La corrupción es un virus silencioso que corroe la espiritualidad de la Patria. Los corruptos ostentan relojes, zapatos y ropa de marcas occidentales de renombrado prestigio, suelen despilfarrar dinero en restaurantes entre botellas de whisky y vinos de Burdeos y Rioja, y eventualmente pasan fines de semana en Miami. Si estos enfermos de “sed insaciable de riqueza” no son encarcelados, la labor del Estado queda como ineficaz y el pueblo se desmoraliza
El 17 de marzo de 2023, la Policía Nacional Anticorrupción emitió un comunicado en el que expone que se solicitó ante el Ministerio Público el encausamiento de individuos vinculados al poder judicial, la industria petrolera y alcaldías municipales. La lista es dolorosamente larga: Hugbel Roa, diputado y exministro de educación universitaria; Joselit Ramírez, jefe de la Superintendencia Nacional de Criptoactivos (Sunacrip); Cristóbal Cornieles Perret Gentil, presidente del Circuito Judicial Penal de Caracas y consultor jurídico de la Asamblea Nacional; Pedro Hernández, alcalde del municipio Santos Michelena (Las Tejerías); Heriberto Perdomo, zar de la construcción en Las Mercedes (propietario de al menos siete torres), dueño del concesionario Ferrari y del colegio Jefferson; Rafael Guillermo Perdomo Rodríguez, empresario de la Constructora HP; Oswaldo José Cheremos Carrasquel, hacendado de la finca lechera La Victoria, e integrante de la banda delincuencial El Tren del Llano; coronel Antonio Pérez Suárez, vicepresidente de Comercio y Suministro de Calidad de Petróleos de Venezuela (Pdvsa); teniente coronel José Agustín Ramos Chirinos, gerente general de la Dirección de Seguridad Integral (DSI) de la Faja Petrolífera del Orinoco; Jorwis Johan Bracho Gómez, juez del Tribunal Primero de Control de la Circunscripción Judicial del estado Falcón; y José Mascimino Márquez García, juez Cuarto de Control con competencia en delitos asociados al Terrorismo del Circuito Judicial Penal de la Circunscripción del Área Metropolitana de Caracas.
El cimiento principal de la revolución bolivariana es la ética. Librar una batalla contra la corrosión, es decir, contra la corrupción, tal y como la define la cantautora ambientalista Leonor Fuguet, es la más dura batalla que contra este flagelo se ha llevado desde las luchas independentistas. El 30 de abril de 1827, nuestro presidente Simón Bolívar (1783-1830), escribe a su amigo el general británico Sir Robert Wilson (1777-1849) desde Caracas, Colombia, “…las malas leyes y una administración deshonesta han quebrado la república; ella estaba arruinada por la guerra: la corrupción ha venido después a envenenarle hasta la sangre, y a quitarnos hasta la esperanza de mejora”. El 29 de febrero de 1828, el Libertador escribe desde nuestra capital, Bogotá, “la corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la república”. En 1842, en su libro “Sociedades americanas en 1828”, Simón Rodríguez (1769-1854) nos sentencia esta máxima: “la enfermedad del siglo es una sed insaciable de riqueza”. Quien es corrupto es indolente, es decir, no es revolucionario.
Nos dice José Gregorio Linares en su libro La utopía posible que “la corrupción es un enemigo silencioso, así como lo es, según se dice, la hipertensión arterial. Se va metiendo poco a poco en el interior del funcionario público o del revolucionario y va matando imperceptiblemente su mística. Paulatinamente se va apoderando de él un afán de éxito y confort que le hace necesitar más riquezas y poder”; en nuestras raíces hallamos una rica fuente axiológica sobre la lucha contra la corrupción.
La Europa corrupta
En el discurso de Angostura, Bolívar nos dice quiénes somos: “tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de la Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte del indígena se ha aniquilado, el europeo se ha mezclado con el americano y con el africano, y éste se ha mezclado con el indio y con el europeo. Nacidos todos del seno de una misma madre, nuestros padres, diferentes en origen y en sangre, son extranjeros, y todos difieren visiblemente en la epidermis; esta desemejanza trae un reato de la mayor trascendencia”.
La peruana Milagros Varela Gómez nos explica que “desde sus orígenes, las casas reales europeas estuvieron cruzadas de intrigas, matrimonios por interés, asesinatos, incestos, matanzas masivas y muchos otros crímenes u otras conductas inadecuadas”. Entre éstas está la corrupción. En el primer viaje de Cristóbal Colón, los Reyes Católicos habían prometido diez mil maravedís anuales al que anunciase tierra en primer lugar. A las dos de la madrugada del día 12 de octubre el marinero de La Pinta, Rodrigo de Triana (Juan Rodríguez Bermejo), vio tierra y la anunció. Colón le robó el dinero. A su regreso a España, Rodrigo de Triana despechado renegó de su fe católica y se convirtió al mahometismo.
