Apuntes sobre el triunfo de Lula en primera vuelta
Ya no habrá victorias fáciles
Una reflexión por la que se ha paseado la izquierda nuevamente en esta oportunidad es acerca de la holgura de las victorias. Una vez más ha quedado demostrado que pasaron los tiempos de las palizas electorales que fueron características en la llamada primera ola progresista.
Las causas de la disminución de la brecha con las opciones reaccionarias son muchas. Entre ellas destaca que la derecha ha perfeccionado su respuesta, postulando candidatos populistas, valiéndose de fanatismos religiosos y capitalizando los errores que los gobiernos de izquierda han cometido en su tiempo.
La maquinaria comunicacional al servicio del statu quo en cada país maneja esto muy hábilmente. Plantea que la mayor paridad de fuerzas deslegitima a la izquierda, no a la derecha. Si un candidato progresista gana con una diferencia relativamente pequeña (sobre todo en comparación con las ventajas obtenidas en el pasado), se le declara ilegítimo. Pero si el que gana es el de la derecha (incluso si la diferencia es de unos pocos votos), se pinta como una gran victoria.
En Brasil, el triunfo de Lula fue contundente, por más de 3 puntos porcentuales y más de 6 millones de votos, pero está en marcha la operación para descalificar dicho éxito y presentarlo como un fracaso.
El vigor de un liderazgo real e histórico
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Luiz Inácio Lula Da Silva es un líder real, de carne y hueso, con unas profundas raíces populares, y lo ha demostrado de nuevo al sobreponerse a la operación de lawfare (judicialización de la política) más despiadada; entre las varias que se han aplicado últimamente en América Latina.
Lula tiene esa marca que solo caracteriza a las figuras realmente históricas en un país y, en este caso, en toda la región nuestroamericana. No es una construcción mediática ni de redes sociales, sino un formidable líder que ha sido capaz de renacer políticamente y reasumir el reto de una campaña electoral a una edad en la que muchos ya están retirados.
Lula destaca frente a liderazgos de la derecha creados en laboratorios o forjados en las redes sociales e, incluso, ante algunos dirigentes de la izquierda que se han edificado sobre esas mismas pautas.
El daño residual del lawfare
No se pueden desestimar los perjuicios que ha causado la estrategia del uso de los tribunales como mecanismo para destruir liderazgos políticos incómodos para el imperio y las oligarquías nacionales.
El mecanismo, conocido como lawfare, ha sido empleado con éxito contra Rafael Correa y Cristina Kirchner en Ecuador y Argentina y sirvió para sacar del poder a Dilma Rousseff e impedir la elección de Lula en 2018, en Brasil.
Ahora está quedando en evidencia que el lawfare tiene efectos residuales, incluso cuando los dirigentes procesados de manera injusta salen bien librados de esas tramoyas judiciales, como es el caso de Lula. En el subconsciente colectivo queda impresa la duda y esta sale a relucir en momentos cruciales, acicateada además por la misma poderosa maquinaria mediática que ayudó a levantar las calumnias contra el líder.
En el caso de Lula, habrá que preguntarse qué porción del electorado habrá dejado de votar por él debido al escándalo que se montó en su contra, mediante el cual, incluso, lo llevaron a la cárcel.
Aún después de haber sido absuelto y liberado, la matriz de opinión ha seguido y hasta se ha incrementado porque en el lawfare lo importante no es la verdad, sino lo que se le haga creer a las masas.
¿Son democráticas las segundas vueltas?
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El resultado electoral brasileño abre de nuevo el debate acerca de la naturaleza democrática de las segundas vueltas electorales.
En teoría, se trata de una manera de garantizar que el presidente electo tenga el respaldo de al menos la mitad del electorado, lo que de entrada luce bastante democrático. Sin embargo, puede transformarse en un mecanismo para forzar alianzas bastardas y permitirle a un candidato derrotado pasar a ser el ganador.
Este fue el caso del banquero Guillermo Lasso, en Ecuador, quien de un lejano segundo lugar pasó a ser el presidente mediante apoyos obtenidos en negociaciones políticas y económicas.
En el caso de Brasil, Lula tendrá que negociar con diversos sectores del espectro político para conseguir la consolidación de su ventaja, impidiendo que Bolsonaro pueda captarlos antes y reducir así la brecha que logró en la primera vuelta.
Las segundas vueltas son aupadas de modo entusiasta por Estados Unidos y los países europeos, aunque en su mayoría no las aplican en sus propios regímenes electorales, pues la estadounidense es una democracia de segundo grado, mientras buena parte de las naciones del Viejo Continente son mezclas de monarquía con democracias parlamentarias en las que la palabra decisiva siempre la tienen las élites.