados Unidos eructaba amenazas en las Naciones Unidas contra Venezuela. Era la primera vez que un Jefe de Estado utilizaba el podio de la mayor organización multilateral del planeta para anunciar su apocalipsis particular contra el mundo y vociferar que estaba listo para aplicar más sanciones a una pequeña y soberana nación de América del Sur: Venezuela.
Cuando el pueblo de Puerto Rico se declaraba en alerta roja ante la llegada inminente del huracán con nombre Mariano, el presidente de facto de Brasil tronaba en la Organización de Naciones Unidas contra Venezuela. El dictador brasileño se daba el cínico tupé de denunciar “dictaduras” luego de perpetrar con un atajo de corruptos un golpe de Estado contra la presidenta constitucional Dilma Rousseff. Maquillaba su cinismo arremetiendo contra un país vecino: Venezuela.
Cuando un devastador terremoto azotaba México, varios jefes de Estado latinoamericanos –Santos, Varela, Kuczynski, Temer, Macri- eran invitados a una cena con el jefe del imperio, Donald Trump, no para planificar la ayuda al país azteca, sino para recibir instrucciones de la posición común que debían llevar a la Asamblea General de la ONU contra un país insumiso, eso sí, llamado República Bolivariana de Venezuela.
Cuando el número de víctimas mortales del terremoto en México superaba las 200 y sobre el sufrido país se cernía la amenaza de erupción del Popocatépetl, el presidente Juan Manuel Santos, en lugar de mostrarse solidario u ocuparse de los graves problemas de su país, declaraba que le “duele”… Venezuela. ¡Alerta! En la medida en que el dolor de Santos por la patria de Bolívar sea mayor, más debe preocuparse el pueblo bolivariano de Venezuela.
Cuando huracanes, tormentas y terremotos provocaban dolor y muerte en nuestra América mestiza, el jefe del imperio, sus adláteres de la Unión Europea y una camada de cachorros alfombrados de América Latina se agavillaban para organizar una conspiración contra el pequeño y terco país que se niega a ser un perro echado en la alfombra imperial y que, desde la Asamblea Nacional Constituyente de 1999, lleva con orgullo el nombre libertario de República Bolivariana de Venezuela.