“¡Comuna o nada!” Expresó el presidente Hugo Chávez en octubre de 2012, en lo que terminó siendo uno de sus últimos discursos públicos. ¿Se ha logrado ese objetivo?
Diez años después, como suele pasar, hay quien ve el vaso medio lleno y quien lo ve medio vacío. En todo caso, la visión comunal sigue siendo un horizonte, un faro en medio de las nieblas, de las tormentas y de los nubarrones, que en esta década han estado a la orden del día y que aún no se han disipado.
La vigencia del planteamiento de Chávez (que se enmarcó en el objetivo estratégico del Golpe de timón) es indiscutible y sigue siendo la bandera de un movimiento comunero que todavía es pequeño, pero tiene notoria presencia en varias regiones del país.
En estos diez años, la utopía comunal que el comandante postuló con su típica vehemencia, ha sufrido las consecuencias de las tremendas tensiones que han sacudido al país desde dentro y, sobre todo, desde el exterior. Un objetivo tan marcadamente ideológico como es la consolidación del Poder Popular y la autogestión de las comunidades, no podía tener una ruta venturosa en medio de un ataque imperial tan abierto.
La comuna forma parte del espectro de temas que provocan la reacción virulenta no solo del norte global, sino también de los factores locales de la ultraderecha, de la derecha moderada e, incluso, de cierta izquierda que solo funciona en lo teórico. Por eso, su camino siempre será cargado de obstáculos. Pero si a esto se le agrega la particular conflictividad de estos años, en los que hemos vivido bajo tantos peligros, se entiende que los escollos han aumentado exponencialmente.
El mérito de los avances
Desde esta óptica, podemos afirmar que el avance de un conjunto de comunas, algunas de las cuales han conformado redes muy sólidas, es un logro heroico porque se ha alcanzado en medio de una maraña de contrariedades, tanto de naturaleza estructural, como de coyuntura.
Este mérito es compartido entre el gobierno nacional y los dirigentes de esas organizaciones que han sobrevivido al huracán y se presentan como referencias de la comuna posible.
En lo que respecta al Ejecutivo Nacional, en esta década ha designado para el Ministerio del Poder Popular para las Comunas y Movimientos Sociales a varios dirigentes de primer nivel en la Revolución, como Elías Jaua, Aristóbulo Istúriz, Blanca Eekhout y el actual titular, Jorge Arreaza. El renombre de estos cuadros da cuenta de la importancia que se le atribuye al asunto.
Sin embargo, objetivamente no puede decirse que la línea procomunas haya bajado uniformemente al resto del gobierno nacional y a los gobiernos regionales y locales. Rémoras de la mentalidad conservadora y temores a perder espacios de poder han hecho que numerosos funcionarios de diversos ministerios, gobernaciones y alcaldías se constituyan en cortapisas adicionales para los colectivos que aspiran a desplegar sus propias formas de gestión.
En algunos casos no se ha tratado de prejuicios ideológicos propiamente dichos, sino de una visión contingente. Dirigentes de nivel alto y medio han considerado que en medio del tremendo asedio imperial, de las enormes amenazas provenientes de los países vecinos (en tiempos del Grupo de Lima) y de la violencia sin medida de los grupos opositores internos, la prioridad era la supervivencia. Vieron el desarrollo de la estructura comunal como una distracción en ese esfuerzo.
Algunas de esas figuras, y los grupos a los que influencian internamente, han mantenido una solidaridad discursiva con la meta de comuna o nada. Pero en la práctica distan mucho de apoyar un cambio tan drástico. Otros han sido más explícitos y expresan abiertamente que esta línea estratégica debe ser revisada pues ha significado un dispendio de recursos, con resultados más bien magros.
El debate pendiente
El tema tiene pendiente un debate sincero, no solo en el partido y con sus grupos aliados, sino también (y principalmente) en el seno mismo del movimiento comunero, pues hay numerosas visiones, algunas de ellas divergentes, que valdría la pena controvertir, no con la idea de generar una misma idea, sino para que se nutran entre sí.
Punto crucial es el tipo de relación que deben entablar idealmente las comunas y el gobierno en sus otros niveles. El actual ministro, Jorge Arreaza, ha dejado claro que en su concepto, la comuna y el gobierno nacional, los gobiernos regionales y locales deben actuar armónicamente. Por ello insiste en que las comunas diseñen una Agenda Concreta de Acción para que los grandes planes nacionales se construyan sumando las propuestas surgidas desde la base.
Implantar esta dinámica requiere de un significativo cambio cultural, pues las experiencias revelan que ciertos funcionarios del gobierno central y de las administraciones estadales o municipales no apoyan suficientemente a las comunas o bien pretenden que actúen como si fueran órganos de ese poder y no entes de autogobierno popular.
Alcanzar ese estado de autonomía frente al poder del Estado formal requiere también de cambios en la mentalidad distorsionada de algunos comuneros en la que predomina el propósito de recibir recursos públicos, sin importar que eso desdibuje la organización comunal y la convierta en otro ente burocrático.
En la ruta hacia el horizonte estratégico de “¡Comuna o nada!” Falta un gran trecho, pero los avances logrados son valiosos puntos de apoyo para seguir persiguiendo la meta y para corregir el rumbo donde sea necesario. En un entorno como el comunal, donde cada opinión cuenta, lo natural es la reflexión y el debate. Hay que acometerlo sin temores.