Últimamente, nos ha tocado ver algo novedoso, diría yo, inédito: Los sifrinos preocupadísimos por los pobres que están pasando roncha. Sí, resulta que ahora sienten empatía por los mismos que ellos llaman niches, pelabolas, negros, desdentados, monos. Por los mismos que no dejan entrar en sus discotecas, haciendo efectivo el torcido derecho de admisión.
Preocupados por esos que les encienden las alarmas de pánico si se les ocurre caminar por las calles de alguna urbanización chic, porque esa vaina es sospechosa, “un niche por estos lados, algo estará buscando, y no precisamente una dirección. ¡SOS-Venezuela!”. Por los mismos que no deben juntarse con sus hijos, porque uno no sabe qué malas mañas y qué microbios tenga esa gente. ¡Por ellos, están preocupados!.
El sifrinaje, hace rato, agotó el recurso de la hipocresía. Es que, con la llegada de Chávez, el desprecio a los pobres se quitó la careta, porque esos malditos monos pusieron y mantuvieron en el poder al teniente coronel, decían, arrastando las sílabas, para que quedara claro el desprecio a su rango. Se les acabó el poquito de pudor que tenían y el racismo que practicaban, gozosos, a puertas semicerradas, se desbordó, convertido en una declaración política y, de paso, en un símbolo de estatus, distancia y categoría, you know…
Entonces, la señora de servicio a la que querían “como parte de la familia”, aunque comía sola y de pie en un rincón de la cocina, luego de servir a los “parientes” que le pagan su sueldo, se convirtió en una posible espía infiltrada de los círculos bolivarianos. Lo mismo que el jardinero, el conserje, el mensajero… ¡Malditos todos, negros de mierda! Júrame que no eres chavista o te quedas sin trabajo. Ok, señora, no soy chavista… (Pero el voto es secreto)…
“Muertos de hambre, lambucios, que se venden por un bollo de pan y una carterita” –dijeron cuando los pobres pudieron comer. Furiosos, intentaron sacarles de nuevo la comida de la boca, una y otra vez. Y cada vez que el gobierno chavista les reventó la maniobra, llovieron los pretendidos insultos contra quienes llevaron la comida al pueblo: ¡verduleros, “carniceiros”, vende pantaletas! Porque, claro, también vender verduras, carne, pantaletas, o sea, ser comerciante, es una vaina degradante y, por supuesto, niche.
Lo tragicómico es que hubo -y hay- verduleros, carniceros y vende pantaletas que creen que la cosa no era con ellos, sino con los que son más negros, los que tienen el pelo más chicharrón, y se unieron al club del deprecio, porque esa gentuza quiere tener derecho a comer barato, quieren que uno los mantenga, cuando lo que tienen que hacer es trabajar para que puedan pagar los precios del mercado y bla, bla, bla…
Los defensores del derecho de los empresarios a chupar dólares baratos del Estado y convertirlos en fortunas en el mercado negro. Los apóstoles de Dólar Today, los que celebran sus arbitrarias subidas como victorias políticas, ¡y va a caer, y va a caer…! Los que se frotan las manos cuando baja el petróleo, “ahora vamos a ver cómo carajo va a hacer Maduro sin ese chorro de dólares”. Esto a la vez que le exigen al gobierno que entregue dólares a empresarios millonarios porque ellos, pobrecitos, sin la teta del Estado, no pueden producir un poquito para Venezuela y usar el resto -¡y vaya resto!- para construir un emporio en el país de al lado, o en de más arribita, para después decirnos: ¿Ves? Allá sí hay harina Pan.
Los que convirtieron al que dijo “Yo especulo, pero doy empleo” en héroe en el exilio. Los que sostienen que el que pone los reales se merece la mayor tajada. Los defensores del derecho al lucro con el trabajo ajeno; ellos, los artífices del hambre, pretenden convertirse en la voz de los que no tienen qué comer. Un poquito más de cinismo sádico y me desmayo…
Y ahí van, declarando emergencias humanitarias que abran paso a verdaderas tragedias intervencionistas. Ahí van, con la barriga llena, sin corazón contento, atacando a los CLAP, como han atacado, venenosos, cada política que llevara bienestar al pueblo. Ahí van, con su agenda oculta, con sus palabras vacías, con su mal fingida preocupación por quienes –históricamente- han despreciado.
Eso sí, ni una sola propuesta. Solo la confesión abierta del chantaje al que pretenden someternos cuando afirman, con sus caras tan lavadas, que la solución está -¡abracadabra!- en el “cambio”.