El ataque a la moneda nacional a través del marcador paralelo o guarimbero, construido mediante una tasa de cambio artificial sin fundamento racional técnico; pero si efectiva para distorsionar el comportamiento de las variables económicas, conjuntamente con las limitaciones impuestas mediante las medidas coercitivas unilaterales al comercio exterior venezolano; han sido los instrumentos de guerra más eficaces que han trastocado el funcionamiento del aparato productivo nacional, y por ende, la calidad de vida de la población venezolana.
Como todos conocemos, el comercio exterior corresponde a aquellas actividades llevadas adelante por un país con otros, mediante el intercambio de materia prima, insumos, bienes de capital y de consumo final, o servicios, mediante los procesos de exportación e importación; los cuales fortalecen las relaciones bilaterales y facilita el flujo monetario entre los países participantes. Además, se puede tener acceso a una mayor variedad de bienes, cimentando espacios para la inversión mutua que, a su vez fomentara el crecimiento económico.
Con el objetivo de mermar los ingresos nacionales y el aislamiento del comercio mundial, el gobierno de EEUU con apoyo de un sector de la oposición interna, implementaron distintas ordenes ejecutivas que penalizaban a aquellos países y empresas que, por un lado, recibieran petróleo venezolano y prestarán servicio a la industria petrolera; y por el otro sostuvieran algún tipo de reciprocidad. En este sentido, se propicia el cierre de embajadas sumisas a los designios estadounidenses y se aprovechan instancias como la OEA; además de crear bloques como el Grupo de Lima, con la finalidad de cumplir este cometido. El objetivo era asfixiar a la economía nacional.
Ante el escenario señalado, el gobierno bolivariano encabezado por el Presidente Nicolás Maduro, fortalece las relaciones diplomáticas con los países euroasiáticos y del ALBA, a fin de contrarrestar los efectos negativos en contra de la población; logrando sortear en parte las consecuencias criminales.
La nueva oleada de gobiernos progresistas en nuestra América, representa una alternativa para el hemisferio y especialmente para Venezuela; lo sucedido en Colombia y Brasil, con la ascensión a la presidencia de Gustavo Petro y Lula, generan expectativas positivas para la producción interna, al propiciarse mejores condiciones para el intercambio y la movilidad de las fuerzas productivas, que conllevaría a una mayor cantidad de bienes y servicios, bien sea de factura extranjera o local, al proveerse de la materia prima, insumos y bienes intermedios y finales, que en la actualidad, en el mejor de los casos se ubican en mercados foráneos lejanos; lo que incrementa el costo y el riesgo de confiscación.
Es importante indicar que en 2008, las operaciones comerciales con Colombia superaron los 7.000 millones de dólares, intercambio que se vio perjudicado por la posición entreguista de los gobiernos de Uribe y Duque; contraria a la actitud asumida por el nuevo gobierno, quien facilito conjuntamente con el gobierno venezolano la reapertura total de la frontera; y en la actualidad se evalúan las medidas comerciales; con las cuales se aspira devolverle el dinamismo a la relación entre ambos países.
En tanto, el ingreso en su momento de Venezuela al Mercosur le dio dinamismo a este esquema de integración, que actualmente promete su reactivación con el papel protagonista de Argentina y Brasil. Por cierto, ambos presidentes en el recién finalizado encuentro de la CELAC; manifestaron la necesidad de una moneda común.
Partiendo de este escenario regional, que propicia perspectivas favorables para la sociedad venezolana, el enemigo que no descansa arremete ferozmente en contra de la población; nuevamente con la utilización de la tasa de cambio paralela o guarimbera a fin de fomentar la incertidumbre en el sector económico y la molestia social; a través del aumento especulativo de los precios que se provocan con tal manipulación. En tal sentido, insistimos en la urgencia de apoyar las medidas que aplica el ejecutivo, bloqueando del imaginario individual y por ende del colectivo, esa perversa relación de cambio o dólar criminal.