Preocupación en la Casa Blanca
Si algo caracteriza la política internacional norteamericana en los últimos años, de Trump hasta nuestros días, es que ha sido muy errática. No es que Obama fuera una maravilla, que tuviera dotes excepcionales como estadista, pero por lo menos administraba mejor sus asuntos.
El exmandatario republicano, que culminó desconociendo los resultados de las elecciones donde perdió con Joe Biden, debe ser uno de los peores ejemplos de diplomacia.
Repito, no es que Obama, a quien le dieron el premio Nobel de la Paz pese a que desde su llegada a la Casa Blanca fuese el mandatario más beligerante de la historia norteamericana, allí están las intervenciones en Asia, África, América Latina; y lo más escandaloso y sangriento, Libia y Siria.
Pero el expresidente afroamericano supo mantener el liderazgo norteamericano, aglutinar a sus aliados en torno su política. Nunca vimos esas desavenencias que se vieron con Trump.
De Trump, inclusive, se burlaron los mandatarios de países “amigos” en una reunión de la OTAN, el 4 de diciembre del 2019, el mundo se enteró por un video como el presidente francés, Emmanuel Macron, Justin Trudeau, de Canadá, el ex premier británico, Boris Johnson, el primer ministro holandés, Mark Rutte, y la princesa Ana de Inglaterra, se mofaban de él. Trump, con su desmedido ego por los suelos, acusó a Trudeau de tener “dos caras”.
Claro, se sabe que, en asuntos de Estado priman los intereses nacionales más que las simpatías personales. Eso debería ser así, aunque en los últimos tiempos vemos que mandan los intereses de las corporaciones y que los gobiernos de «occidente» están como facilitadores de la corporatocracia global.
Pero, los malos administradores perturban el funcionamiento del sistema. Peor, para ellos, cuando emergen nuevas potencias que cuestionan la hegemonía, la unipolaridad que tanto benefició a Occidente desde que se inició el presente siglo.
Gestos, hechos inoportunos más allá de los intereses, en tiempos de cambios pueden alterar el tablero geopolítico, producir reagrupamientos. Eso es lo que está sucediendo con un tradicional aliado de Estados Unidos en el Medio Oriente.
Arabia Saudita, tan importante para Washington desde la década de 1970 en la consolidación de los petrodólares, que le permitió a Estados Unidos una primacía hoy cuestionada, se aleja de su “viejo amigo”.
Esto no ha sucedido de un momento a otro. Un medio funcional, útil al establishment, The Financial Times, hace unos meses, en agosto; publicó que hay tres razones para suponer que Arabia Saudita sería un problema, o ya lo está siendo, para Biden
Según el medio “la primera es la financiera. El reto más urgente de Biden es conseguir que la reciente caída del precio del petróleo no tenga marcha atrás. Esa caída, que frenó las ganancias en dólares de Putin y que mejoró las posibilidades de los Demócratas en las próximas elecciones de mitad de mandato, tuvo poco que ver con Arabia Saudita. La desaceleración económica de China fue el principal motivo. Tras la visita de Biden, el príncipe Mohammed aceptó aumentar la producción diaria saudí en 236.000 barriles. Pero él y Putin acordaron a principios de este mes reducir un tercio de la cuota de «Opec plus». Es probable que haya más recortes. Los saudíes prefieren que el petróleo supere los $100 por barril. El motivo del príncipe Mohammed puede ser más monetario que geopolítico. Pero el daño colateral a Biden es algo bienvenido”.
“La segunda es la hostilidad del príncipe heredero hacia los sermones de los liberales occidentales. El contraste retórico de Biden con Trump es como la noche y el día. Biden divide el mundo en autocracias y democracias. Trump, cuyo primer viaje presidencial al extranjero fue a Arabia Saudita, tiene predilección por los hombres fuertes. El príncipe Mohammed se está convirtiendo rápidamente en autócrata entre los autócratas. El hecho de que en Arabia Saudita hayan encarcelado recientemente a dos mujeres activistas por publicar opiniones discrepantes en las redes sociales demuestra lo poco que le importan al príncipe Mohamed las preocupaciones de Biden. Parece ser que el príncipe heredero quiere enfatizar que los valores de Biden no tienen cabida en su reino”, señaló Edward Luce, autor del artículo.
Finalmente, el tercer motivo, dice The Financial Times, es que “el príncipe Mohammed prefiere visceralmente la política exterior estadounidense de Donald Trump en vez de la de Biden”.
Ante tal situación, el mandatario norteamericano reiteró que está reevaluando las relaciones de su país con Arabia Saudita, sobre todo después de que la Organización de Países Exportadores de Petróleo Plus (OPEP+) anunciara, hace unas semanas, su decisión de recortar la producción de crudo.
En esa línea, el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, aseveró que Washington está considerando diferentes opciones para aplicar a Arabia Saudita. Algunos congresistas sugieren suprimir las ventas de armas y retirar sus tropas de Arabia Saudita, que Washington tiene para “proteger” a su díscolo aliado.
Mientras, en la Casa Blanca siguen actuando como si nada hubiera cambiado, como si la unipolaridad siguiera campeando a sus anchas en el planeta; Arabia Saudita ha hecho pública su intención de sumarse al BRICS, hecho que ha sido recibido con entusiasmo en China y Rusia.