El filósofo griego Sócrates (470-399 a de C), mostró los vicios y virtudes de la sociedad y trabajó por cumplir su misión educadora al defender los principios éticos y políticos contrarios a los grupos de poder. Dudó de un sistema social y religioso bajo el cual las culpas se perdonaban dependiendo de la calidad de las ofrendas llevadas a los dioses, –un sistema que privilegiaba a los poderosos– y de la cultura dominante de la época.
En el Imperio Romano hubo emperadores corruptos. Calígula llegó al trono al anularse el testamento del anterior emperador. Cuando el emperador corrupto, Cómodo, (hijo de Marco Aurelio) fue asesinado en el año 192, el Senado eligió a Pertinax, hombre virtuoso, que pretendía restablecer la legalidad y la moral pública. Sin embargo, la guardia pretoriana lo asesinó, y desde su cuartel en Roma, declaró que el trono estaba en venta y que lo ocuparía el que más dinero les ofreciera, adjudicándoselo, con aprobación del Senado, a Didio Juliano, que ofreció cinco mil dracmas a cada soldado.
El 15 de agosto de 1805, en Roma, Bolívar le dice a Simón Rodríguez: “…este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, ha dado bien poco; por no decir nada…”.
En 1840, Simón Rodríguez explica: “No se alegue la sabiduría de la Europa porque, arrollando ese brillante velo que la cubre, aparecerá el horroroso cuadro de su miseria y de sus vicios, resaltando en un fondo de ignorancia”.
Páez y Santander
Para el Centauro de los Llanos, el erario es el botín que merece todo aquel que luchó por la independencia. En su autobiografía es claro: “los que con la espada o la pluma merecieron bien de la patria en las épocas de la contienda y que aspiran a recoger el premio de sus afanes y fatigas, pues no todos suelen contentarse con la gloria póstuma y el aprecio de las generaciones”.
El caso del neogranadino es más patético. Aunque para ambos la Hacienda Pública es su caja de caudales, Santander adolece de la bravía historia militar que ostenta Páez (José Leonardo Infante lo llama El general de las tapias, porque solía esconderse a la hora de las batallas). El modus operandi de Santander es sigiloso, insidioso, trabaja como las ratas. La intriga es su arma. Su cobardía la suple haciéndose pasar por intelectual, descalificando a quien se le opone y haciendo el mal.
Como cada ladrón juzga por su condición, Santander se atrevió a hacer algo que Páez nunca haría: proponerle a Bolívar un negocio indecoroso el 22 de septiembre de 1825. Se trataba del proyecto de construcción del canal de Panamá, que quedaba en nuestro país. Santander intenta con números inmiscuir a Bolívar: “La obra se ha calculado en 10 millones de pesos y contamos con algunos capitalistas extranjeros… muchos amigos de usted tomarán parte. Me atrevería a pedirle a usted dos cosas: 1º. Que usted de oficio recomendara muy eficazmente al Gobierno que favorezca a la empresa; 2º. Que usted consintiese en que se le ponga a usted en la asociación, como protector de la sociedad”. El Padre de la Patria le responde con claridad ética: “Mi querido general, he visto la carta de usted en que me propone sea yo el protector de la compañía que se va a establecer para la comunicación de los dos mares por el istmo. Después de haber meditado mucho cuanto usted me dice, me ha parecido conveniente no solo no tomar parte en el asunto, sino que me adelanto a aconsejarle que no intervenga usted en él. Yo estoy cierto que nadie verá con gusto que usted y yo, que hemos estado y estamos a la cabeza del Gobierno, nos mezclemos en proyectos puramente especulativos; y nuestros enemigos, particularmente los de ustedes que están más inmediatos, darían una mala interpretación a lo que no encierra más que el bien y la prosperidad del país. Ésta es mi opinión con respecto a lo que usted debe hacer, y por mi parte estoy bien resuelto a no mezclarme en este negocio, ni en ninguno otro que tenga un carácter comercial”.
Bolívar lo conoce al punto que de él dice: “¿Se nos negará que el Vicepresidente se ha enriquecido a costa de la República y que es tan avariento como el más vil hebraico? Todos quieren riquezas; todos quieren obligaciones nacionales. Indemnizaciones, porque el Congreso las decreta y el Vicepresidente las negocia”. En relación a los empréstitos que algunos personeros del gobierno negociaron con entidades privadas y con gobiernos extranjeros después del estado de ruina en que había quedado la Hacienda Pública a consecuencia de la Guerra de Independencia, los testaferros de Santander, por concepto de comisiones por compras de armas inservibles, se equiparaban al presupuesto educativo de la República de Colombia. Bolívar calificó este hecho de abominación execrable. Y a los corruptos les dijo “¡Infames… ligaron a la Patria a un yugo ignominioso y miserable!”.
El enemigo es la corrupción
Entre 1819 y 1830 nuestro país, nacido en Angostura, es decir, en la República de Colombia, era el germen de la prosperidad, del vivir bien, de la abolición de la esclavitud, de las riquezas naturales, de las toparquías (estado comunal). Los enemigos de nuestra Patria eran muchos: Estados Unidos y los corruptos internos. En diciembre de 1826, el Libertador le escribe al General Rafael Urdaneta: “Parece que quieren saquear la República para abandonarla después. No hay más que bandoleros en ella. ¡Esto es un horror! Entiendo y aún veo que los pérfidos o más bien los viles que han manejado los créditos contra el gobierno de esta provincia han robado a la Patria cruelmente”.
