Los momentos de escalada conflictiva ponen de bulto las muchas carencias del sector político contrarrevolucionario. He aquí cuatro muestras.
Líderes sin nada qué decir
Una de las más poderosas frustraciones del opositor común es la carencia de mensaje de sus líderes. No hay quien cierre un acto de masas con un discurso cargado de significados y de emotividad, como lo hacía el comandante Hugo Chávez y como lo hace el presidente Nicolás Maduro.
Los finales de las marchas y concentraciones opositoras tienen dos opciones: o son terribles hechos violentos; o son festivales de necedades políticas y personales.
Hay que aguzar la comprensión y ponerse en el lugar de esa gente. En realidad pasan por situaciones difíciles. Dejan la comodidad de sus hogares (la mayoría pertenece a la clase media) para finalizar la jornada oyendo a Capriles Radonski competir en oratoria con Freddy Guevara. ¡Uf! Es como para sentarse en la defensa de la autopista (si es que los violentos han dejado alguna en pie) a pensar en misterios insondables, verbigracia, el de la inmortalidad del cangrejo.
Violentos al mando
Exteriormente, de la boca para afuera, casi ningún opositor admitirá que sus manifestaciones son violentas, pero en algún recóndito pliegue cerebral, hasta los más disociados saben que está mal que un gobernador, un alcalde o un diputado se pasee por ahí con un individuo que se hace llamar, según lo escrito en su propia barriga, “el Demonio de Tazmania”. O que avance, dándole órdenes marciales, a una panda de encapuchados, enmascarados, enguantados, portadores de gaveras llenas de bombas molotov o cosas peores como chopos, pistolas de clavos y pistolas a secas.
Los opositores silvestres saben que atacar edificios públicos, quemar vehículos de los cuerpos de seguridad, degollar motorizados, apalear a disidentes no son conductas permitidas en ninguno de esos países que, para ellos, son modelos a seguir. Lo saben y por tanto, algo dentro de ellos se resiste.
Pero lo más deprimente de esto de la violencia es, para cualquier militante del antichavismo, sorprenderse a sí mismo o a sí misma, pensando en matar, en golpear, en patear, en fracturar cráneos rojos. Y es especialmente frustrante para quienes han gastado fortunas y muchas horas en clases de yoga, zen, tai chi, mindfulness, otras modalidades de espiritualidad o, más comúnmente, metidos en la iglesia con los monseñores.
Cochinos y ordinarios
La frustración del opositor ordinario tiene también que ver con el decoro. Son muchos años reclamando para sí el monopolio de la decencia, del buen gusto, de la moral y las buenas costumbres, del Manual de Carreño, para terminar ahora aplaudiendo deplorables actos de striptease y hasta defecaciones públicas, acciones que dejan el típico sabor a bochorno, el “¡qué pena con ese señor! que hizo célebre la genial Carola Chávez, etnógrafa oficial de la clase media acomplejada.
La realización de estas performances de arte escatológico han puesto en tela de juicio las muy profundas convicciones de Lady Di D’Agostino, baronesa de Ramos y Allup, quien ha llegado a asegurar que las mujeres opositoras son bellas y elegantes, lo que las diferencia de las chavistas, que son malvestidas, ordinarias y feas. ¡Huy! ¿será que la señora que puso la plasta y las que pelaron las lolas, también fueron chavistas infiltradas, salidas de un colectivo armado?
Arde por los cuatro focos
Un cuarto motivo de frustración para el antichavista cualquiera sobreviene cuando comienza a convencerse de que Venezuela no arde por los cuatro costados, sino más bien por los cuatro focos donde sus dirigentes han decidido montar las operaciones mediáticas para consumo internacional.
Cuando un opositor sale de su zona de guerra y entra en cualquiera otra -el resto del país- se encuentra con una mayoría que anda en otras cosas, sea por voluntad propia (trabajar, estudiar, hacer deporte, pasear al perro…) o sea porque no le queda otra opción (la cola de la panadería, la cola del automercado, la cola…). Entonces, al antichavista vulgaris le entra una angustia loca. Se han visto casos de personas así que sufren crisis nerviosas y la emprenden contra los compatriotas que no comparten su visión de las tareas más urgentes. Empiezan a exigirles a los demás que dejen lo que están haciendo y se pongan a cerrar una calle. Y los aludidos miran con cara de “¿qué le pasa a este tipo?”.
Y peor se pone el escuálido anónimo si llega a ver la avenida Bolívar llena de chavistas que se han congregado para marchar, para bonchar, para disfrutar, pero, al final de la faena pueden oír a sus líderes planteando ideas transcendentales, planteando debates de gran calado. En lugar de despacharlos para su casa con la encomienda de preparar bombas de pupú, los incentivan a rediscutir la Constitución.
¿Cómo no va a estar frustrado este pedazo del país?
Clodovaldo Hernández
(clodoher@yahoo.com)