Breve recuento de una antigua rémora
Antecedente remoto: el Trienio Adeco
No se sabe si tergiversan la historia por ignorancia o por una dolosa intención de engañar a los demás. Lo cierto es que algunas personas dicen, por ejemplo, que las agresiones físicas al adversario político son propias de la era chavista; que no existieron en el siglo XX.
Se refieren a lo ocurrido con el precandidato Henrique Capriles Radonski en Carabobo, y uno se pregunta si de verdad creen eso o sólo pretenden que los demás, especialmente los muy jóvenes, se lo crean.
Bueno, pues una revisión somera, bibliográfica, hemerográfica y de memoria vieja; echa por tierra tan mentirosa versión. La historia de las agresiones a los rivales políticos en la etapa democrática, comienza con ese prólogo del período puntofijista que fue llamado el Trienio Adeco (1945-1948).
Sépase que en ese entonces, hasta algunos prominentes próceres civiles de Acción Democrática andaban por ahí con la pistola al cinto, como cowboys. Y al menos una parte de los “milicianos” de los que habla el himno del partido blanco eran facinerosos con los que resultaba mejor no toparse; si uno militaba en otra organización política o en una tendencia diferente a la de ellos dentro de AD.
En ese tiempo, ya remoto, empezó a hablarse de los “cabilleros”, dirigentes y militantes de AD, que llevaban un trozo de cabilla dentro de un diario, con la finalidad de caerle a “periodicazos” a los enemigos, que eran trabajadores, desempleados, estudiantes y líderes sociales.
Algunos historiadores-maquilladores han presentado esas escaramuzas como parte del costumbrismo criollo, pero eran más que eso: actos de violencia que de ocurrir en la Venezuela de hoy irían a parar, como denuncias, a la Corte Penal Internacional.
Por ejemplo, el 18 de junio de 1946, unos hooligans adecos irrumpieron en un mitin del socialcristiano Rafael Caldera en el Nuevo Circo de Caracas y llevaron algo más que cabillas envueltas en papel periódico: disparando contra los asistentes dejaron tres muertos y 20 heridos.
Los años 60: la excusa de la lucha armada
Durante los casi diez años de gobierno militar (1948-1958), AD pasó de ser perseguidora a perseguida. Pero cuando volvió al poder lo hizo en forma plena: ¡con todo y cabilleros!
Con el argumento irrefutable de estar enfrentando la lucha armada, AD montó un aparato paramilitar y parapolicial que operaba en conjunto con los organismos de seguridad de Estado. En un tiempo se conoció como la tenebrosa Sotopol.
A lo largo de la muy cruenta década de los 60, cabilleros y sotopoles sofocaron toda clase de rebeliones ametrallando liceos, escuelas técnicas, sindicatos, portones de fábricas y hasta repartieron palos y tiros para resolver conflictos internos de AD.
En los años 70, el bipartidismo había logrado ir a velocidad de crucero. La izquierda estaba derrotada en la guerra abierta y no era una amenaza electoral, pero eso no impidió que siguieran matando a guerrilleros supuestos o reales.
Un outsider que empezaba a crecer como opción, el carismático locutor Renny Ottolina, falleció en un accidente aéreo en el que apareció involucrado otro de esos organismos oscuros: el Grupo Gato.
Masacres periódicas y represión constante
En los 80 tampoco hubo riesgo de perder elecciones, pero eso no detuvo los planes de exterminio contra grupos acusados de rebelión armada: se ejecutaron las masacres de: Cantaura, 1982 (gobierno del copeyano Luis Herrera Campíns); Yumare, 1986; y El Amparo, 1988 (período del adeco Jaime Lusinchi).
Después del Caracazo (1989), y en medio de la suspensión de garantías constitucionales, los asesinatos fueron masivos y la represión anduvo por la libre. La izquierda dura llevó la peor parte y sus líderes eran capturados “preventivamente” cada vez que había algún rumor de desorden público.
Por cierto, muchos de esos líderes perdieron, al parecer, la memoria y ahora se la pasan agarrados de manos con sus esbirros. Rollo de ellos, aunque los torturados y los familiares de los fallecidos de ese entonces les recriminan severamente a los excomandantes mascaclavo esas nuevas y dudosas amistades.
El odio opositor en el siglo XXI
Los promotores de la visión borrosa de la historia dirán que la IV República fue tan democrática que permitió que un golpista saliera de la cárcel e hiciera campaña por todo el país, sin que nadie le diera una cachetada ni mucho menos una patada por el fundillo.
Es verdad, pero los hechos posteriores han demostrado que no fue por falta de ganas, sino porque la candidatura de Hugo Chávez era un arrollador fenómeno de masas.
La mejor prueba de que los impolutos demócratas del siglo XX, y sus herederos millennials, guardaban en sus corazones ese añejo instinto cabillero; vino el 11 de abril de 2002, y sobre todo el 12, cuando declararon abierta la temporada de caza de chavistas y sospechosos de serlo.
Esa terrible operación revancha pudo haber derivado en una ola represiva al estilo Chile 73, con miles de detenidos recluidos en los estadios, sólo que el gobiernillo de Pedro Carmona se desmoronó en apenas 47 horas.
Las guarimbas de 2004, 2014 y 2017, la “calentera” de 2013 (impulsada por el ahora victimizado Capriles) fueron expresiones crecientemente terroríficas de lo profunda que está sembrada la violencia en el antichavismo que se proclama pacifista y democrático.
En 2017 se pusieron de moda los “escraches”, que incluyeron golpizas y humillaciones a funcionarios del “rrrégimen” y hasta a “personas parecidas”, como le ocurrió a un infortunado señor en el CCCT.
En esos meses psicopáticos ocurrieron linchamientos singularmente crueles, como el de Orlando Figuera y se llegó al extremo de usar los propios excrementos para atacar a los cuerpos de seguridad del Estado: un invento genuinamente escuálido.
Hasta la “intelligentsia” opositora enloqueció por completo en sus llamados a la guerra civil, emblematizados en aquellos “tuits” del “Sociólogo del Matero”, quien puntualizó que todo era válido en la confrontación con el chavismo.
Por cierto, personajes como ese señor (Tulio Hernández), son los que sostienen la tesis de que las agresiones a los oponentes son cosas exclusiva del chavismo y de los tiempos de la Revolución Bolivariana; los que dicen que antes de Chávez todo era paz y amor.