Tras la muerte del comandante Hugo Chávez Frías, el país derivó hacia una dinámica caracterizada por el sobresalto y por acciones y reacciones producto de la emergencia y la improvisación. Caída de los precios petroleros, sabotaje y guerra económica, desatinos propios, traiciones y corrupción, son algunos de los factores que se han sumado a la ausencia del gran líder bolivariano. En eso nos encuentra el cuarto aniversario de su cada vez más lamentable deceso.
2013: Dolor, calentera y plebiscito
Luego de aquel triste marzo, el país tuvo que ir de nuevo a elecciones presidenciales. Con el dolor a flor de piel, el electorado revolucionario cumplió con la petición del comandante Chávez: eligió a Nicolás Maduro como presidente, aunque con una merma importante en el caudal de votos, con respecto a los comicios ganados por el propio Chávez en octubre de 2012. Fue, visto ahora a la distancia, un primer campanazo de alerta.
El resultado electoral no puede considerarse, en verdad, cerrado. Pero, como el país estaba acostumbrado a las grandes diferencias logradas previamente por la Revolución, aquel margen cercano al cuarto de millón de votos fue argumento para que el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, hiciera un irresponsable llamado a desconocer la victoria bolivariana. La “calentera” caprilista causó 14 muertes y una nueva escalada del resentimiento político.
En diciembre de ese año se realizaron las elecciones municipales, a las que el despechado Capriles quiso calificar como un plebiscito sobre el gobierno de Nicolás Maduro. La oposición, una vez más, salió con las tablas en la cabeza, pues la Revolución se impuso en la mayoría de los municipios.
2014: Guarimba, muerte y terror
El peor de los cuatro años fue el 2014. Luego de fracasar en su supuesto plebiscito, el antichavismo cayó bajo el control de su ala pirómana. En su empeño de derrocar al gobierno de Maduro, lanzaron la campaña llamada “la Salida”, basada en el modelo foquista de las guarimbas.
Esta vez, la gracia le costó al país 43 vidas, centenares de heridos y detenidos, incontables pérdidas económicas y un nuevo giro en la escalada de odio y envenenamiento entre compatriotas.
La oposición democrática nunca marcó distancia claramente de esos disturbios, y aún hoy pretende, con la complicidad de la maquinaria mediática capitalista, los gobiernos de derecha y las ONG pagadas con fondos imperiales, presentar como víctimas a sus perpetradores, y acusar del trágico balance al gobierno.
2015: Guerra económica y derrota electoral
La guerra económica viene de más atrás, pero luego del fracaso de la guarimba se acentuó, y en 2015 alcanzó niveles sin antecedentes de ensañamiento contra el pueblo.
En el contexto negativo causado por el colapso de los precios del petróleo, se orquestó una conspiración de gran envergadura para, al mejor estilo de Chile en los años 70, hacer chillar a la economía. Lo lograron, entre otros factores, gracias al concurso de funcionarios traidores y corruptos.
Como consecuencia del enorme descontento causado por el padecimiento económico, la Revolución sufrió su peor derrota en 17 años de referendos y elecciones nacionales, regionales y locales. La Asamblea Nacional, un bastión estratégico del poder político, pasó a manos opositoras. Otra alarma disparada.
2016 y 2017: Ultimátum, referendos y otras promesas
Ya instalados en el Parlamento, y borrachos de victoria, los dirigentes opositores comenzaron a competir sobre quién de ellos lanzaba el pronóstico más contundente sobre el fin del gobierno bolivariano. Uno dijo que seis meses, y otro preguntó que para qué tanto tiempo. Hablaron de destitución, de revocatorio, de enjuiciamiento político, de nacionalidad colombiana, de reforma constitucional, de enmienda y de constituyente; hablaron de abandono, de renuncia y de grandes manifestaciones populares “hasta que se vaya”; hablaron de Carta Democrática y de presión internacional. Hablaron, hablaron, hablaron tanto que el año 2016 se les fue en bla, bla, bla, y los únicos que abandonaron, renunciaron y se autorevocaron, fueron los mismos dirigentes de la MUD. No hubo reforma, ni enmienda, ni constituyente, ni siquiera grandes manifestaciones. Y la presión internacional se les rompió de tanto usarla.
La AN bajo control opositor se configuró desde un principio como un poder empeñado en desconocer a los otros cuatro, lo cual ha generado una confrontación inédita en la historia democrática del país. La situación de desacato ha obligado al Tribunal Supremo de Justicia a desempeñar un rol particularmente notorio en la pugna política cotidiana. Ese papel sui géneris ha impedido que un Parlamento en rebeldía tranque institucionalmente el juego. En eso estamos.