Por: Federico Ruiz Tirado
Cuando Hugo Chávez pronunció aquel discurso en el Jardín Botánico advirtiendo a Bush y a la OEA que los venezolanos “no éramos unos agarraos a lazo” y teníamos bastantes cojones como para defender nuestra territorialidad y soberanía, el Jardín Botánico de Caracas era un recuerdo destartalado a la vera de una autopista, un rastrojo poblado de arbustos malogrados y veredas mustias que algunos fisioculturistas taciturnos merodeaban con sudaderas hasta el atardecer.
Pocos recordaban que ese hermoso herbolario del centro de Caracas había sido secuestrado por la Guardia Nacional de la IV República desde los tiempos en que el Dr Caldera allanó la UCV veinte años atrás, como un acto reflejo de sus políticas interventoras a la autonomía universitaria, corolario de unos cuantos desmadres que éste y otros señores, más sus barbies en decadencia, dejaban en el camino de la democracia representativa cuando entraban y salían de los espejos del País de las Maravillas.
Algunos años antes, el 21 de diciembre de 2000, el Comandante Hugo Chávez devuelve el Jardín Botánico a la Universidad Central de Venezuela (UCV), bajo la figura de la Fundación Instituto Botánico de Venezuela, mediante un decreto emancipador.
La otrora izquierda universitaria había de escuchar sus propios ecos contestatarios que repudiaban aquel bochornoso despojo: aquel estribillo rimado de la historia: «Caldera, safrisco, presidente de los ricos», que por esa represiva medida sería recordado para siempre el sibilino presidente de la Santísima Trinidad a quien una esquina del destino le reservó la amargura de cerrar la puerta de la democracia representativa y alcanzar como un muñeco de cera la Constitución moribunda sobre la cual Chávez juró no dar paz a su alma hasta que la muerte lo sacó de un cuajo de la conducción de la Venezuela de los pataenelsuelo.
Fue entonces cuando llegó el Comandante Chávez al Paraninfo de la UCV y devolvió al César lo que es del César y dijo: «Me da mucho gusto venir aquí para restituir lo que corresponde a esta universidad por justicia. Y sí, me da mucho gusto hacerlo en nombre de este gobierno revolucionario», dijo el comandante.
Con el diablo cerca
A Chávez le tocó siempre estar al frente de la contienda, como lo estuvo en Mar del Plata enterrando el Tratado de Libre Comercio; o en la Asamblea de la ONU conjurando la estela de azufre que dejó tras de sí el genocida Bush.
“Ayer estuvo el Diablo aquí, todavía huele a Azufre”. Lo dijo en New York al modo de Florentino, cuando Mandinga lo retó en Santa Inés de Barinas.
En Mar del Plata, cuando con Kirchner y Lula organizaron el No al Alca en la Cumbre de las Américas, el Diablo mostró sus ojos de fuego cuando la hegemonía de Estados Unidos en la región estuvo en el filo de la navaja. Pero Kirchner le dijo a viva voz: «Ustedes no nos van a patotear«.
Usar el término “patotear”, por lo que estaba haciendo Bush para imponer una declaración sobre el ALCA, mostraba a un presidente argentino que no encajaba en la media histórica. Néstor no le tenía miedo, como dijo en otro discurso al referirse a los militares de la dictadura. Pero al mismo tiempo mostraba que la alianza con Lula en Brasil y Chávez en Venezuela, era capaz de redefinir la relación hegemónica histórica de Estados Unidos en la región.
La resistencia del Mercosur a la iniciativa norteamericana no era ideológica. Estados Unidos subvencionaba la producción agrícola y de alimentos y pretendía imponer condiciones a la producción local. La misma situación se planteaba con Brasil. La aceptación de esos términos hubiera puesto en riesgo el incipiente repunte de la economía tras la crisis del 2001.
Hugo Chávez, un líder cultural
Para él, la revolución bolivariana no podía concebirse sin un profundo arraigo en la identidad y los valores del pueblo venezolano.
Chávez sostenía que la revolución era, en esencia, un hecho cultural. Su visión buscaba descolonizar el imaginario colectivo, rescatando las tradiciones populares y empoderando a las comunidades para que se convirtieran en protagonistas de su propia historia.
Muchos consideran a Chávez como la figura más influyente en la cultura venezolana; después de Simón Bolívar. Su vigoroso liderazgo y su profundo amor por el pueblo lo convirtieron en un símbolo de identidad nacional.
Promocionó el libro y la lectura, consciente del poder transformador de la lectura e impulsó una política editorial sin precedentes, señala Beatriz Rondón, profesora, cultora, poeta y promotora de la plataforma «Por amor al libro. Crónica de la Contienda».
El legado cultural de Hugo Chávez es una obra en constante construcción. Su visión de una Venezuela donde la cultura sea un derecho fundamental para todos sigue inspirando a legiones de jóvenes en la Venezuela del presente.