Medidas que pueden tomarse en otros países, no en el nuestro
Prohibir una red social
¡Ay de que al gobierno venezolano se le ocurra siquiera establecer algún tipo de restricción o prohibición de uso de alguna de las redes sociales… Arde Troya!
No pasarían cinco minutos antes de que una pandilla de ONG financiadas por el Departamento de Estado, la CIA y sus hermanas burocráticas se pronunciaran acerca de una disposición tan dictatorial, tiránica y autoritaria.
Máximo una hora después de tomada esa medida, algún alto jerarca de Washington o sus lleva y traes (portavoces) se declararían preocupados por el azote a la libertad de pensamiento y expresión.
Pero resulta que quienes están prohibiendo el acceso de funcionarios públicos a una red social son los gobiernos de Estados Unidos y Europa. Se trata de TikTok, la red de videos breves –de capital chino– que ha desbancado a sus antecesoras y competidoras gringas y que ahora es vista como un desafío para la seguridad nacional de Estados Unidos y de sus socios-lacayos europeos.
Ya el ultrarrepublicano, Donald Trump, pretendió obligar a los dueños asiáticos a vender TikTok a inversionistas estadounidenses; pero aquellos le tiraron una trompetilla en mandarín, cantonés e inglés. Ahora el demócrata, Joe Biden, decreta que nadie del gobierno debe tener cuenta en esa plataforma porque los malévolos chinos pueden espiarlo, del mismo modo que lo hacen con globitos.
Volar un gasoducto
A Venezuela no le fue necesario ninguna acción de fuerza o acto terrorista para ganarse el sambenito de amenaza inusual y extraordinaria para Estados Unidos. Lo único que ha hecho el país en estos veintitrés años es demostrar que el mundo multipolar es una posibilidad.
Se puede hacer un ejercicio de imaginación para calcular lo que podría ocurrir si un comando militar venezolano o unos tipos del Sebin hubiesen saboteado los bienes de capital de alguna corporación estadounidense, por modesta que fuera. No es descabellado decir que habrían lanzado una gran operación de esas que ellos llaman “bombardeos humanitarios”.
En cambio, el manto de impunidad que va asociado a la condición de potencia hegemónica cubre a Estados Unidos en un acto terrorista contra una empresa rusa y sus socios europeos, destruyendo una costosísima obra, como lo es el gasoducto Nord Stream 2.
La desvergonzada élite estadounidense se da el lujo de anunciar que detonaría la tubería, en la voz del propio Biden. Y, luego de perpetrado el crimen, voceros muy importantes, como la impresentable Victoria Nuland, se han ufanado públicamente de haber convertido al gasoducto en un montón de chatarra.
Claro que a la hora de establecer responsabilidades, se hacen los inocentes y acusan a unos dementes ucranianos. Así son estos imperialistas en decadencia.
Crear una megacárcel
Entre las muchas cosas que no le están permitidas al gobierno socialista de Venezuela se cuenta la de aplicarles la ley a los delincuentes violentos.
Cada vez que algo así se ha hecho o intentado, han saltado (perdonen la repetición) las ONG a decir que se atenta contra los derechos humanos, y de inmediato las han apoyado el Departamento de Estado y sus entes subsidiarios, como la OEA de Almagro. La maquinaria mediática capitalista se ha sumado al repudio por actos tan bárbaros.
En cambio, el gobierno del indefinible Nayib Bukele, en El Salvador, ha asumido una política de cero tolerancia con las maras (espantosas pandillas centroamericanas), construyendo una gigantesca cárcel y dándoles un trato cercano al de un campo de concentración.
Como Bukele ha desplazado del poder al Frente Farabundo Marti para la Liberación Nacional (FMLN), es decir, es un mal menor para Estados Unidos, las reacciones ante las quejas de las ONG independientes son tímidas, muy cercanas al apoyo entusiasta. Lucubremos lo que pasaría si el gobierno venezolano hiciera algo ligeramente parecido para recluir a los socios malandros de la ultraderecha.
Que el Estado intervenga en el sector bancario
Una de las proclamas fundamentales del capitalismo en su etapa radical es que el Estado debe quedar lo más lejos posible de la economía. Por eso se persigue al socialismo e, incluso, a formas moderadas de intervención estatal como las que antes aplicaban los socialdemócratas, socialcristianos y especímenes similares.
Entonces, cuando han ocurrido siniestros en el sector bancario en Venezuela, se han oído las voces de los neoliberales exigiendo que el Estado se abstenga de auxiliar a los clientes afectados. Es una postura hipócrita, claro, porque saben que ese mismo Estado se va a encargar de ayudar un poco a los más débiles y mucho a los banqueros ladrones. Eso fue lo que ocurrió en la Venezuela de los años 90.
Ahora bien, cuando estas catástrofes ocurren en Estados Unidos, como está pasando ahora mismo, el neoliberalismo se camufla, disimula, y clama por la actuación del sector público en rol de apagafuegos.
Queda en evidencia que esas posturas anti-Estado son una gran farsa pues lo que hacen las oligarquías, tanto en nuestros países del sur como en las potencias capitalistas, es asegurarse de tener el control de los gobiernos para que traspasen dinero de las masas empobrecidas a las élites obesas. La mano invisible del mercado se mete en la gaveta del Estado y la deja vacía.