Anteriormente escribimos que Estados Unidos vive lo que podríamos llamar una Guerra Civil Híbrida, una guerra que tiene ribetes de opresores contra oprimidos, de guerra racial, que tiene elementos de secesionismo, de descrédito de las instituciones oficiales y donde la esperanza de su pueblo en un futuro mejor se desploma.
Lo señalamos, la desigualdad creció pavorosamente, y no lo pueden ocultar, por más manejo mediático y de redes que intenten.
Inclusive, citamos a Ray Dalio, un gurú de Wall Street, quien mencionó que el camino a la guerra civil va acompañado de una peligrosa combinación de grandes déficits, altos impuestos, inflación y brechas en la riqueza, en los valores que conducen a la polarización política.
«Cuando esto sucede al mismo tiempo, que hay potencias extranjeras que se vuelven lo suficientemente fuertes como para desafiar a la principal potencia mundial que enfrenta esta dinámica de guerra civil, es un período especialmente riesgoso…Ese es el período en el que creo que estamos ahora», dijo.
Citamos también a Barbara F. Walter, autora de un trabajo titulado “Cómo empiezan las guerras civiles, Crown, 2022”, donde mencionaba que para ella, poco tiempo atrás, resultaba improbable un escenario como ese. Walter había investigado los casos de Yugoslavia, Siria o Irak.
“Mientras me dedicaba a ese trabajo, me di cuenta de algo inquietante: las señales de inestabilidad que identificamos en otros países son las mismas que he comenzado a ver en el mío”, dijo.
Según escribió, Estados Unidos cayó en lo que algunos científicos sociales denominan “anocracias”, esto es, regímenes que se sitúan en la nebulosa existente entre las democracias completas y las autocracias puras.
Además, observa Walter, preocupa que los partidos políticos hayan tomado banderas basadas en “la raza, la religión o la identidad”.
Todo esto se viene señalando reiteradamente, y más allá de la propaganda hegemonizante, quienes manejan los hilos del poder en el establishment, saben que la situación se les escapa de las manos, que ya no controlan las cosas como antes.
De hecho, en la última reunión del Foro de Davos hablan de la «erosión de la cohesión social».
Por eso, en el documento presentado por Joe Biden, a mediados de octubre, sobre su Estrategia de Seguridad Nacional, inciden, como nunca antes, las amenazas a la democracia, la injerencia en las elecciones, y, también se enfatiza en el «terrorismo doméstico».
Ahora, si un documento de esta naturaleza reconoce la injerencia externa en las elecciones, en la democracia norteamericana, ¿significa entonces que Trump tiene razón al señalar que le robaron las elecciones en 2020?
Por cierto, en 2016, cuando Trump ganó las elecciones presidenciales, los demócratas acusaron al ex mandatario republicano de haber sido favorecido por hackers rusos.
Entonces, ¿la «mayor potencia global» es vulnerable a ese tipo de injerencia?
Uno pudiera pensar que el documento, esa parte del documento, pretendería crear las condiciones para disponer de mayores controles o manejo del vetusto sistema electoral en donde el presidente no se elige de manera directa y universal.
Quizá, también, pretendiera cerrar el paso a una probable tercera candidatura, fuera del bipartidismo tradicional, que algunos ya vaticinan para el 2024.
Si Trump no logra la candidatura en el Partido Republicano, DeSantis podría desplazarlo, el magnate podría lanzarse por su cuenta.
Quizá también para presionar o intimidar a otros personajes o instituciones, así sea fuera de sus fronteras. A los pocos días de que se hiciera público el documento, la NBC News publicó que el Departamento de Estado de EEUU considera que, desde el Gobierno del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, hubo intentos de influir en las elecciones del país norteamericano.
Norma Torres, representante demócrata por California en la Cámara de Representantes, señaló que Bukele incurrió en una «interferencia electoral». Bukele, los últimos meses, ha sido cuestionado por Washington. Esto podría ser un indicio de lo que se estaría tramando para los meses venideros.
Cuando se habla de terrorismo doméstico, se nos viene a la memoria las hordas trumpistas irrumpiendo en la sede del Congreso norteamericano, algunos vestidos de superhéroes y otros de personajes televisivos.
Se nos ocurre pensar en tantas sectas supremacistas, armadas, que desafiaron los resultados presidenciales de 2020. Lo dijimos en su momento, ese asalto al Capitolio en enero de 2021 dejaría secuelas en la sociedad norteamericana.
Pero también podríamos pensar que conforme crezca el descontento social, se acentúe la desigualdad, los estallidos sociales se hagan más frecuentes, se podría legislar en base a una situación de terrorismo doméstico para legitimar una severa represión.
No olvidemos los estragos que en materia de derechos humanos creó la Ley Patriota en Estados Unidos.
Todo esto en momentos que se acentúa el acercamiento entre Arabia Saudita y China, y lo que significaría ello en el debilitamiento del petrodólar; con una Europa que aumenta su desconfianza hacia Washington.
Interesante cómo se juega la geopolítica global y su incidencia en las realidades nacionales. Las alarmas están encendidas en Estados Unidos, aunque no muchos puedan notarlas.