En estos tiempos convulsos el liderazgo occidental se ve desorientado. Es lógico, el mundo como lo ven, como lo conciben, se esfuma. Es decir, el orden social que los favoreció entró en crisis. El control social que ejercieron ya no funciona como les gusta.
Somos unos convencidos, así lo revelan nuestros escritos, de que un Nuevo Orden Mundial va emergiendo. Los hechos son evidentes, los entes que daban forma a ese mundo emergido luego de la segunda guerra mundial, y quedaron al servicio de Estados Unidos (OTAN, ONU, FMI, Banco Mundial), se van desdibujando; el desprestigio los carcome.
Esos entes, a los que podríamos sumar en nuestro hemisferio a la cada vez más insignificante OEA, tenían otros, no oficiales pero muy influyentes, incluso revestidos de un barniz académico; entre ellos podemos mencionar el Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, nombre que recibe por la localidad alpina donde se efectúa.
Según la página oficial del club, “el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) es una organización sin ánimo de lucro dedicada a promover debates públicos sobre asuntos globales”.
La historia nos dice que se gestó en enero de1971, su artífice fue Klaus M Schwab, profesor de economía suizo. El economista, considerado un filántropo por algunos, creó el foro para que las empresas europeas debatieran cómo ser más productivas en relación con sus similares norteamericanas.
Parece ser que desde esa época ya algunos europeos recelaban de su «hermanos» al otro lado del Atlántico. El foro, inicialmente solo tenía agenda económica; pero como la economía la manejan quienes controlan el poder para su beneficio, para asegurar que sus privilegios se extendieran por mucho tiempo, se fueron sumando personajes del mundo militar, diplomático, académico. Todos contribuían, a su manera, para asegurar que los poderosos no perdieran su estatus.
Conforme transcurrían las décadas, con el neoliberalismo en pleno furor, impulsado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los Estados nación fueron perdiendo espacio. Se hizo más evidente que era el capital privado, los dueños de las grandes empresas, luego agrupados en gigantescas corporaciones de alcance global; quienes manejaban los destinos de los países.
De allí surgieron iniciativas como el Consenso de Washington, que era un listado de recetas económicas destinadas a reducir el accionar del Estado.
Aplicar dicho consenso, que condenaba los pueblos al hambre, la miseria, y lo que es peor, a resignar sus esperanzas a un mundo mejor, requirió una gran operación de manipulación mental.
Los conglomerados mediáticos, imbricados en los marasmos de la corporatocracia financiera, comercial, militar y académica, jugaron un rol fundamental. En dicho escenario, el Foro de Davos jugó un rol crucial.
Allí la élite global, sus laboratorios de ideas, elaboraban los contenidos que debían ser difundidos en todo el mundo para justificar el injusto orden de cosas.
Empezaban por endiosar a quienes participaran en el foro, todos los medios globales estaban en esa tarea. Eso era permanente, y claro, cuando se acercaba el evento las campañas arreciaban. Luego, creadas las condiciones, cuando los personajes de turno emitían opiniones de cómo debía funcionar el mundo, hacía donde debía ir la economía, las relaciones sociales; eso tenía carácter totémico, se consideraba irrebatible.
Así fueron pasando los años, cayó el Muro de Berlín, se consolidó la unipolaridad con Estados Unidos a la cabeza, se creyeron aquello del “Fin de la Historia”, de Francis Fukuyama, de uno de sus grupos de reflexión, y la arrogancia los sedó.
Pero, mientras el hegemón se regodeaba en tal condición, invadía países, imponía su modelo sin contemplación en la mayor parte del mundo; Rusia con Vladimir Putin a la cabeza, y China, en el sendero trazado por Mao Zedong, se fortalecían discretamente.
Con los precios de los hidrocarburos en alza, en gran parte impulsados por la Cumbre de la OPEP del año 2000, que significó la irrupción de Hugo Chávez en el gran escenario de la política mundial; y una República Popular de China que crecía agigantadamente con su socialismo de características propias; occidente observó como su burbuja se desplomaba en 2008, conforme se desplomaban sus bancos y bolsas de valores.
La crisis fue pavorosa. Desde aquellos días, mucha gente quedó viviendo bajo los puentes en Estados Unidos, otros perdieron sus casas, quebraron muchas empresas. Europa, por el efecto de acople, se vio arrastrada también.
China y Rusia afrontaron bien esa crisis. De hecho, entendieron que era el momento de cuestionar el establishment. Allí están las declaraciones de Putin cuando acusó a Washington de «parásito», de vivir imprimiendo billetes verdes sin ningún respaldo real.
