Por: RT
La historia latinoamericana está llena de mujeres que se entregaron a la lucha por la libertad.
Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, la llamada ‘Libertadora del Libertador’, fue una de las mujeres más destacadas y aguerridas durante la lucha independentista en América. Cuando ya era parte del movimiento patriota conoció a Simón Bolívar, lo que dio pie a un vínculo indestructible que se ha llevado páginas y páginas de la historia.
Manuela nació el 27 de noviembre de 1797 en Quito, entonces parte del Virreinato de Nueva Granada, producto de una relación fuera del matrimonio entre el regidor de la Real Audiencia de Quito, Simón Sáenz, y la patriota María Joaquina Aizpurú. Los primeros siete años de su vida fue internada en el convento de La Concepción y posteriormente estuvo en la hacienda de Catahuango, a las afueras de la actual capital ecuatoriana, donde habría aprendido a montar caballo con destreza.
El 10 de agosto de 1809, cuando ya era adolescente, una experiencia la marcó: el grito de Independencia de Ecuador, también conocido como ‘La revolución quiteña’. En esta asonada emancipadora su padre fue apresado, junto a otros realistas, mientras que parientes y amigos de su madre fueron asesinados o encarcelados.
Un año después de que se iniciara la lucha libertaria en América, su padre fue liberado en una retoma del control por parte de la Corona española, según documentó el escritor e historiador ecuatoriano Alfonso Rumazo González en su libro ‘Ocho grandes biografías’.

En sus primeros años de juventud, fue ingresada al claustro de Santa Catalina donde además de realizar labores domésticas leyó clásicos griegos y franceses. En 1817 su padre concertó el matrimonio con el rico comerciante inglés Jaime Thorne, de 40 años, a pesar de que ella no estaba de acuerdo. La pareja se trasladó a vivir a Lima. Allí germinó su semilla patriota.
Los primeros pasos
Las repetidas ausencias de su esposo fueron aprovechadas por Manuela para sumarse a la causa independentista en Lima. Así, participó en tertulias políticas, pidió apoyo para el Ejército y también fue espía del bando patriota, según recoge el proyecto Escritoras Latinoamericanas del Diecinueve (ELADD).
Gracias a su amistad con Rosa Campuzano, de la causa libertadora, organizó a otras mujeres en unidades de lucha, recaudó dinero para la construcción de barcos, recogió telas para la confección de uniformes militares. Estos esfuerzos le hicieron acreedora, junto a otras luchadoras, de la ‘Orden de la Caballeresa del Sol‘ impuesta por el general argentino José de San Martín en Lima, en 1822.
En 1822 Manuela se fue a Quito, donde participó en tareas de abastecimiento del ejército del general venezolano Antonio José de Sucre, auxilió a los heridos de la Batalla de Pichincha y organizó a los combatientes.

Bolívar aparece en la vida de Manuela
Cuando se proclama la libertad de Quito y la incorporación oficial del actual Ecuador a la Gran Colombia, Manuela conoció al Libertador Simón Bolívar, que entró triunfante a esa ciudad, el 16 de junio de 1822. Entre las anécdotas más contadas sobre el ‘chispazo inicial’ de su tórrida relación está el ramo de flores que Manuela le habría desde un balcón, que lo agradeció con un gesto, y su presentación formal posteriormente en un baile.
Al respecto, Mónica Saiz Donato en el artículo ‘¿De qué habrán hablado Manuela y Simón hace 200 años?’ considera que también habría que «agregar al imaginario de lo que pasó esa noche» la conversación política que habrían tenido Bolívar y la quiteña sobre su experiencia como los movimientos emancipadores.
A partir de ese momento, nació un «vínculo indestructible» entre ambos, según José Tomás Rojas Graffe, que solo fue roto con sus muertes. Si bien Manuela seguía casada con Thorne, decidió hablarle de su intención de separarse de él, a través de una carta, escrita en 1823, debido a que ya sostenía una relación «sin honor» con el ‘Libertador’.

«Una mujer poco común»
En su libro ‘Manuelita Sáenz: El ángel tutelar del Libertador’, Rojas Graffe la define como «una clase de mujer muy poco común, única para su época», que era «amante de la libertad plena», de «carácter aventurero» y «hábil en el manejo del caballo y de las armas«.
Aunque no tuvo formación militar formal, Sáenz demostró su destreza para el combate y la logística. En septiembre de 1822, a la salida de Bolívar hacia Guayaquil para seguir preparando la campaña de Perú, insurgió un movimiento antibolivarino, explica Rojas Graffe, que fue sofocado por ella.
A partir de 1823, el ‘Libertador’ la hizo responsable de su archivo privado, por lo que siempre se le veía con el uniforme del Ejército Libertador. Mientras estaba al frente de esa responsabilidad, atravesó la Cordillera Blanca, una cadena montañosa de Perú, lo que implicó un recorrido de unos 1.500 km.
Tras librarse la Batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, Bolívar continúa a Lima y Manuela se quedó con Sucre y participó en la Batalla de Ayacucho (1824).

Sáenz fue designada capitana y luego coronela de Húsares por su participación en las batallas de Junín y Ayacucho. Durante el Gobierno de Rafael Correa fue nombrada generala.
Tres historias
Para entender la personalidad de Manuela y su relación con Bolívar, el ‘Libertador’ le mostró al general francés Luis Perú de Lacroix una cicatriz que tenía en la oreja. Al relatar lo ocurrido le dijo que había sido un «trofeo ganado en mala lid» cuando Manuelita encontró un arete en su cama y lo atacó «por todos los flancos». «Me arañó el rostro y el pecho, me mordió fieramente las orejas y el pecho, y casi me mutila», dijo.
El 25 de septiembre de 1850, según le cuenta al general irlandés Daniel Florencio O’Leary, estaba con Bolívar en su habitación del Palacio Presidencial, en Bogotá, cuando a la medianoche se escuchó «un ruido extraño». Previamente, había sido advertida de una conspiración para asesinar al ‘Libertador’, fraguada por Pedro Carujo.
Manuela le ordenó que saltara por la ventana mientras que le salía la paso a los desconocidos «para darle tiempo a que se fuese». En esa ocasión fue golpeada por los agresores.
Tiempo después, ambos se encontraron y Bolívar le dijo: ‘Tú eres la ‘Libertadora del Libertador'».
Otro atentado contra Bolívar, ocurrido semanas antes, también fue frustrado por su amante durante un baile de máscaras en el Coliseo de Bogotá.
En 1830 Manuela se quedó en Bogotá cuando Bolívar partió a Europa, sin que lograra conseguirlo, puesto que falleció el 17 de diciembre en Santa Marta. Tras su muerte siguió defendiendo la causa patriota en esa ciudad hasta ser apresada en 1834. Fue enviada a Jamaica hasta 1835. De allí se dirigió a Ecuador, pero fue expulsada, por lo que finalmente se quedó en Paita, en Perú.
Manuela murió de difteria en Paita, el 23 de noviembre de 1856. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común y todas sus pertenencias y el archivo que guardaba del ‘Libertador’ fueron incinerados.