La fecha fue un momento de quiebre en muchos sentidos
La esperanza del cambio constitucional
La insurrección militar del 4 de febrero y, sobre todo, el apoyo que encontró en las bases populares, fue el acelerador de una demanda que venía germinando en el país: la urgencia de modificar el modelo político, económico y social desde sus cimientos constitucionales.
Era evidente que la Carta Magna de 1961 no fue más que la expresión de un sistema basado en los acuerdos entre cúpulas. Así lo había sido desde su concepción, cuando fue discutida y aprobada por el Congreso de la República electo en 1958 y no por una instancia con poder constituyente.
Por lo demás, pese a sus limitaciones de origen, esa Constitución había pasado la mayor parte de sus tres décadas parcialmente suspendida, en particular en los ámbitos referidos a los derechos y garantías ciudadanas.
Algunos avezados líderes de la IV República interpretaron el apremio de adoptar una Ley Fundamental más adecuada al momento histórico. Por eso, después de los sucesos de febrero de 1992 intentaron acelerar una reforma general de la Constitución de 1961, que venía tramitándose sin mucha voluntad política en el mismo Congreso. Pero a los pocos meses de avanzar en este aggiornamiento, los factores más poderosos detrás de los maltrechos partidos políticos de la época, les ordenaron engavetar la reforma, tras lo cual sobrevino la segunda rebelión militar del año, el 27 de noviembre.
Cerrada la ventana de la reforma constitucional, la idea de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente fue acumulando fuerza alrededor de los comandantes que estuvieron detenidos dos años y los acompañaron en su posterior transformación en alternativa electoral.
La visión de la institución militar
Otro cambio fundamental que nació del 4F fue el de la visión de lo que entonces se llamaba Fuerzas Armadas Nacionales (FAN), que mutaron ―no sin traumas― a Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), merced al proceso constituyente y al potente liderazgo del Comandante Hugo Chávez.
La variación no fue menor. Las FAN de la IV República eran un poder controlado en lo interno por los partidos Acción Democrática y Copei, mediante el mecanismo de supervisión política de los ascensos en la parte alta del escalafón; a partir de los rangos de coronel y capitán de navío.
En lo externo, eran una institución subordinada a las directrices de Estados Unidos para los ejércitos de América Latina. No por casualidad, los planes educativos básicos y cursos de perfeccionamiento exigidos para los ascensos eran copias de las academias del país norteamericano o impartidos directamente por sus instructores.
Las Fuerzas Armadas venezolanas habían sido, igual que otras del continente, (aunque con bemoles) instrumentos para la represión y el control político de las masas. Cuando ocurrió el 4F aún estaba fresco el recuerdo de su actuación en febrero y marzo de 1989, oportunidad en la que fueron el brazo ejecutor de una masacre.
Ese modelo entró en una profunda crisis con las insurrecciones de 1992 y comenzó a cambiar a partir de 1999, con transformaciones que generaron cruentas reacciones de los grupos desplazados, tal como se observó en 2002. En eso seguimos.
Ruptura con el tutelaje de Estados Unidos
El acto disruptivo del 4 de febrero de 1992 marcó un divorcio de aguas para la supremacía absoluta de Estados Unidos sobre el continente americano. Para ese año, solo Cuba resistía los embates del bloque en medio de las inenarrables privaciones del Período Especial.
La insurrección militar fue a contramano de todos los golpes de Estado en la región, pues estos siempre habían sido (siguieron siendo y son) dirigidos por Estados Unidos. En esta oportunidad, se produjo un movimiento de signo opuesto y aunque fracasó militarmente, luego se impuso por su respaldo político y social.
A partir de ese momento puede hablarse de una grieta en el tutelaje estadounidense en América Latina, que seis años después se evidenció en la victoria electoral de Chávez y, unos años más tarde, abonó a una ola de gobiernos progresistas que, en mayor o menor medida, le restaron fuerza a la hegemonía de Washington.
Y resulta que la historia no se había acabado
En 1992 acababa de ocurrir la desintegración de la Unión Soviética y de su bloque de naciones aliadas. Apenas un par de años antes, la caída del muro de Berlín. Los ideólogos del mundo unipolar estaban exultantes y proclamaban el fin de la historia.
En ese sentido, el movimiento insurreccional del 4 de febrero en un pequeño país del sur se convirtió en un alarido en medio del silencio impuesto por los ganadores de la Guerra Fría.
Así como el Caracazo, en 1989, fue la primera respuesta popular contra el neoliberalismo que se imponía en forma de pensamiento único, el 4F fue la expresión de desobediencia del factor militar ante un modelo de poder político en el que los ejércitos solo son gendarmes para someter a los pueblos. Resulta que la historia no se había acabado y acá, en Venezuela, fue donde se supo esa buena noticia.