A partir de allí, China avanzó en la consolidación y ampliación de acuerdos comerciales a escala global, a revivir la antigua Ruta de la Seda, trayéndola al siglo 21.
Por eso el conflicto de Crimea de 2014. Por eso las campañas antichinas en la gran prensa occidental, a la que se suman las llamadas redes sociales. No olvidemos que el Covid 19 fue llamado virus chino.
De otro lado, en nuestro hemisferio, por ejemplo, se dieron procesos de transformación política, que, con sus vaivenes, fueron creando la necesidad de cambios, de unidad regional e independencia, más allá de discrepancias lógicas.
Como era lógico, esos procesos encontraron y encuentran resistencia. El hegemón, con su influencia económica, política y militar; apoya a quienes se resisten a los cambios y a la unidad regional.
En Medio Oriente, Washington, más allá de Israel, perdió el control que tenía. El mundo cambia, ya no pueden manejarlo ni controlarlo a su antojo.
Por eso, el año pasado, los señores de Foro de Davos emitieron su tradicional informe titulándolo “Informe de Riesgos Globales 2022”, entre sus conclusiones señalaron “el fracaso de la acción climática, los fenómenos meteorológicos extremos y la pérdida de biodiversidad, y el colapso de los ecosistemas”.
Claro, no se cuestiona a Estados Unidos y las grandes corporaciones occidentales, principales depredadores del medio ambiente.
El informe mencionó que “en 2024 las economías en desarrollo (excepto China) habrán caído un 5,5% por debajo del crecimiento del PIB previsto antes de la pandemia; mientras que las economías avanzadas lo habrán superado en un 0,9%”.
Como era lógico, en el conflicto entre Ucrania y Rusia, el foro tomó partido por Zelenski; pese a que antes le hicieron más de un desplante. Claro, Rusia es aliado vital de China, y China es el objetivo final de quienes se benefician del establishment actual.
Sin embargo, lo medular, lo crucial; aunque lo quisieron pasar bajo la mesa, es lo que ellos denominaron «erosión de la cohesión social».
Es decir, el orden social que los favoreció entró en crisis. El control social que ejercieron ya no funciona como les gusta.
Este año, bajo el lema Cooperación en un mundo fragmentado, el Foro de Davos se efectuó entre el 16 y 20 de enero. Según dijeron sus voceros, participaron unas 3.000 personas.
Reconozcamos que hay coherencia en las élites y sus operadores, respecto al documento del año pasado. Tienen claro que su mundo se va desvaneciendo. Eso sí, acuñaron el término “policrisis”. Ven más de una crisis en el panorama global actual. Todas las lecturas serias les son desfavorables.
El foro se convirtió en un torneo de peroratas contra Rusia. Vimos a representantes de la OTAN empujando a una destrucción total del gigante euroasiático, claro, sin involucrarse ellos directamente. Otros dijeron que el «mundo libre» está en peligro, si es que Putin no es detenido.
Toda una repetición de episodios ya vividos con otros actores.
Henry Kissinger, quien en medio de esta vorágine está llamando a la cordura, ha sido atacado por los termocéfalos. En estos tiempos convulsos el liderazgo occidental se ve desorientado. Es lógico, el mundo como lo ven, como lo conciben, se esfuma.
Es cierto, Estados Unidos ejercía la hegemonía; pero los gobiernos europeos, las élites europeas, también se beneficiaban de la injusta situación internacional.
Frederic Mertens, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Valencia, señala que en occidente: “hemos jugado a la globalización hasta que hemos perdido; y tras la pandemia los países han vuelto a adoptar ideas más proteccionistas. Este movimiento de fragmentación seguirá al alza, por lo que en Davos la globalización vuelve a estar en entredicho”.
Ya es evidente, la mayor parte del mundo cuestiona la institucionalidad y funcionamiento de lo que emergió luego de la Segunda Guerra Mundial; que luego se agudizó con la caída del Muro de Berlín.
El hegemón, usando a sus sus acólitos, intenta impedir su desplazamiento y recurre a crear fricciones en todo el planeta para evitar ser sustituido. Puede retardar el proceso, pero no lo evitará.
Así lo reconoce Mertens. “Nunca antes Davos había presentado un mensaje tan pesimista y alarmista, avisando desde el propio título de la convocatoria de la fragmentación en la que nos encontramos… La fragmentación ahora es política, pero tiene capacidad para llegar a ser medioambiental, alimentaria, sanitaria, financiera y cultural; lo que conduciría a una crisis global sin precedentes”.
Ya no les alcanza con sus manipulaciones mediáticas, culturales, económicas, militares. Malo para ellos, bueno para quienes aman la justicia, la solidaridad.