Durante una intervención sobre el contexto mundial, el Presidente de la República, Nicolás Maduro Moros, en nombre de Venezuela y acompañado del Alto Mando Político y Militar de la Revolución Bolivariana, sonó la campana de alerta sobre la situación de Europa del Este y su posible escalamiento militar a otras regiones del planeta, con peligrosas consecuencias más allá de las propias que estamos observando; producto de la supremacista y unilateral visión de las élites políticas de occidente de querer imponer su fundamentalismo liberal a todo costo; y sostener un mundo donde la hegemonía estadounidense reine a sus anchas.
Lógica reflexión del Jefe de Estado venezolano, al observar acontecimientos que lejos de expresar un posible desescalamiento del conflicto por vías diplomáticas; tienden a profundizarlo. Tal como hemos afirmado en análisis anteriores, todo el hostigamiento planificado con posibles acciones militares ulteriores hacia la Federación de Rusia; no tiene otro objetivo que provocar masa crítica, como la actual situación en Ucrania, para favorecer la estrategia demencial de frenar la expansión económica, política y energética de la alianza Ruso – China en el mundo de este siglo XXI; vista como amenaza y sin medir sus posibles efectos.
Tales respuestas de occidente, que han sido valoradas por el Presidente Maduro como «locura», buscan dos imposibles: sacar del sistema capitalista globalizado actual a la Federación de Rusia; a partir de medidas coercitivas unilaterales con el similar recetario de acciones que genocidamente han aplicado en Venezuela; y cuyas nefastas consecuencias hemos sufrido y resistido millones de venezolanos y venezolanas.
El otro imposible es creer que tal cuestión no tendrá consecuencias estructurales graves. Apenas días después de la operación militar rusa en Ucrania, las acciones de respuesta de Europa y EE. UU. ya dejan ver problemas a lo interno de sus propias naciones; que en principio aparecen en forma de pago por el galón de gasolina en los EEUU de hasta 4$ y 5$ (casi el triple del costo previo a este conflicto). Y el incremento en porcentajes escandalosos de las tarifas de gas para calefacción, gas de uso doméstico y electricidad en casi toda Europa; que en algunos casos se ha cuadruplicado.
Esto impacta también en los alimentos; visto por ejemplo el incremento de hasta 62% del precio del trigo lo cual hace prever una crisis mundial a escala global añadiendo a todo esto el crecimiento exponencial de los precios del petróleo. De paso, el país eslavo posee potencialidades industriales como exportador de primer orden en materia de níquel, acero y cereales, teniendo como principal socio a Europa Occidental.
La absurda idea de excluir a la Federación de Rusia del sistema como un todo, es ni más ni menos que pretender sacar a un hegemón hoy clave para la estabilidad política internacional; en un mundo que desde la posguerra y la caída de la Unión Soviética ha sufrido transformaciones evidentes que, de ser soslayadas, conducirán inevitablemente a una guerra mundial de consecuencias terribles e incalculables; y en las cuales, tal como advirtió en su momento el propio Presidente ruso, Vladimir Putin, «no habrá ganadores».
A lo anterior debemos sumar que, a pesar de las conversaciones entre Rusia y Ucrania que podrían conducir al menos a un alto al fuego, lo que vemos desde occidente es el alimento de la guerra con acciones de todo tipo (envío de armas, equipamiento militar, dinero, apoyo logístico, reclutamiento de mercenarios o soldados de fortuna); para sostener un territorio ucraniano en guerra; en vez de ir en la dirección contraria de concertar voluntad política para ir desescalando esta tensión por otras vías.
Todo este entramado viene aderezado de una rusofobia inaceptable y excluyente del pueblo eslavo, de cualquier derecho en el ámbito internacional; como si con tales barbaridades se lograra una verdadera resolución a un conflicto que no se quiso evitar; justo para enfilar toda una maquinaria previamente aceitada contra los intereses rusos; cuestión que estamos constatando.
Detener o desescalar esta situación actual no es cosa sencilla; porque implica rehacer compromisos en materia de seguridad estratégica que sean capaces de satisfacer los anhelos de todos los factores; un nuevo tratado que de suyo no amenace la seguridad de la Federación de Rusia; pudiendo llevar a la conversión absoluta de Ucrania en un Estado neutral entre Europa occidental y oriental; y que pondría freno a la expansión de la OTAN como herramienta de los intereses estadounidenses.
También impone rehacer compromisos de una élite ucraniana irresponsable y que ha derivado en expresiones neonazis; el peligro de poseer armas biológicas —con el apoyo de EE. UU.— y amenazar con extender esta potencia devastadora a la producción de armas nucleares. A todo esto debemos sumar la campaña de muerte que han desarrollado en Donetsk y Lugansk, cuyos pueblos por su osadía de declararse independientes de Ucrania y su élite de extrema derecha, ya cuentan hasta 15 mil muertos; como prueba dolorosa y fehaciente del incumplimiento sistemático de los acuerdos de Minsk suscritos en 2014 – 2015.
La reciente Cumbre de los Cancilleres de Rusia y Ucrania, celebrada en Antalya, Turquía; ha servido para ratificar la necesidad de un acuerdo de garantías en materia de seguridad que permita ir rebajando el estado de tensión vigente.
Con todo este contexto sumamente complejo, el hecho de que la República Bolivariana de Venezuela esté resistiendo las agresiones sistemáticas, fraguadas desde Washington y las principales capitales de Europa; sumando además nuestra posición geopolítica, nuestra visión multilateral de paz, y las reservas de petróleo que nos colocan en lo más alto de ese renglón, nos hace poseedores de cualidades suficientes para contribuir modestamente a una desescalada de este conflicto; cuya elevación puede contener consecuencias que, inevitablemente, dejarán a la humanidad como la gran derrotada.
Por: Walter Ortiz