El 7 de enero de 1829, Antonio José de Sucre, (1795-1830) le escribe a Daniel Florencio O’Leary: “El apego al dinero solo cabe en almas mezquinas; la mía es más apegada a los respetos y consideraciones que creo haber merecido por mis servicios”. Ante la pregunta ¿Quiénes deben ocupar cargos públicos? El Abel de América es categórico: deben ser personas “de un patriotismo acreditado, de una honradez sin tacha y de capacidad suficiente, y que gocen de la confianza pública”. De no ser así: “la mala elección de los empleados, es de una trascendencia fatal al bien general”.
¿Qué hacer?
Volvamos a leer a Rodríguez: “el plan es grande, y al parecer, bien concebido. Para la realización se cuenta con la fuerza, si la seducción no basta. Sometamos el proyecto a la crítica. El siglo tiene su enfermedad; pero también tiene su genio: hay fuerzas en el sujeto, y éstas consisten en sus luces”.
La doctrina bolivariana es el candil moral de la Patria. El 12 de enero de 1824, Bolívar decreta en Lima:
“Artículo 1: Todo funcionario público a quien se le convenciere en juicio sumario de haber malversado o tomado para sí, los fondos públicos $ 10.000 arriba, queda sujeto a la pena capital.
Artículo 2. Los jueces, a quienes según la ley compete este juicio, que en su caso no procedieran conforme a este Decreto, serán condenados a la misma pena”.
El 17 de septiembre de 1824, Bolívar, al enterarse de la desidia reinante en un hospital “con notable perjuicio de los infelices a quienes sus males llevan a él” le hace saber al prefecto que: “si mañana hay alguna queja del hospital, cualquiera que sea, será fusilado usted. El Teniente Coronel Manterola queda aquí encargado de llevar a cabo esta orden”.
En 1812, Simón Bolívar, en el Manifiesto de Cartagena hace una rigurosa autocrítica a “la impunidad de los delitos de Estado cometidos descaradamente por los descontentos y particularmente por nuestros natos, e implacables enemigos, los españoles”. Perdonar las acciones de los traidores y a los corruptos fue un error porque “a cada conspiración sucedía un perdón y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar. ¡Clemencia criminal que contribuyó más que nada a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!”.
Entre los referentes de la doctrina Bolivariana, además de Rodríguez, Sucre, Roscio, se encuentran Martí, el Che y Ernesto Cardenal. Son bienhechores de la humanidad. El apóstol cubano nos dice “Urge ya, en estos tiempos de política de mostrador, dejar de avergonzarse de ser honrado. La política virtuosa es la única útil y durable”. Para Ernesto Guevara es vital “denunciar y castigar en cualquier lugar en que se asome algún vicio que vaya contra los postulados de la revolución”. El poeta y sacerdote nicaragüense nos invita a volver a nuestras raíces en su libro Homenaje a los Indios Americanos “No tuvieron dinero…y porque no hubo dinero no hubo prostitución ni robo ni corrupción administrativa ni desfalcos… porque no hubo comercio ni moneda no hubo la venta de indios. Nunca se vendió ningún indio y hubo chicha para todos”.
Misión Gogorza Lechuga
La corrupción es un virus silencioso que corroe la espiritualidad de la Patria. Los corruptos ostentan relojes, zapatos y ropa de marcas occidentales, de renombrado prestigio, suelen despilfarrar dinero en restaurantes entre botellas de whisky y vinos de Burdeos y Rioja, y eventualmente pasan fines de semana en Miami. Si estos enfermos de “una sed insaciable de riqueza” no son encarcelados; la labor del Estado queda como ineficaz y el pueblo se desmoraliza.
Tanto China como Venezuela tienen lecciones ejemplarizantes de qué debe hacerse con los corruptos. Lai Xiaomin, expresidente de China Huarong Asset Management, uno de los fondos de inversión más importantes del gigante asiático, fue ejecutado el 29 de enero de 2021 tras haber sido sentenciado a muerte el 5 de enero después de que el Tribunal Supremo Popular, la más alta instancia judicial del país, ratificara la condena inicial contra el financiero por ser culpable de corrupción y sobornos por valor de 276 millones de dólares.
En los 18 años de su corta vida, el coronel trujillano Manuel Gogorza Lechuga (1796-1814) labró un brillante currículo militar bajo las órdenes de Simón Bolívar. El comandante de Niquitao combatió con Girardot, Ricaurte y Urdaneta. Vengó la muerte de Nicolás Briceño pasando por las armas a su asesino José Yánez. En 1813 le encomendaron una tarea difícil: extirpar de las filas bolivarianas la corrupción siendo designado jefe del Batallón de Exterminio de Delincuentes, Bandidos, Desertores, Delatores y Traidores. Desde esa trinchera acabó con el problema. ¡Corruptos, temblad!