Creo en nuestro padre Simón Bolívar, Libertador del Mediodía de América, creador de nuestro cielo.
Creo en la filantropía, la ciencia y la pedagogía erigidas en el corazón de Simón Rodríguez.
Creo en el amarillo, azul y rojo de Francisco de Miranda.
Creo en el alzamiento de José Leonardo Chirino y en la conspiración de Gual, España y Joaquina Sánchez.
Creo en la libertad nacida en Angostura.
Creo en la grandeza del vivir bien de nuestros pueblos ancestrales aferrada a profundos lazos primigenios.
Creo en la identidad nacional que narra Julio Garmendia en Manzanita.
Creo en los dulces criollos y en las cotufas nacidas en la eternidad de nuestros paladares.
Creo en el papelón con limón, en el casabe y en las empanadas de cazón.
Creo en tu nombre y el mío envueltos en un corazón y atravesados por una flecha grabados en la última página de algún cuaderno de nuestra infancia.
Creo en la manera sencilla de vivir mejor sintetizada en el Herbolario Tropical de Keshava Bhat.
Creo en el tesón de frescura que Henry Martínez le pone a la voz de Cecilia Todd.
Creo en la paraulata llanera que canta María Teresa Chacín. Creo en dos Alí: el de la canción necesaria y el de los Cuñaos.
Creo en el Retablo de Maravillas de Manuel Rodríguez Cárdenas.
Creo en el amanecer tuyero de Pancho Prim y en la revuelta de Fulgencio Aquino.
Creo en la venezolanidad que brota en un vals tocado por Evencio Castellanos.
Creo en el arte de la declamación de Balbino Blanco Sánchez, Luis Edgardo Ramírez, Víctor Morillo y Oscar Martínez.
Creo en el humor de Leo y Job Pim. Creo en el Popule Meus de José Ángel Lamas en la voz de Carmen Liendo.
Creo en la agitación del corazón cuando oímos el Joropo de Moisés Moleiro, en la poesía sabrosa de Andrés Eloy Blanco, en Miguel Vicente Patacaliente de Orlando Araujo.
Creo en el plectro mágico de Beto Valderrama.
Creo en la cuereta, cuatro, bandola, mandolina, armónica, caja y maracas convertidos en alegría en las manos y labios de Mónico Márquez. Creo en Hernán Marín cantando y bailando joropo.
Creo en el Saladillo y su gaita infinita. Creo en la arquitectura de Juan Félix Sánchez, Carlos Raúl Villanueva y Fruto Vivas. Creo en el pincel de luz de Armando Reverón.
Creo en el niño que dribla y dribla hasta meter un gol en un arco imaginario entre dos laticas vacías.
Creo en los aguinaldos del siglo XIX de Rafael Isaza, Rogelio Caraballo y Ricardo Pérez, recopilados por el maestro Vicente Emilio Sojo.
Creo en la voz plural más conmovedora de la Universidad Central de Venezuela. Creo en la bella del tamunangue escondiendo una puerca en el campo florido mientras oye el pájaro tilín en las voces del Quinteto Contrapunto.
Creo en la medicina de José Gregorio Hernández y Gilberto Rodríguez Ochoa.
Creo en el guayoyo con el que encendemos los motores, en la redondez de una arepa sobre un budare y en el sancocho que nos convoca.
Creo en el cuatro afinado con el cam-bur- pin-tón con el que rasgueamos alguna vez el Compadre Pancho de Lorenzo Herrera.
Creo en el azabache que les ponemos a nuestros hijos para repeler el maldiojo.
Creo en la cercanía de dos cuerpos que bailan puliendo hebilla.
Creo en la mamadera de gallo. Creo en la pelota e’ goma de las calles de nuestros barrios.
Creo en las diversiones de María Rodríguez; en los chimbangles de Juan de Dios Martínez; en la poesía de Canchunchú de Luis Mariano Rivera en la voz de Gualberto Ibarreto; en la oda enraizada de Otilio Galíndez cantada por Lilia Vera; en los pueblos iluminados de Luis Zambrano; en el Calipso de Isidora y Clotilde; en la barca de oro de Alejandro Vargas; en las muñecas de trapo de Zobeyda Jiménez; en la navidad de Sarría con Jesús, María y José; en el llano de José Romero Bello; en las Voces Risueñas de Carayaca; en la canción ineludible y precisa de Leonor Fuguet; en Panchito Mandefuá; en la Geohistoria del maestro Ramón Tovar; en el avión construido por Vicente Zambrano y en la cultura que sigue defendiendo César Rengifo.
Creo en la fe inquebrantable del pueblo.
Creo en la policromía y en la rica variedad de olores de nuestros campos.
Creo en el Caribe que baña nuestra identidad.
Creo en los trompos alados de Ibrahím López García y en la pedagogía de Luis Antonio Bigott.
Creo en la construcción colectiva de la sociedad que trazó Kléber Ramírez Rojas donde produzcamos alimentos, ciencia y dignidad.
Creo en la teta de Hipólita.
Creo en Florentino porque le gana al Diablo y en Jesús Rosas Marcano porque con sus enemigos parte el pan y con sus amigos el dolor, nunca guarda odios en su corazón y alegra al que sufre con una canción.
Creo en la paz porque creo en la espiritualidad forjada en la comunión de los poderes creadores en los que sigue creyendo Aquiles Nazoa porque son el “hábito de todos los pliegues y colores” en el que mujeres y hombres, hermanados, enseñamos “de palabra y de obra” y cantamos “el catecismo social con los pueblos”.
Alí Ramón Rojas Olaya